En el silencio hay ruido, en la oscuridad habita la luz y la muerte física representa un nuevo renacer.
El sábado por la mañana hacía un espléndido día soleado por lo que decidí salir a ejercitarme en la montaña y en el camino de ascenso contemplé un esbelto árbol florecido que se erigía imponente, lleno de hermosas flores amarillas de exquisita fragancia.
Acerque mi mano a una de ellas tocándola suavemente, sus bordes redondeados eran de una finura y suavidad encantadora, la miré enternecida anhelando poder comunicarme con ella, mi corazón palpitaba de alegría por ese encuentro fortuito que la vida nos había permitido, en mi afán de humanizar le llame Dalila.
Ella una flor y yo un ser humano, ambas compartiendo este mundo en este tiempo y espacio sin saber a ciencia cierta el porqué de nuestras vidas, viviendo vidas absolutamente distintas.
Mis pensamientos discurrían generosamente imaginando un mundo donde nuestras mentes pudieran conectarse entablando amistad, un mundo perdido en un tiempo indefinido donde el pasado, presente y futuro son conceptos ambiguos, un mundo donde el principio y el fin se unen en un ciclo interminable.
Mis pensamientos crearon un nuevo mundo inspirado en ese encuentro fortuito humano-planta.