Crónicas Fantasiosas De Nuestro Universo

Soy un muñeco llamado Asteroid 3.000 Capítulo 1: Una vida de estrechez económica

—¡Mamá, yo quiero el Asteroid 3.000!, cómpralo, cómpralo mamá por favor, mira que saqué excelentes notas... —mirada suplicante de un precioso niño de 8 años de tez morena y enternecedores ojos avellana.

—Es verdad Marcelo, Carlos es el mejor estudiante de su clase, se merece su muñeco… —Gisela miraba entristecida las estanterías donde reposaban cajas decoradas con motivos alusivos al espacio, en cuyo interior a través de la lámina de acetato transparente se podía ver al llamativo muñeco Asteroid 3.000, el muñeco que protagonizaba la serie espacial llamada: Los Planetas, serie que estaba de moda entre los niños de su edad y que narraba la historia de un héroe alienígena proveniente del exoplaneta Próxima Centauri b que incursionaba por diversos planetas de la constelación Centauro y del Sistema Solar con el fin de erradicar el mal. Gisela viendo a su hijo embelesado admirando el juguete se sentía afligida sin embargo, su tristeza se debía a su más que modesta situación económica de muchos años de antigüedad que no le permitía darse ningún tipo de gustos no solo para ella sino para su amada familia, en especial a su único hijo llamado Carlitos.

Marcelo sintiéndose también algo incómodo con su situación financiera miró a Carlitos diciéndole con cierto fastidio que ocultaba a lo profundo de su ser pesar:

—¡Pero por Dios, Carlitos, hace dos meses te compré otros juguetes…, ya sabes que estamos viviendo una situación económica difícil hijo —luego miró a Gisela, qué apesadumbrada contemplaba también una de las cajas del juguete y le comentó disgustado—: ¡Por favor Gisela, no te pongas así, pareces tú la niña…, ya sabes que no es bueno darle todo lo que piden a los niños!, es cosa de lógica elemental — de pronto apartó la mirada de ambos y se dio la vuelta algó molesto con la actitud especialmente de su esposa e inició su caminata por los amplios pasillos de la tienda departamental de un conocido centro comercial yendo específicamente al área de las herramientas, con la finalidad de conseguir unos alicates y así poder hacer trabajos de electricidad en casa.

Gisela sintió empatía por la frustración y la tristeza que embargaba a Carlitos, por lo que amorosamente lo abrazó y mirándolo a los ojos le dijo:

—Amor, no te preocupes, yo veo cómo convenzo a tu papá de comprarte el juguete, comprende que estamos pasando una situación económica difícil mi amor, de todos modos hijo yo he reunido un dinerito… , el caso es que no te pongas triste vas a tener a Asteroid 3.000, tú te lo mereces todo, eres el mejor estudiante de la clase y mami está muy orgullosa de ti, no lo olvides, así que yo te prometo que vas a tener tu juguete — después de decirle esta palabras estrecho entre sus brazos a su preciosos hijo.

Carlitos deseoso de tener el juguete en ese mismo instante sin embargo, asintió algo triste dándole un lánguido beso en la mejilla a su mamá y luego enfocó por última vez su vista a través de la lámina de acetato que dejaba ver con total claridad la imagen al completo del hermoso muñeco de origen extraterrestre que descansaba en el anaquel, precioso muñeco en cuyos ojos se dibujaban las imágenes de un cúmulo de estrellas que emulaban la constelación Centauro y que de noche según narraban las instrucciones de la caja hacía las veces de lámpara reflejando en la pared y el techo diversidad de estrellas, así como tenía un botón en su panza que le permitía emitir cortas frases.

Carlitos contrariado tendió por última vez una de sus manos infantiles hacía el anaquel acariciando una de las cajas que contenía el precioso Asteroid 3.000 sintiendo sin embargo, una triste resignación, para finalmente mirar a su madre y seguir caminando en silencio para rápidamente darle alcance a su padre que ya estaba en la zona de las herramientas.

Lamentablemente Carlitos ya estaba acostumbrado a escuchar en su casa frases como: "No se puede ahora hijo, después te lo compramos pues ahora no hay dinero, somos pobres, la quincena no me alcanza para nada hijo, tengo que pagar estas deudas y no se como hacer, pídele por favor prestado dinero a tu hermana Amelia, Gisela que yo ya no puedo más, ¡ay Dios…, no sé cómo vamos a hacer con los gastos este mes! y pare de contar… "

Los juguetes que Marcelo le había comprado efectivamente hacía ya dos meses, eran apenas unos juguetitos en oferta que costaban $5 dólares cada uno, pero la economía de ambos venezolanos era lo que les permitía costear después de pagar las innumerables cuentas pendientes. La depauperada situación económica, política y social venezolana había hecho merma en los bolsillos de la gran mayoría de ciudadanos de bien, quienes vivían lo mejor que podían la ya habitual situación de perpetua crisis económica y la carestía, aunque muchos habían optado por escapar a las inclemencias de la crisis, emigrando a otros países en la búsqueda de un mejor porvenir, sueños que a muchos los había sumergido en una aparente vida más próspera sin embargo, a cambio múltiples deudas, una vida solitaria sin familia y con la extrañeza en el alma de haber tenido que dejar atrás a la siempre bienamada patria.

Pero aquel día domingo en el bullicioso centro comercial, Gisela viendo a Carlitos muy triste, recordó con nostalgia su maravillosa infancia vivida en aquella Venezuela próspera de principios de los 80, donde todos vivían mejor y podían prosperar y donde era común que los fines de semana se reunieran familiares y amigos en festejos y reuniones íntimas llenas de alegría, risas, buena comida y juguetes bonitos para los pequeños de la casa.

Al comparar su antigua realidad con la vida actual de su hijo, no puedo dejar de sentirse muy apesadumbra y hasta culpable por haber tenido ella una infancia tan feliz, en la cercanía de sus seres amados y viviendo una situación económica infinitamente mejor, mientra que a su amado hijo le había tocado vivir en un país sumido en una perpetua crisis; y es que al ir cayendo la patria en una desventurada descomposición política, económica y social: todos sus familiares se habían visto obligados a emigrar, razón por la cual Carlitos no jugaba jamás con sus primos pues residían en Madrid. De pronto, sintiendo la tibieza de la mano de su hijo con su alma rota, lloró silenciosamente desde su corazón mostrando sin embargo, un rostro inmutado para no llamar la atención de nadie o disgustar más aún a su esposo.




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