Una onda sonora profunda proveniente de los confines del universo era irradiada de modo continuo:
—Hola, soy Mía.
Cada criatura celestial se expresaba de modo diferente creando una sinfonía de colores y sonidos en la infinitud del universo.
Los cuerpos estelares otorgaban su lugar de honor a aquella bella criatura llamada Mía que brillaba, flotaba, tenía hermosos pétalos rojos desde la perspectiva humana y vivía su vida como tú y yo la nuestra.
Flotaba simplemente existiendo, viviendo la vida que Dios le había concedido en un tiempo y espacio incomprendido a nuestros cinco sentidos humanos.
Ella existía en un presente que fluía como un manantial en profunda introspección, había sido diseñada por el Dios creador con el objetivo de embellecer el universo viviendo en el placer perpetuo.
El placer extremo la hacía un ser que habitaba libre de la variabilidad emocional en un estado apenas consciente enfocado en el presente, libre de la memoria y de la consciencia del futuro, Mía solo fluía.
Al flotar junto a las otras formas de existencias, todas querían acariciar su alma para sentir esa corriente divina que brotaba de su interior y era irradiada a través de su belleza cristalina color carmesí con toques dorados llena de movilidad.
Mía vivía bajo el precepto de la eterna juventud, jamás se enteró de cuando se convirtió en un ser gestante de un ser igual a ella que ahora flotaba en sus entrañas como ella lo hacía en el mar universal.
Pero entre los espasmos del éxtasis en un momento dado se coló un pensamiento ajeno a su naturaleza inicial, era una frase venida quizá de alguna otra criatura sumida en un modo de vida diferente con conciencia quizá diametralmente opuesta a la suya, o quizá de Dios mismo. Al principio su vida seguía siendo habitar en el éxtasis, pero esa corta frase empezó a vivir en su subconsciente y lentamente comenzó a apoderarse de su conciencia restándole tiempo al simple placer de existir.
La frase expresaba:
—Mía, se acerca el fin de tu existencia…
Un leve dolor se comenzó a apoderar de sus entrañas expandiéndose a todo su ser, salvo a aquella criatura gestada que vivía a expensas de ella. Mía Ignoraba el cómo y el por qué de este singular hecho, su vida siempre había sido vivir en un éxtasis permanente que apuraba el manantial del placer en todo su ser.
Lentamente el placer se comenzó a transmutar en dolor, sus rojos pétalos ya no absorbían los rayos estelares con la eficacia de antes. Ya en su vuelta por el universo algo importante había variado, esas otras criaturas anhelantes de disfrutar el placer que irradiaba, incluso acariciando el secreto deseo de robar su identidad, para vivirla y saborearla; ahora la sentían diferente, guardando nostalgia por tiempos pretéritos al contemplarla y en muchos casos guardando distancia de su cambiado ser. En el fondo nadie quiere ver a un ser cercano sumirse en las aguas profundas de la muerte pues refleja en las otras el único destino seguro que las hermana.
Esa frase inicialmente inconsciente vertida al consciente ahora fluía por el torrente de todo su ser. Sus pétalos hinchados de un rojo más tenue, repentinamente comenzaron a experimentar algo similar al dolor antesala a la despedida.
Sus pensamientos antes únicamente circunscritos al placer del presente ahora se tornaban aciagos, Mía vivía sin plena consciencia el final de sus días. Una penúltima frase lanzada al universo, sordo, ciego, inalcanzable en una eternidad de perpetuación fue irradiada a miles de millones de kilómetros a modo de despedida:
—Soy Mía…
La agonía apagaba a cada instante el placer de su vitalidad, una vibración inaudible un grito lanzado al mar de la existencia eterna encontró oídos indiferentes:
—Fui Mía…
Ahora Mía era un eco del ayer y de las profundidades de sus entrañas muertas emergía esa criatura vigorosa y llena de vitalidad placentera que ahora comenzaba a vagar por el universo, todas las otras deseaban acariciar su ser, simplemente era una existencia circunscrita al placer, sin memoria, ni futuro solamente surcando las olas del presente, un nuevo nombre se perfiló en el mar universal:
—Hola, soy Nía
Fin