Nuestra efímera vida es un preciado regalo cuyo origen proviene de esa divinidad creadora del universo, divinidad completamente incomprensible a nuestra modestia humana.
BilliebikeCCS
Hoy contemplando el firmamento desde mi balcón, disfruto la preciada compañía de las estrellas que titilan a la distancia muy seguramente guardianas silenciosas de tantos secretos…, la luna llena imprime un aura de misterio y me hace pensar que quizá lo más asombroso de la creación universal en especial al tratarse de la creación humana es aquella que va más allá de la materia: es ese ser emocional que somos, seres emocionales experimentando la corporeidad al transitar por la vida de modo unidireccional. Y mientras disfruto en soledad mi momento de paz, unos personajes llaman a las puertas de mi corazón y quería compartir con ustedes sus voces…
Eduardo era un pequeño de salud quebrantada, desde que había nacido de modo prematuro su salud era un asunto de gran preocupación para sus afligidos padres.
Lamentablemente había quedado con parálisis cerebral como consecuencia de haber nacido tan prematuro, su mamá Erica y su papá Felipe sufrían infinitamente por su condición de salud.
Erica de algún modo se sentía culpable de que su cuerpo no le permitiera albergar por más tiempo a su amado hijo, se decía una y otra vez revolcándose en la sensación perenne de culpabilidad:
—Dios mío, ¿por qué a mi hijo le sucedió esta gran desgracia?…, si mi cuerpo hubiera sido más resistente, mi embarazo hubiese llegado a término y mi niño no hubiese sufrido daño neurológico y muy seguramente sería un niño normal, como tantos otros… Dios mío, ¿por qué justamente a nosotros nos ha tocado vivir esta desventurada circunstancia?, Dios, yo siempre he sido una buena persona entonces ¿por qué nos abandonaste como familia en el momento más importante de nuestras vidas?… Yo daría gustosa mi vida por ver a mi hijo gozando de salud.
Erica suspiraba anhelante y por momentos imaginaba a ese maravilloso hijo que repentinamente se levantaba de su silla de ruedas caminando tranquilamente; soñaba que él le hablaba intercambiando incluso chistes, que se convertía en un estudiante aventajado y que además tenía muchos amigos. En fin Eduardo se convertía mágicamente en el niño que siempre soñó desde que supo que estaba embarazada y empezó a soñar en aquel preciado tesoro llena de la más pura ilusión.
Sin embargo, no tardaba en volver a la realidad al mirar a aquel pequeño tan amado sentado en su silla de ruedas, con la mirada perdida en el horizonte, viviendo en su propio universo, muy seguramente mucho más cerca de Dios pero incomprensible para sus padres. Eduardo era un alma que parecía existir ajena al tiempo y espacio circundante, solo habitando un cuerpo por un hecho fortuito del destino.
Erica al mirarlo soñaba con poder escudriñar sus pensamientos profundos, llegar a su alma y comunicarse con él a plenitud más allá de las caricias, abrazo y cuidados que día a día le proporcionaba sin mucha respuesta más que una leve sonrisa y una brevísima mirada carente en muchos casos de profundidad. Él era una presencia llena de tantas ausencias y sin embargo en la ausencia el amor también se manifestaba de modo milagroso llegando a los corazones de sus padres, llenándose aquella bendita familia de amor aún en la adversidad.
Sin embargo, muchas veces el silencio de Eduardo causaba un ruido terrible en la mente de Erica y su esposo Felipe, que a veces los hacía sumirse también en un oscuro silencio, vagando cada uno en su mundo interior.
Al principio cuando era sólo un bebé estaban llenos de esperanzas y sueños de un venturoso porvenir, pensaban que con el tiempo mejoraría su condición, para luego despertar del ensueño entre lágrimas de dolor ante la desilusión de ver y sentir el transcurso del tiempo sin avances en su desarrollo general.
Los otros niños crecían, progresaban y hacían amigos y Erica los contemplaba a la distancia sintiendo en su corazón de madre dicha por aquellos afortunados pequeños que tenían la oportunidad de poder vivir la vida en libertad, de tener la dicha de poder soñar…, entre tanto que ella seguía paseando a su adorado Eduardo que parecía prisionero de su cuerpo en aquella silla de ruedas, cuyas ruedas se desplazaban lentamente, silenciosamente en aquel pavimento donde algunos niños pintaban figuras alusivas a la vida de una niñez vivida en la plenitud de la salud.
Algunas madres la saludaban con cariño, otras la ignoraban o se hacían las desentendidas lamentando quizá a lo profundo de su ser su dolor del alma.
Con el tiempo ambos esposos se convirtieron en figuras físicas que se acompañaban en soledad, cada uno enfocado en el trabajo y las duras tareas cotidianas que eran mucho más duras con aquel hijo tan especial… Intentando a tantos distraer la mente con libros, videojuegos o cualquier cosa que los alejara de la cruel realidad que se avizoraba incierta y sobre todo sombría: la de un hijo condenado a una eterna infancia con necesidad de asistencia por el resto de sus días, lo cual los sumía en una perpetua incertidumbre por mucho amor que le tuvieran.
Erica miraba a su amado hijo sintiendo un amor profundo lleno sin embargo, de infinita piedad por aquellos sueños sepultados para siempre quizá en algún rincón perdido de otra realidad paralela.
Erica muchas veces hasta llegó a pensar que él en cierta forma ya no estaba entre ellos, era como una figura fantasmal que sólo vivía un brevísimo presente que fluía sin cesar ajeno al futuro, o a esa ficción que creemos poseer llamada futuro, aun cuando solo el presente existe brevemente para luego desaparecer.
Ambos esposos se preguntaban hasta saturar sus mentes desesperadamente: ¿qué sería de Eduardo cuando ambos no estuvieran en su vida?, también se preguntaban sin obtener respuesta consoladora alguna: ¿quién le cuidaría?, ¿quién le amaría y le comprendería en su discapacidad? Sobre todo el día que ellos faltasen.