Crónicas Fantasiosas De Nuestro Universo

Un minuto de silencio por la brevedad de la vida: El discurrir de los años

El caudal de los años discurrió implacablemente sobre aquellas tres almas que vagaban por la vida prisioneros del tiempo y el espacio circundante. Eduardo durante este tiempo continuó aumentando de estatura y peso, por lo que cada día se hizo más duro atenderlo en todas sus necesidades primarias, razón por la cual tareas cotidianas como bañarlo, cambiarle la ropa y sobre todo ponerle los zapatos y alimentarlo representaban duras faenas que eran todo un desafío, esto obligó a Erica a reducir su jornada laboral al mínimo, lo cual tuvo un impacto económico en su forma de vida sobre todo al tener que seguir costeando terapias en la busca de mejoría. Cuando uno tiene un hijo especial el amor es un faro que siembra esperanzas aún cuando se deban sortear graves dificultades y el futuro luzca sombrío.

Felipe y Erica que una vez fueron una pareja feliz y unida, después del nacimiento de su hijo se fueron distanciando emocionalmente en el transcurso de todos aquellos años llenos de dura cotidianidad que debieron vivir con mucho sufrimiento por lo que terminaron de aislarse, cruzando apenas breves palabras.

Su lecho finalmente se convirtió en un campo de concentración, lleno de alambre de púas y minas donde las balas verbales surcaban el aire velozmente cada vez que intentaban dialogar y muchas veces se sumieron en la indiferencia, definitivamente un silencio lleno de emociones dolorosas los terminó por separar.

Erica en su mundo interior había tejido una realidad paralela donde era una esposa felizmente apreciada por un esposo gentil y compasivo y tenía la dicha de que Eduardo era un hijo con un brillante porvenir que hablaba, reía, jugaba e incluso hasta llegó a soñar que ambos se habían animado a tener un nuevo bebé y ahora ella era la feliz madre de una niña imaginaría a la que llamo Mariela, Mariela al ser una maravillosa hija fungía como su gran consuelo.

Un buen día Felipe no pudo resistir más el frío en el alma, el dolor de ese hijo discapacitado pesaba mucho en su corazón, lo cual aunado a la presencia de una esposa ausente dedicada a la salud de Eduardo, se le hizo intolerable, muy en el fondo él anhelaba con desesperación ser amado y consolado. Por lo que terminó refugiándose en los brazos de un nuevo amor buscando olvidar sus penas del alma…, una nueva mujer que poco a poco se lo fue llevando a un mundo más feliz y lleno de los placeres sensuales que ella se había olvidado de prodigar de tanto cuidar y angustiarse por su niño discapacitado.

Por último, su presencia física se empezó a hacer cada vez más escasa y un día descubrió con amargura que el final había llegado para ese amor que una vez había llenado de dicha sus días.

Felipe siempre siguió al pendiente de su hijo, cubriendo gastos médicos, costosas terapias y paseando juntos los fines de semana pero ya nunca más volvería a ser para Erica su Felipe, ya nunca más volvería a estar entre sus brazos y mucho menos recibir un beso de sus labios…

Ahora eran solo una Erica rota de dolor y su amado niño ausente: Eduardo habitando una casa aún más solitaria.

Eduardo era un ser humano que permanecía atrapado entre dos mundos y sin embargo el corazón amoroso de Erica no tenía límites dedicándose a su cuidado con esmero, cantándole, hablándole, aunque sus mundos apenas se cruzaran, ella estaba allí para él para amarlo, para cuidarlo, para sonreír cada vez que él sonreía aunque fuese tan sólo por un breve instante.

Sin embargo, ella sintió miedo al verse tan sola, por lo que lloró lágrimas de cristal que rompieron sus mejillas como cuchillos filosos, pero sacó valor del alma para caminar por los caminos de la vida con Eduardo sobre sus hombros sorteando senderos sinuosos hundiendo sus pies en la arena caliente de un desierto infinito cuyos granos se introducían como alfileres en la piel de sus pies con cada paso que daba bajo la inclemencia de un sol abrasador.

Su alma estaba tan quebrada que lloraba por dentro sin que lágrimas brotasen de sus ojos, abrazada únicamente por la sed que había secado y resquebrajado toda su alma al estar condenada a la rudeza de un desierto que parecía eternizarse en el tiempo, sólo el amor maternal la hacía emerger del dolor para seguir cuidando y luchando por su hijo…

De nada valía pedir ayuda, nadie parecía interesado en apaciguar su alma dolorida, todos eran sordos, ciegos y en muchos casos aunque quisieran colaborar eran impotentes a su pena, todos seguían sus vidas lo mejor que podían y a la vez ella comprendía que nadie podía hacer nada por su hijo discapacitado y por ella más que brindarles un poco de afecto y buena compañía.

Los arreboles mañaneros, los días coloridos, los lluviosos, las tardes crepusculares y las noches estelares se unieron en un ciclo interminable convirtiéndose en semanas, meses y años…, hasta que un buen día Eduardo ya muy enfermo en cama habiendo vivido treinta años de invalidez miró con un brillo inusual como forma de agradecimiento a su canosa y cansada madre, madre que lo cuidaba como si fuese un bebé desde el día que nació llena de amor y devoción con su corazón anhelante siempre de un milagro que jamás llegaba…

Entonces sucedió el milagro tan esperado, sus miradas expresivas se cruzaron en un abrazo eterno, comenzando a nadar ambos en un lago profundo de amor y al mirar al cielo descubrieron la presencia de Dios, atemporal, sanador.

Ahora Erica y Eduardo están en la luz de un Dios misericordioso, ahora sus almas son parte del universo de los pensamientos de ese Dios bondadoso que no se cansa de soñar enamorado, ahora el concepto de temporalidad es una entelequia distante, solo hay paz y plenitud en la morada del Señor.

Felipe siempre estuvo pendiente de su hijo y lo amó con el alma hasta su último día de vida en que casualmente falleció junto a su madre, él decía que Eduardo había sido un hijo hecho de lágrimas, un hijo profundamente amado por el solo hecho de haber pertenecido a este mundo.




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