Crónicas post-apocalípticas

Cartas Infantiles.

(1.- Abuelo grande-grande).

 

Viví toda mi vida como un prisionero, enfermo desde siempre con una agorafobia intensa y severa, crecí con mis padres, aislado del mundo tras una mala racha de experiencias en el jardín de niños que, felizmente no recuerdo.

 

Fui diagnosticado como agorafóbico, y nunca hice nada por cambiarlo. Estudié desde mi casa, me titulé desde mi casa, trabajaba desde mi casa. Formé una familia con una chica que conocí por internet, me comprendió y me ayudó a crecer mucho como ser humano. Curiosamente, tampoco trató, ni una sola vez, de ayudarme a superar mi temor a la gente, a los espacios abiertos, a el exterior en general.

 

Todo mi saber y conocer, se obtenía de la pantalla del monitor. Ser agorafóbico en la era del internet es una bendición. No necesitaba salir de casa para nada, ¿alimentos?, los pedía y llegaban… ¿Una pizza?, es broma la observación, ¿verdad? Pagar impuestos, hacer llegar mi trabajo como analista administrativo en un correo electrónico, administrar mi cuenta bancaria, hacer lo que sea… todo sin moverme de mi lugar.

 

Imagino que el nuevo mundo no estaba hecho para mí. Era justo despertar de tan paradisiaco sueño y enfrentar la realidad a como diera lugar. Ya que, cuando los fuegos llegaron… Yo tenía muchas responsabilidades que afrontar.

 

Por ese entonces, no recuerdo ya el año y la fecha exacta, soy un hombre muy anciano y esto lo escribo para mis nietos, bisnietos y tataranietos. Sobretodo para mis bisnietos, quienes suelen pedirme que les cuente historias, y si bien les hago largos relatos de fantasía, cuentos infantiles clásicos… lo que realmente deseo es transmitirles mis experiencias más duras, para que hagan de ellas un ejemplo y puedan ser mejores.

 

-.-   -.-   -.-

 

Cuando el mundo cambio, porque hubo un mundo previo a lo que conocen mis hijos. Hubo una era en la que todo era más simple, en la que el mundo era manejado desde una pantalla, en un monitor. La cosa esa que está en un mueble mohoso en mi bodega, esa cosa alguna vez funcionó. Era una ventana al mundo, el mundo entero cabía en esa cosa. En ese entonces me encontraba muy enfermo, yo padecía una enfermedad llamada “agorafobia” Proviene del griego: ἀγορά (agora = asamblea, plaza pública, mercado, discurso, ver: ágora) y φοβiα (fobia = temor). En casa he insistido en enseñarles a hablar en nuestro propio idioma, y aprender griego y latín para expresarnos mejor. Así que espero que la explicación fuera del todo innecesraia…

 

Esa enfermedad era terrible, pero al mismo tiempo era así, porque yo mismo se lo permití. Era un problema puramente mental, una idea que, arraigada en mi ser, me impedía interactuar con las personas en la calle, salir de casa, hacer amigos, caminar bajo el sol o la lluvia, jugar, convivir… vivir. Pero como dije, era más por mi culpa que estuviera prisionero en casa, que por la enfermedad en sí.

 

Vivía cómodo, pero prisionero, como las aves que les gusta tener para cantar en jaulas, pero que les insisto en liberar. Para que canten mejor y con mayor alegría.

 

Por ese tiempo, ya estaba casado con la abuela grande-grande, nacieron nuestros trillisos, sus abuelos mis niños. Ellos aún no aprendían a caminar, cuando hubo algo que sólo puedo describir como un temblor en el cielo, el cielo era distinto, el clima era muy cambiante, a veces había sol, a veces se nublaba y no se podía ver el sol, a veces llovía, a veces nevaba (caía nieve, agua congelada, entenderé sus dudas, porque no ha vuelto a nevar en muchísimos años, y posiblemente nunca vuelva a pasar), a veces hacía viento, a veces hacía mucho calor. Hoy el clima es sumamente estable, la temperatura es agradable y puede uno incluso dormir a cielo abierto sin temor a enfermarse. Pero antes, era diferente, desordenado tal vez.

 

Hubo una explosión, un temblor, un fuego que quemó el cielo y lo consumío hasta tocar el suelo e incinerar y arrasar con ciudades y millones de seres humanos (antes había ciudades, lugares donde millones de familias convivían en un espacio confinado, generalmente amontonados, desorganizados y muy enojados).

 

Yo ví un torbellino hecho de fuego hacer pedazos una zona muy cercana a las colinas junto al estanque de la casa grande del abuelo jeringa, justo donde ha estado creciendo una muralla de cristal, donde ustedes suelen pescar. Ví esto porque, al sentir las explosiones, por primera vez en muchos, muchos años, el miedo a salir fue inferor al miedo a morir entre las paredes de la casa. Cuando todo empezó, encerré a abuela grande-grande en el sótano, pero estaba conciente que no había lugar suficiente para ella y los niños… y una persona adulta más. Los encerré, y salí corriendo de la casa, cuyos muros se movían y cuyo techo amenazaba con caer sobre mi cabeza… y nuevamente el miedo me gobernó, pero esta vez me hizo SALIR, en mi ansia por sobrevivir, mi miedo a salir fue superado, y el asombro de lo que pude ver, me dejó mudo y me hizo caminar sin rumbo fijo por varias horas.




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