Crónicas post-apocalípticas

Alianzas inusuales

Sentado junto al fuego, rodeado de los jóvenes y niños del pueblo, el anciano narra una historia para antes de dormir. Los adultos se agregan discretamente para no distraer a los pequeños.

 

La amistad entre hombres y perros es mucho muy antigua. No han cambiado las reglas desde hace milenios. Hombres y animales nos unimos como amigos y con el tiempo nos volvemos indispensables el uno para el otro. Sin embargo, hay un detalle que cambió tras las guerras que mi padre me platica ocurrieron antes de que naciera yo. Antes los perros eran de un tamaño más pequeño. Mi Dingo es unas cinco veces mi propio tamaño, pero eso no impide que seamos los mejores amigos y que seamos, como hasta el momento, inseparables, en nuestros viajes de exploración de juventud, y en nuestra avanzada vejez. Dada mi estatura nadie hubiera pensado que, al menos aquella vez, tuviera más de 15 años, pero nuestra gente no suele calcular la edad ni los años. Somos un tanto libres de pensamiento y obra, y si un joven, como fue mi caso, desea explorar, es bienvenido a hacerlo si demuestra que puede cuidarse solo, y únicamente tendrá permiso de viajar si logra aliarse con un Dingo confiable que lo proteja.

 

En mis manos siento un poco de aire moverse, cierro mis ojos (todos los niños cierran los ojos)… Y de nuevo Soy un explorador. Posiblemente uno muy joven, pero desconozco mi edad exacta, pueden ser 15, tal vez 17 años los que tengo… no es importante.

 

En aquella ocasión pudimos viajar por casi un año antes de encontrarnos con otra familia en especial, ellos también tenían dingos como compañeros, pero no eran tan grandes como el mío, había una sustancial diferencia de tamaño. Pero no era motivo de problema alguno, al contrario, me permitió establecer amistades nuevas con mucha facilidad con los jóvenes de esta familia, las familias que tenemos dingos como apoyos y compañeros, creemos que el tamaño y fuerza del dingo que acompaña al varón representa el vigor y valor del hombre, así que, dada la simbiosis entre dingo y explorador, o dingo y cazador, no es algo tan equivocado. Compartimos el recorrido de seguridad en sus campos de cultivo, pues si bien los frutos de agua son abundantes, es mejor cultivarlos en líneas ordenadas para que reciban la mayor cantidad posible de sol y agua, eso mejora el sabor y el crecimiento de los frutos.

 

Mientras los visito, los jóvenes me comparten una historia del lugar, una historia reciente, en la que dos seres perversos dieron muerte a un niño de la comunidad. Un infante. Un bebé. Los mayores los ahuyentaron, no sin grandes esfuerzos y sin pagar un precio al enfrentarlos sin una estrategia (pensamos en nuestra mente joven e inexperta), pues el padre de la criatura muerta pereció en sus perversas manos. Sólo lograron que se fueran, pero eso fue todo. Los más jóvenes están enojados, y quieren mi ayuda para rasterar a los monstruos. Joven y tonto como era, los acompañé pensando que mi lanza, mi arco, mi astucia y mi dingo, eran todas las herramientas que necesitábamos.

 

Ilusionados con la idea de vengar al niño y a su padre, nos alejamos imprudentemente, con los tambores fúnebres sonando como llamados al combate en nuestros oídos.

 

Paseamos a lo largo de lo que una vez fue una gran ciudad, hoy son altos muros de roca cristalizada, son un espectáculo muy hermoso, el borde brillante y alto, refleja la luz en colores diferentes, como si cada borde tratara de reflejar la piel de la serpiente del arcoiris. El destello de colores ilumina el piso, y da luz y calor, sabemos, porque hay modo de subir este muro y llegar al otro lado, que el lago que con los años se ha acumulado en este cráter por los Wondjina, se encuentra lleno de vida y que la pesca es abundante y muy sabrosa. El único cuidado es con los lagartos, tal como en las eras de mis padres y abuelos, los lagartos son el verdadero problema. Son enormes y cada vez más inteligentes de lo que los mayores recuerdan, pero dado su enorme tamaño es sencillo esquivarlos y cuidarse de ellos.

 

Nos toma tres días enteros simplemente dar con un acceso cercano, el cráter mide muchos kilómetros, y el calor nos hace detenernos un par de veces al día para disfrutar las fuentes de agua que brotan en los bordes del muro, el agua es tibia y limpia. (extiendo mis manos simulando tomar un poco de agua que cae de una cascada imaginaria, los niños más pequeños imitan el gesto). Los lagartos son comunes, ni muy grandes ni muy pequeños, pero hay uno que otro, ocasional, que ha crecido desmedidamente, suelen ser de color blanco con grandes ojos rojos, pero su estructura ósea es similar, la única diferencia son las crestas en la espalda, que levantan y agitan con vibraciones ligeramente sonoras cuando hace mucho calor y necesitan refrescarse. Una de las chicas comenta que lo hacen para atraer a las hembras, los más jóvenes se centran en esa idea y buscan con la mirada si hay hembras de su tamaño… yo no lo hago, yo entiendo que es una clara insinuación para mí, y simplemente le sonrío. No dormí sólo desde ese comentario mientras duró el viaje (sonrisas de complicidad de los jóvenes y mayores acompañan este comentario).




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