Crónicas post-apocalípticas

Cazador de Hombres (primera parte)

Durante muchos años, en mis años de juventud, fui un ser humano como pocos han existido, noté lo poco que me importaba el mundo siendo sólo un niño, al entretenerme arrancando las alas de las moscas que atrapaba entre tanto se impartían las clases en la primaria o en el kínder. No necesitaba escuchar atentamente las clases, poseía un leve nivel de autismo, una bendición que me permitía recibir un agresivo bombardeo sensorial de mi entorno, que mientras a otros los obligaba a abstaraerse del mundo para tratar de entender lo que sus sentidos agudizados les proveían, a mí me daba la libertad de hacer lo que deseaba, mutilar y torturar animales pequeños, mientras que, lejanamente, escuchaba y memorizaba las clases.

 

Aprendí a leer y escribir simplemente escuchándolo una vez, no requería el repetir monótono que ví en los demás similares a mí. Aprendí que no veía la vida igual que los demás, la contemplaba sin emociones, pero con la tranquilidad de saber más sobre mi entorno y de mí mismo, en comparación con otros.

 

Aprendí a ser socialmente correcto, a ser agradable, a manejar a los demás para lograr que mi voluntad sea acatada antes que sus deseos, o por decirlo más adecuadamente, a que vieran sus deseos como realizados únicamente si cumplían con las metas que yo les imponía con una sonrisa, con dulzura y amabilidad. Indiscutiblemente me llamaban “jefe” o, “líder”. Siendo un niño pude llegar a tener una lista de “empleados” que me seguían y obedecían simplemente por carecer de voluntades e identidad propias.

 

Recuerdo mis años en la primaria, un grupo de “amigos”, niños sin importancia, a los que convencí de vender dulces para mí, cada uno, en secreto, le entregaba una bolsa de dulces con la idea de venderlos a cambio de algunos dulces “gratis” o de un pago. Los muy inocentes nunca pedían dinero, les bastaba con los dulces. Llegué a tener hasta 9 niños a mi servicio a esa tierna edad, teniendo sólo 7 años.

 

Lograr que esta situación se perpetuara fue un juego. Incluso antes de terminar un carrera formal ya contaba con ingresos económicos suficientes para cubrir mis necesidades y mis muy particulares gustos… incluyendo la cacería.

 

Películas como “psicópata americano”, series como “Dexter” iluminaron mi propia identidad desde muy niño. Reconocerme en esos personajes me ayudó a ser un artista en lo que hacía. Nunca juzgado, nunca descubierto. Siempre con la coartada perfecta. Una lista de 130 víctimas de mis apetitos, mismos que fueron siempre muy variados, mujeres, hombres, ancianos… niños no, niños nunca. Mis presas nunca tenían hijos, jamás lastimaría a un niño. Al contrario, cacé a otros depredadores para tener un reto de verdad siempre, pedófilos y violadores eran mi presa predilecta, eso me ayudaba a verme a mí mismo como un héroe. Sí, ese es mi lado infantil. 130 presas por diversión, 600 presas por deber. Considerando el record personal del anciano que, vecino de mi infancia, me confesó haber cometido, era de amateurs. Mi anciano favorito presumía de ser un famoso asesino en serie nunca descubierto, nunca atrapado, aún cuando insistía en darles pistas con claves ingeniosas e inteligentes. El aseguraba haber cazado a mil personas. Nunca traté de igualarlo, secretamente trataba de ser mejor. Yo perseguí a otros depredadores, podía pensar como ellos, y mis estudios en criminología, y el respaldo de una basta fortuna obtenida de la venta de armas, narcóticos y esclavos, me ayudaban a ser Batman en mi tiempo libre por todo el mundo. Nunca me sentí responsable por ello. La venta de armas era simple comercio, yo no jalaba el gatillo de los miles de homicidios en todo centro y sudamerica, no era mi responsabilidad. Yo no obligaba a nadie comprar el veneno de mis drogas en todo el continente americano y en Europa. No era mi responsabilidad, ellos elegían como morir. Y en cuanto a los esclavos, este resultó ser un excelente mercado, reclutar niños en países pobres, alimentarlos y educarlos, formarlos como mercenarios al servicio de cualquier causa en cualquier lugar del mundo… yo no causaba esas guerras, yo no peleaba en ellas, pero les proveía de recursos humanos como cualquier otra bolsa de trabajo en el mundo. No eran niños secuestrados, sino huérfanos sin ninguna oportunidad de vida, niños que sin mi intervención hubieran muerto por si mismos, yo simplemente les dí un medio para ser fuertes, para defenderse… Les dí una oportunidad a miles de niños de la calle, niños vagabundos, pequeños que necesitaban un propósito para existir, niños vendidos alegremente por sus propios padres por unos pocos euros.

 

Por el contrario, yo les dí un propósito a sus vidas. Hacer de este mundo, un lugar mejor para psicópatas y sociópatas como yo... Y de paso amasar una muy discreta fortuna.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.