Crónicas del Quinto Sol: La diosa negra

39. Negocio

—Vengo a negociar —contestó Frey buscando seguridad en sí misma.

—¿Qué tienes que pueda servirme?

La niña alzó el portaplanos que aún llevaba consigo, lo abrió y asomó el mapa.

—La ubicación de la Xiuhcóatl.

La diosa bajó a Yuliana al suelo y la piedra dejo de brillar verde, entonces emitió una risa de satisfacción.

—Dame el mapa.

—Primero mi familia.

Para la diosa, la situación con Frey le divertía. Volvió su vista a sus secuaces, estas retrocedieron.

—Dime que dice —ordenó.

La niña dudó, pero respiro hondo y contestó.

—El lugar se llama Ranas, lo que hoy es Querétaro. La punta del cerro.

—¿Qué más?

—Necesitas a uno de los emisarios.

La diosa sonrió debajo de su capucha, se acercó a Frey, esta no se movió. Aun desde la vista oculta, Cris y Kou veían con preocupación a su amiga, pero mucho no podían hacer.

La diosa tomó del mentón el rostro de Frey, alzo su cara y observó su nerviosismo, más sin embargo, sabía que no mentía. Así que se dio la vuelta para ordenar a sus sirvientas.

—Cuando dé la señal, seguirán con el ritual. Solo si es necesario.

Frey abrió los ojos, sorprendida, ¿Qué clase de negociación era esa?, ¿estaba haciéndolo bien? Entonces la diosa posó su vista de vuelta a la niña emisaria.

—Tú irás conmigo.

La diosa se llevó a Frey por los aires y siguiendo sus indicaciones. Volaron por un par de horas hasta llegar a mitad de la sierra gorda queretana. Se adentraron entre los árboles y cerros y subieron a uno encontrando los basamentos de una vieja ciudad mesoamericana, olvidada por la gente y oculta entré en la naturaleza.

Al llegar, se observaba pasto, pero también muchos árboles, basamentos semi destruidos. Un sendero desigual llenó de piedras, hiedra, pasto y animales terrestres que huían apenas oían las pisadas de las recién llegadas.

Empezaron a caminar cuesta arriba, Frey podía observar el cielo y nubes casi a la altura en que se encontraban.

La diosa las había llevado volando y sin perder de vista a la niña, quien caminaba con inquietud. El ambiente era tenso.

—Esta fue mi ciudad —mencionó la diosa, a lo que Frey se volvió a verla—. Aquí nací y aquí crecí mis primeros años.

«¡¿Qué?!, ¿Nació y creció?» pensó Frey, más no respondió. Siguió prestando atención.

—¿Aquí creciste como diosa? —preguntó con nerviosismo.

—Cómo humana.

La niña sintió una oleada de tensión en su cuerpo, la impresión era grande.

—Ni siquiera recuerdo mi primer nombre —siguió explicando—. Hace más de mil años, una joven noble, hija de un señor de los pueblos sometidos fue robada y vendida como esclava. Ya no recuerdo el nombre real, en aquel entonces, las personas nacíamos con un nombre y con el paso del tiempo cambiábamos a otro según nuestro crecimiento, hazañas, trabajos. Pero ella no cambio de nombre por la edad, lo hizo porque de ahora en adelante debía servir y obedecer a otros.

Hubo un breve silencio, Frey escuchaba atenta el relato. Una vez más, todo esto era nuevo para ella.

—De ahora en adelante te llamarás Macihuatli, le dijeron y bajo ese nombre, la esclava creció hasta ser una joven hermosa e inteligente, pero con la desventaja de ser obediente a su condición. La vendieron en múltiples veces y vago de un pueblo a otro, siempre sirviendo a otros. La humillaban —dijo con rencor en la voz—, la golpeaban, la despreciaban, ¿te suena?

Frey desvió su vista, el tono con el que hablaba, logró identificarse por ese sentimiento.

Se aproximaron a uno de los basamentos destruidos, era un rectángulo de piedra con pasto en el centro. La Diosa levantó un brazo y un holograma de magia recreó la estructura.

—Un día tomó del agua equivocada. Por fin había encontrado un amo bueno al que servir, pero este moría y si no le salvaba la vida, la volverían a vender. Murió de todas formas después que la castigarán por tomar de la vasija equivocada.

Frey veía en el holograma la escena descrita, sintió pena y tenía curiosidad por preguntar quién la castigo, pero se abstuvo.

—Fue tu dios —repuso la Señora en respuesta a su duda no dicha—; Tláloc. La joven fue castigada injustamente por tomar la vasija de un dios cuando quería servirle agua a su señor. La transformó en una criatura horrenda; un hermoso cuerpo de mujer y una terrible cara esquelética y putrefacta. Su misión de ahora en adelante sería atemorizar a los humanos, sobre todo aquellos que hicieran el mal. ¡Jamás fui feliz!

«¿Fui feliz?» pensó Frey. ¿Estaba contándole su vida?

—Divagué por cientos de años como aquella criatura de la noche hasta que se rompió la maldición. Fue entonces que juré vengarme de todos sin importar que tan poderosos fuesen.

Se dio la vuelta, extendió ambos brazos y más hologramas aparecieron en los basamentos, a los costados de ellas. Frey se asombró con las imágenes, parecían fantasmas realizando un día cotidiano en la época precolombina.

Hombres con sus taparrabos, mujeres con sus vestidos de mantas y niños jugando. Era todo un espectáculo.

Y, sin embargo, la figura de una hermosa joven de pelo largo, morena y con una mirada aterrada las veía a ambas. En realidad, estaban viendo un fragmento de su vida mientras soportaba las humillaciones justo antes de transformarse en la bestia que la diosa acababa de describir.

—¡Juré vengarme de todos y cada uno de aquellos que me habían hecho daño!

Frey desvió su vista para ver a la diosa de espaldas. Esta la ignoró y siguió caminando, la niña no se quedó atrás. A medida que avanzaban, se aproximaban a la orilla del cerro e inicio del barranco; desde esa altura, Frey podía ver algunas nubes frente a ella.

El vértigo la invadió. Después de los alacranes, lo siguiente a lo que tenía tanto miedo eran las alturas.

—Yo soy Macihuatli —dijo la diosa con voz calmada, pero firme. No miró a Frey, mantuvo su vista frente hacía al vacío del barranco y continuo—. Odie cuando Ahuic me traicionó al convertirse en emisaria de ese infeliz dios de la lluvia.




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