Crónicas Mágicas :elías y el Legado del Fundador

Capítulo 3: El Pasaje del Ascensor Perdido

La flor escarlata en el porche era una mancha de color imposible en la noche gris, un grito silencioso de que la realidad se había torcido sobre su eje. Dentro de la casa, el aire era denso y cargado de preguntas sin respuesta. La profesora Valdivia se había sentado en uno de los viejos sillones de la sala, sin haber sido invitada, pero con una autoridad tan natural que parecía haber estado siempre allí. La abuela Inés, después de recuperarse del shock inicial, había pasado al modo de una leona que protege a su cachorro. Estaba de pie, con los brazos cruzados, entre la mujer y su nieto.

—¿Magia? —repitió Inés, la palabra sonando extraña y absurda en su propia sala—. Señora, somos gente sencilla. Mi nieto tiene una condición, está delicado…

—Con el debido respeto, señora Rojas, su nieto no está delicado. Está desafinado —dijo la profesora con una calma que desarmaba—. Imagínese que es un instrumento musical de una calidad excepcional, pero que nadie le ha enseñado a afinar. A veces, las cuerdas vibran solas, creando ruidos extraños o rompiéndose. Eso es lo que le pasa a Elías. Caelorth es, en esencia, un conservatorio. Le enseñaremos a leer su propia música.

Elías, que hasta ese momento había permanecido en silencio, aferrado a la carta vibrante, sintió que esa analogía era lo más cercano a la verdad que había oído nunca.

—¿Y por qué él? —preguntó su abuela, la voz un poco más suave, pero aún erizada de desconfianza—. ¿Por qué mi Elías?

—Porque el talento mágico es hereditario, aunque a veces salta generaciones. Su don, la capacidad de sentir la historia de las cosas… es una forma de magia muy antigua y muy rara. Lo llamamos la Voz del Eco Latente —al decir el nombre, la profesora miró a Elías, y él sintió un escalofrío, como si hubiera escuchado el nombre de una parte secreta de sí mismo—. Es un don que debe ser guiado. Si se deja sin control, puede volverse… abrumador. Peligroso, incluso, para el portador.

Esa fue la palabra que lo cambió todo para Inés. Peligroso. Su expresión de rabia protectora se transformó en una de miedo profundo. Miró a Elías, a sus ojos a menudo cansados, a su palidez después de sus "mareos", y vio años de preocupación justificados de una manera que nunca hubiera imaginado.

—¿A dónde… a dónde se lo llevaría? —susurró.

—Caelorth está en Alynthia, un continente protegido, oculto a este mundo. El año escolar dura diez meses, con un breve receso en pleno verano y vacaciones al final del año, cuando los estudiantes regresan con sus familias —explicó la profesora—. Es un internado. Estará seguro, bien alimentado y aprenderá más de lo que jamás ha soñado.

La decisión pendía en el aire, tan pesada como la niebla de afuera. Elías miró a su abuela, a su rostro lleno de angustia. Dejarla era impensable. Era su ancla, su refugio. Pero, ¿y quedarse? Quedarse significaba una vida de zumbidos, de mareos, de ser "el niño sensible", de tener miedo de tocar un simple objeto viejo. Quedarse era, a su manera, una jaula.

La profesora Valdivia pareció leer sus pensamientos.

—Nadie te obligará, Elías —dijo suavemente—. La elección es tuya. Puedes quedarte, y encontraremos la manera de ayudarte a silenciar los ecos. Sería… una vida más tranquila. O puedes venir y aprender a escucharlos, a entender lo que dicen.

Elías pensó en el capitán de la brújula, en su miedo y su anhelo. Por primera vez, se dio cuenta de que no solo había sentido su pánico, sino también su increíble valentía. Quizás escuchar no era solo una carga.

—Quiero… —comenzó, la voz apenas un susurro—. Quiero aprender.

La abuela Inés cerró los ojos, y una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Pero cuando los abrió, había una resolución de acero en ellos. —Entonces, empaca tus cosas, mi niño.

La despedida fue un torbellino de abrazos, lágrimas y promesas de escribir. La profesora Valdivia esperó pacientemente junto a la puerta mientras la abuela le metía un sándwich y una manzana en la mochila "por si le daba hambre en el camino". El abrazo final fue largo y apretado. —Sé valiente, Elías. Y sé bueno.

—Te quiero, abuela.

Con esas palabras, cruzó el umbral, dejando atrás el único hogar que había conocido.

La profesora Valdivia no lo llevó por las calles principales. En cambio, se adentraron en el laberinto de pasajes y escaleras que eran las venas secretas de Valparaíso. La niebla lo envolvía todo, y Elías tenía la extraña sensación de que la ciudad le estaba mostrando una cara que nunca antes había visto.

—¿Hay… hay muchos como yo? —preguntó Elías, su voz sonando pequeña en el silencio.

—Más de los que crees —respondió la profesora—. La magia fluye en muchas familias, a menudo sin que lo sepan. Caelorth acoge a estudiantes de todo el continente.

Caminaron hasta llegar a un rincón olvidado de la ciudad, en la base del Cerro Concepción. Allí, encajonado entre dos edificios modernos, había una estructura de metal oxidado y madera descolorida. Parecía un esqueleto de otra época. Era uno de los famosos ascensores de Valparaíso, pero este estaba abandonado, con un cartel de "FUERA DE SERVICIO" carcomido por el tiempo.

Sin embargo, frente a él, había una pequeña multitud de no más de quince personas. Eran familias. Padres con aspecto nervioso, niños que saltaban de emoción y otros, como Elías, que se aferraban a sus mochilas como si fueran salvavidas. El zumbido familiar estaba por todas partes, una sinfonía de magia expectante.

—Este es el Ascensor Reina Victoria, aunque ahora lo llamamos simplemente El Pasaje —explicó la profesora Valdivia—. Uno de los muchos Portās que conectan nuestros mundos. Mi trabajo termina aquí, Elías. Del otro lado, te estarán esperando.

Lo dejó solo en la pequeña fila. Se sentía terriblemente expuesto y fuera de lugar. Delante de él, una niña con dos trenzas le contaba a su padre todo sobre el Crisol Espectral. Detrás, un par de gemelos discutían sobre qué casa era la mejor. Él no sabía nada. Era un impostor.




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