Crónicas del Quinto Sol: La diosa negra

34. Frey

—No es posible —dijo Kou perplejo—. Estuvo con nosotros todo el tiempo. —Detrás Cris asentía con la cabeza.

—No sucedió ahora, fue hace dos años —soltó Dioney.

—En ese entonces disfrutábamos de humillar a Frey —confesó Yul con notable arrepentimiento—. La molestábamos, nos burlábamos de ella, incluso... llegué a golpearla.

La chica tenía una respiración agitada ante la pena de confesar.

—Le rompíamos sus muñecas, le escondíamos sus cosas y la hacíamos llorar —agregó Froilán.

—Somos más grandes, nos dábamos cuenta de que sus papás no la quieren, así que nos aprovechábamos de eso para molestarla —dijo Dioney.

—Cuando los poderes aparecieron, Nila también llegó. Se presentó como nuestra guía, dijo que nos entrenaría para una competencia donde el ganador conservaría sus poderes y el de los demás. Así que cuando Frey vio la oportunidad, no dudo en aliarse con ella. La seguía a todas partes y hasta entrenaban juntas a solas. Nosotros no le dimos importancia, la subestimamos por ser menor —confesó Froilán.

—El día de la competencia —siguió Yul—, se plantó al frente nuestro y dijo: "Ya no más, los traiciono."

 

2004

—Ya déjenme en paz —rogó Frey con miedo y desesperación, estaba hecha un ovillo en el suelo del patio trasero—. No le diré a la abuela, ni a mis tíos, pero déjenme. No me hagan nada.

—Espera... ¿Quiere llorar? —dijo Dioney dando una palmada a su primo, burlándose de la niña.

—Sí, si quiere. ¿Sabes lo que significa?

—¡No, por favor! —rogó Frey.

—¡Quiere llorar! —canturreó Froilán en tono burlesco mientras se acercaba a su prima.

—¡Quiere llorar! —secundó Dioney tomándola de un brazo.

—¡Quiere llorar! —siguió Yul desde la puerta observando como la arrastraban hasta el final del patio y le amarraban las agujetas entre ambos tenis, evitando que tuviera la libertad de correr.

Frey ya sabía que querían hacer, ella solo imploraba la dejaran en paz. Los ojos le escocían y trataba de aguantar las lágrimas lo más que podía.

—¡Quiere llorar! —seguían canturreando los tres.

Mientras Froilán la tenía atrapada de los brazos, Dioney amarraba las agujetas.

—¡Quiere llorar!

Las primeras lágrimas de desesperación comenzaron a salir del rostro de Frey, la lluvia empezaba a ser más tupida.

—¡Quiere llorar!

Yuliana y Luyana también cantaban la burla a coro junto a sus primos.

—¡Quiere llorar!

Ambos primos se pararon frente a ella para burlarse con su canto.

—¡Quiere llorar!

Un gran trueno se escuchó, era la tormenta que había comenzado a caer.

—¡Quiere llorar!

Froilán y Dioney corrieron hacia casa dejando a Frey, sola bajo la lluvia.

—¡Rápido, entren! —gritó Luyana a sus primos.

Corriendo con las primeras gruesas y frías gotas, los niños entraron a casa subiendo los escalones a la entrada de la cocina. Frey se quitó ambos zapatos y trato de seguirle el paso a sus primos. Deseaba ser rápida y para entrar antes de que la gran lluvia la alcanzará y empapará por completo. Pero Yuliana se detuvo en la puerta.

—Yul, ¿Qué haces? —cuestionó Froilán.

—Ya verás —contestó divertida.

Esperó paciente a que Frey se acercará y cuando estuvo cerca... Yuliana la pateó en el pecho haciéndola caer de espaldas al primer charco de agua que se formaba.

Detrás Froilán y Dioney reían sorprendidos y felicitándola por la gran patada. Con la emoción del momento, cerró la puerta con seguro, dejando a su prima afuera.

La tormenta se desató.

—¡Yul! —Lloraba Frey, bastante asustada desde la ventana— Yuliana, déjame entrar por favor. ¡Por favor! ¡Por favor Yul! ¡No me dejes aquí afuera!

—¿Qué? ¿Qué dijiste? ¿Qué te dejé ahí afuera?

—¡No!

—Bueno, si eso quieres. Te dejaré ahí afuera. Vámonos chicos.

Y así Yuliana se dio la vuelta, con sus primos y hermano caminando detrás de ella, todos directo a la sala y con Frey sufriendo, rogando y llorando mientras se empapaba en la torrencial lluvia afuera en el patio.

—¡Por favor, déjame entrar!

Ese día, una gran tromba cayó en el pueblo, la primera inundación en años se hizo presente. Cuando la abuela llegó, mojada y con la comida húmeda, encontró su casa con medio metro de agua por encima del suelo y a una Frey hecha un ovillo en los escalones a fuera del patio. Esa fue la primera vez que la niña piso un hospital; neumonía a sus cortos ocho años. Y para su desgracia, los maltratos no terminaron ahí...

Freya Viera Martínez nació un 23 de mayo de 1996. Primogénita de Antonio Viera y Camila Martínez y nieta de María del Carmen Viera.

Siendo la cuarta de los nietos de Mamá Cami, Freya, o como prefería que le dijeran, Frey, no conoció el cariño de una madre, fue ignorada y rechazada en múltiples ocasiones. Su abuela se hizo cargo de ella desde entonces.

Antes de vivir en la capital, los Viera residían en un pueblo de los alrededores. Mientras que Frey crecía, cada vez más comprendía el poco amor que su madre le daba.

—¿Por qué mi mamá no me quiere? —preguntaba con cuatro años de edad.

—Tu mamá si te quiere —mentía su abuela—, solo que lo hace de una manera distinta.

Frey callaba y se convencía a sí misma que esto era verdad.

Con el paso del tiempo, para ella se hacía cada vez más evidente que no era querida. La llegada de su hermana a su vida era el claro ejemplo de ello. Mientras Luyana era una niña amada, Frey observaba con resentimiento el desprecio de sus padres.

—Lo que pasa es que tu hermana es una bebe —le consolaba su abuela.

Frey se convencía de que era verdad... pero eso no era lo único. También estaban sus primos.

—Eres tonta y fea ¿Quién querría quererte? —se burlaba Froilán.

Y Frey se lo creía, entonces regresaba a la sala a llorar entre los sillones, se escondía en el hueco que descubrió en medio de cada uno, donde sus primos no pudieran verla. Y al día siguiente era lo mismo:




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