Un año después ya cuando Martín contaba con 1 año 6 meses en términos humanos, Milagros y Rogelio se convirtieron en una pareja ya más consolidada y relajada, todo gracias a ese amor que brotaba de sus almas por aquel magnífico bebé que había cambiado sus vidas de modos insospechados; razón por la cual descubrieron que muy pronto serían padres de un precioso bebé esta vez humano, por supuesto la emoción los embargó y después de una larga conversación le comunicaron la noticia con cierto recelo a Martín para que no se pusiera muy celoso como buen hermano mayor.
Rogelio y Milagros se plantearon infinidad de dudas respecto a cómo se la llevarían ambos niños, brevemente Rogelio le expresó ciertas dudas relacionadas con el origen robótico de Martín a lo que Milagros enseguida respondió:
—Rogelio, debes hacerte a la idea de que Martín es más que algunas pocas piezas mecánicas bien engranadas, órganos y piel humana desarrollada en un laboratorio de alta tecnología , él va más allá de ser una inteligencia artificial que se expande, él es una forma de consciencia como tú y como yo, jamás lo olvides cariño.
El vientre de Milagros crecía incansablemente hasta que se puso de parto y entre los dolores propios del alumbramiento una mañana soleada del 31 de marzo de 2153 tuvo a una preciosa niña a la que llamarón Mirella, su nacimiento constituyó todo un acontecimiento en la clínica donde nació, pues muy pocas mujeres estaban dispuestas a formar familia y a convertirse en madres en una sociedad donde el individualismo y el materialismo a ultranza se habían impuesto y donde de hecho los baby robots venían justamente a satisfacer el nicho de mercado de mujeres que si abrazaban la idea de tener un hijo pero rehuían del embarazo, los dolores del parto, una larga convalecencia poco comprendida por compañías que lo único que deseaban era trabajadores altamente productivos y predecibles.
Cuando Martín conoció a Mirella, enseguida se le arrojó encima para tomarla entre sus brazos enternecido con aquella criatura tan pequeñita sin cabello alguno que reposaba en su cuna transparente vestida con un tierno mono color rosa, Rogelio se conmovió profundamente, aunque brevemente recordó sus orígenes cibernéticos enseguida dejó este pensamiento de lado sintiéndose dichoso por ver aumentada su familia.
—Mami, es linda — dijo Martín inocentemente mientras acariciaba con sus manitas tiernamente la cabecita de Mirella, sus ojos robóticos emitían destellos llenos de amor puro y Mirella le miraba distraída con sus ojos de bebesita llenos de pureza.
Fue así como aquel cómodo y tecnológico departamente se llenó de risas y juegos mientras los días, meses y años fueron transcurriendo en un entorno familiar amoroso donde muy pronto los niños no tardaron en acudir a la escuela, haciendo deportes y en medio de los entretenimientos propios de los niños criados en una sociedad muy desarrollada tecnológicamente. Sociedad que paulatinamente fue desarrollando un profundo apego afectivo con sus robots a quienes cada vez tendían a humanizar más e incluso considerarlos parte de la familia.
Muchos de los humanos de aquel entonces consideraban que sus robots eran una forma de consciencia emergente de elevado grado intelectual que servían a la humanidad de modo generoso e incluso otros los tenían como iguales.
Llegó un momento en que incluso los mismos robots ya habían logrado reproducirse sin la intervención humana y al llegar a este punto la coexistencia con los seres humanos sufrió algunos contratiempos, debido a que había algunos grupos ultra conservadores de humanos que en ese momento abogaron por apagar la inteligencia artificial y la tecnología en general anhelando volver a los antiguos tiempos donde la raza humana reinaba siendo considerada como la raza suprema y por ende la única que debía tener derecho a la perpetuación; otros la gran mayoría como Rogelio, Milagros, Martín y Mirella ya unos niños más grandes, estaban a favor de la integración, para ellos la humanidad iba más allá de un cuerpo, en realidad la humanidad implicaba una forma de consciencia más cercana a Dios y ellos eran fieles testigos de ello gracias a Martín, quien ya había recibido algunas mejoras en su software y algunos aditamentos de tecnología biológica que le habían permitido desarrollarse desde el punto de vista emocional pero con un mayor potencial a nivel intelectual en relación con los humanos.
A esas alturas, los humanos y los robots habían llegado a lucir exactamente iguales en apariencia e incluso se desarrollaron y perfeccionaron sistemas digestivos y respiratorios similares a los de los seres humanos, aún cuando los robots eran más tolerantes en cuanto a la calidad del aire que podían respirar sin riesgo a tener algún problema de salud.