La Señora María Luisa era una excursionista asidua al cerro El Ávila, los fines de semana tomaba su mochila con agua y víveres para recorrer los incontables senderos que ofrecía generosamente la montaña. El senderismo constituía su gran terapia heredada de su hijo Santiago fallecido trágicamente de un disparo de arma de fuego en el año 2017 en el marco de una protesta callejera contra la dictadura Venezolana.
A raíz de este terrible suceso su hija mayor Andrea decidió marcharse del país específicamente a Miami en busca de un mejor porvenir, quedándo María Luisa absolutamente sola pues había enviudado joven.
Al recordar a su amado Santiago pensaba rota de dolor: «mi amado hijo..., extraño tu risa, tu espíritu lleno de alegría, tu voz cálida, esos ojos que me miraban llenos de curiosidad y tus abrazos cariñosos. Santiago, mi amor, tu inesperada partida ha convertido mi vida en una verdadera agonía…, caramba, tantos te quiero emitidos al aire sin respuesta, tantos abrazos al vacío en ese afán mío de recrear una y otra vez líneas de vida donde tú aún vives».
El cerro El Ávila se había vuelto un refugio para su alma en pena, en el fondo cada vez que caminaba por algunos de sus senderos buscaba abrir un agujero en el tiempo que le trasladarse al pasado permitiéndole encontrarse con ese hijo ahora condenado a vivir prisionero en su corazón, un recuerdo con un trágico y doloroso final.
María Luisa, una mañana azul celeste de sábado, se levantó anhelante…, su amado cerro la esperaba, había soñado la noche anterior que Santiago aún vivía y que deseaba enviarle desde la montaña un mensaje para que ella comprendiera que él continuaba existiendo. Por ello, rápidamente se incorporó de la cama y acomodó su mochila con refrigerios y agua suficiente.
Ese día subió al Pico Naiguatá por la entrada de La Julia. El ascenso como siempre puso al límite sus destrezas físicas pero a la vez la mantuvo concentrada y sobre todo distraída de ese dolor agudo y sostenido que le producía la ausencia permanente de Santiago; en algún momento del trayecto recordó con una mezcla de alegre melancolía aquel maravilloso día en que él la había invitado a una excursión similar hacía ya 10 años, donde al final del paseo merendaron unos sándwiches de jamón y queso sobre una piedra en la parada llamada El tanque rodeados de la naturaleza y una privilegiada vista a la ciudad de Caracas. En ese preciso lugar rodeados por la naturaleza entre risas, se atrevieron a soñar con un porvenir que se desdibujó totalmente con su repentina partida de este mundo.
Al hacer cumbre, María Luisa vio a unos jóvenes que la saludaron afectuosamente llamándola “señora”, estos gentiles chicos le recordaron a su hijo, pues contaban con una edad similar a la que Santiago tendría si todavía estuviese con vida. Una vez que se fueron dejándola a solas en la compañía de la cruz que marcaba la cumbre, una lágrima furtiva se escapó de su ojo derecho llegando a su mejilla y de allí a un bloque de piedra que acompañaba a la cruz, en ese instante María Luisa sintió una brisa cálida que la envolvió completamente dándole sosiego a su alma afligida y entonces una voz proveniente del más allá le dijo cariñosamente :
—Mamá querida te amo, no sufras más por mí, yo y papá estamos muy bien…
María Luisa se agitó, pensando que soñaba despierta y que su sufrimiento la había llevado al delirio, mas, al mirar a su alrededor, vio un objeto reluciente sobre una de las piedras de los alrededores del área donde se erigía la cruz.
Con paso trémulo se acercó y vio el dije de cruz que llevaba su amado hijo el día en que fue asesinado y que le había sido arrebatado en aquel momento en que forcejeó con aquel delincuente que posteriormente le arrancó la vida. María Luisa comenzó a llorar y dijo en voz alta desesperada:
—¡Mi amor, te extraño infinitamente y te llevó prendada en mi corazón! , ¿cuándo tendré la inmensa dicha de volverte a ver?
La voz cercana y angelical le respondió enseguida:
—Mamita, toma en tus manos mi cruz, allí conseguirás grabada la fecha en que nos volveremos a encontrar en la plenitud de Dios. María Luisa tomó la cruz con sus manos temblorosas y se fijó que de un lado estaba esculpida la imagen de Cristo crucificado y al darle la vuelta apareció marcada la siguiente fecha: 20 de septiembre del 2030.
María Luisa conmovida sintió el abrazo suave y contundente de aquel hijo que ahora reposaba junto al Creador y pensó emocionada: «Dios mío, mi agonía por tu ausencia hijo ya tiene una fecha final, haré de estos días que me restan los mejores de mi vida para honrar tu santo nombre».
El cielo repentinamente se oscureció y por un espacio de tiempo indefinido una estrella lejana salió a relucir de entre las demás emitiendo unos coloridos destellos de luz de modo rítmico, María Luisa emocionada comprendió que esto era una señal que le enviaba su hijo, que con la venia de Dios se había convertido en una estrella.
Maria Luisa en ese momento, anhelo más que nunca abrir un agujero en el tiempo para gozar de su eterna compañía, convirtiéndose ella también en una estrella más.
Fin