El 3 de enero estábamos Juan José y yo disfrutando de las vacaciones decembrinas. Muy temprano me asomé al balcón de mi casa y al ver el imponente cerro El Ávila sentí que la montaña me llamaba silenciosamente con su belleza; con mi corazón enamorado decidí acudir presurosa a reunirme entre sus brazos.
Ascendimos mi esposo y yo vía al Puesto de Guardaparques Sabas Nieves, nuestra idea era llegar al Pico Occidental con la idea de disfrutar una rica merienda ante la fascinante vista a la ciudad de Caracas y en el extremo opuesto La Guaira y sus hermosas playas.
En el camino Juan José se adelantó por estar más entrenado, dejándome sola en mi ascenso por unos instantes en la buena compañía de la majestuosa naturaleza y la grata compañía de querrequerres, colibríes y coloridas mariposas.
Algunos claros dejaban ver el azul del cielo, el clima se hacía más fresco a medida que ascendía.
En ese momento pensé que uno cree que recorre a gusto las rutas del Ávila cuando en verdad las rutas del Ávila lo recorren a uno llevándolo a un éxtasis del alma.
Al pensar en esto ya llegando a la silla de Caracas, observé fascinada la ciudad de Caracas, tan diminuta a esa distancia…, observé mi smart watch eran las 2 de la tarde y el sol se alzaba con fuerza imprimiendo brillo al azul del cielo.
De pronto me sentí envuelta en una densa nube, un frío inusitado atravesó cada poro de mi piel y una sensación de extrañeza invadió todo mi ser.
Al salir de la nube contemplé un paisaje desconocido, una vegetación más densa y frondosa me rodeaba y al voltear extrañada en la búsqueda de mi amada Caracas mis ojos no daban crédito a lo que contemplaba, mi cerebro se negaba a la singular "realidad": ¡La ciudad simplemente se había esfumado! Contemplaba a la distancia unas pocas y diminutas casas coloniales de techos rojos, muchas áreas verdes, sembradíos…, eso era lo único que mi vista contemplaba, el asombro me invadía y el miedo no tardó en inundar mi mundo interior.
Mi corazón palpitaba con tanta fuerza que casi lo podía escuchar. Me pregunté llena de dudas:
«¿Dios dónde estoy realmente?, ¿qué extraña situación estoy viviendo?»
Con desespero llame a mi esposo:
»—¡Juan José!, ¡Juan José!, ¿ Dónde estás?,¡ Ayúdame!... — el silencio fue interrumpido por una voz amable que con acento extranjero me respondió enseguida:
»—¡Misericordia, por Dios!, ¿Quién clama por ayuda? — luego expresiones en un idioma foráneo que era incapaz de comprender.
Aquellas palabras me llevaron al borde del pánico obligándome a guardar silencio y sin embargo el aguijón de la curiosidad le ganó a mi miedo inicial llevándome velozmente a buscar al poseedor de aquella misteriosa voz, imaginándome que quizá sería un turista y con mis manos temblorosas retire unas ramas que creía obstaculizaban mi vista…, efectivamente contemplé a un extranjero, pero…, sus ropas, su calzado, su indumentaria en general parecían las propias de un tiempo muy lejano ¿quizá como las que tantas veces he visto en los libros de historia que en dibujos y pinturas muestran sucesos propios del siglo XVIII o tal vez principios del siglo XIV ?
Él escuchó el sonido de las ramas y enseguida volteó…, por un instante nuestros ojos hicieron contacto a unos pocos metros...,él con aquellos impresionados ojos azules, constelaciones llenas de sabiduría de un tiempo quizá lejanísimo y los míos dos ojos marrones, de pupilas dilatadas por el asombro y el pánico…, un pánico que me dejó estática como la piedra, venciendo mi miedo, sin embargo, me atreví a estirar mi mano en mi afán de quizá tocarlo y corroborar si su presencia era un hecho real o una tal vez una visión fantasiosa y entonces…, su imagen se desvaneció como por arte de magia, así como el intenso silencio que me rodeaba fui sustituido por el leve rumor citadino.
Jamás en mi vida podré olvidar este extraño suceso y aún la imagen de este hombre foráneo se presenta habitualmente en mis sueños.
Pero volviendo a aquel día…, al poco rato unos excursionistas pasaron a mi lado saludándome con cortesía, yo aún con mi corazón acelerado por la inexplicable experiencia reanude mi marcha aceleradamente y al poco rato me encontré a Juan José que estaba sentado en uno de los montículos de la silla de Caracas bebiendo agua y sacando una granola de su morral. Por supuesto le conté lo ocurrido y después de mirar a todos lados en busca de algo fuera de lo habitual, me acompañó en mi sentir lleno de asombro.
Siempre me quedará la duda de quién sería aquel hombre que ví aquel día, sé que él me vio a mi también y tal vez guarde ese recuerdo en su memoria como un secreto. A veces bromeando en mi mundo interior pienso que ese día quizá conocí en persona al mismísimo barón Alexander Von Humboldt, que justamente el 3 de enero de 18000 estuvo en la Silla de Caracas y tal vez ese día nuestras vidas se cruzaron en un tiempo-espacio desconocido envuelto en un misterioso secreto.
Y tú, sí tú que lees estas líneas…, crees fielmente en tu "realidad". ¿Habrás tenido algún encuentro con lo desconocido?
Fin