Crónicas post-apocalípticas

Sombras en las alturas

Somos una comunidad, somos una familia, somos el aislamiento y la soledad… 

Cuando todo pasó, no nos enteramos. Vivíamos en aislamiento en un templo, diez familias, sacerdotes con sus esposas e hijos, pendientes del cultivo de unas pocas áreas de cultivos poco frecuentes pero constantes. De un ganado cuyo único valor es para compañía y producir fertilizantes. Pendientes de las breves visitas que venían, indefectiblemente, acompañadas de ofrendas y limosnas. Los que seguimos el Sumanagala-Vilasinia (las vivencias, experiencias y palabras de Buda), sabemos que dependemos de lo que nos rodea, aceptamos la realidad que nos rodea, y no contamos con el misticismo que los demás nos atribuyen. Vivir con austeridad, no implica privarse del gusto de comer, y de formar una familia... como afortunadamente practicamos en este lugar, que bien puede ser… tal vez lo sea…

No constituía ningún mérito el hecho de vivir apartados de todo, en la cima de una montaña del Tibet, pero eso nos ayudó cuando… Desde muy lejos. Vimos los grotescos fuegos, cayendo desde lo que parecía un cielo congestionado de fuego y luces de todos los colores. Los vimos caer desde muy lejos. Sin sentir los que, con seguridad, fueron poderosos vientos y explosiones.

Lo que de verdad nos hizo ver que el mundo había cambiado, fue el silencio.

El silencio y la flora y fauna cambiante.

Nosotros no podemos tomar una vida, no matar es una regla esencial, a la que nos aferraremos aún si implica dejarse morir en manos de ese mismo riesgo, amenaza o animal. La flora y fauna está cambiando, en medio de un silencio digno de una tumba. Pacífico y hermoso.

Pero por alguna razón, al menos los animales nuevos que han estado apareciendo, estos se alejan de nosotros, específicamente de las alturas a las que vivimos y las cada vez más frecuentes “nubes pesadas”. Un fenómeno que no nos explicamos en el que las nubes suelen ser tan densas que van a nivel del suelo, como neblina, en la cual si te metes te empapas casi de inmediato en un agua ligeramente fría… el aire ha cambiado también, hace pocos años se podía subir hasta la cima de estas montañas con equipo especial y apoyo de guías, siendo muy importante el tener tanques de oxígeno para ayudarte a respirar… ignoro la razón de porqué el aire es más “débil” a mayor altura, no porque no entienda que a mayor altura menor concentración de aire, pero lo que me parece ilógico es que, lo único verdaderamente libre de este mundo, el viento, parece tener o querer tener fronteras.

Hoy en día, desde las explosiones y el silencio… es imposible subir más allá de los límites del templo y la aldea que hoy crece a un ritmo apacible. Simplemente, no hay aire. Al menos eso se dice, y no planeo averiguarlo por mí mismo. No soy curioso, aunque sí inquisitivo. O por lo menos me defino a mí mismo de esa manera.

La rutina no ha cambiado, si bien no hay lugar al cual ir para mendigar algo de comer, y tampoco hay visitantes ni turistas, nos ocupamos de nuestros cultivos con la misma disciplina de antes, pero con el consuelo del silencio, roto de vez en cuando por el graznido de… esas cosas. Muy grandes para ser aves, pero muy pequeñas para ser una amenaza para nosotros. Aunque pueden llevarse una oveja si se descuida.

Los lobos también cambiaron, pero su peligrosidad hoy reside sólo en las tierras bajas, por las mismas nubes que evitan con poca discreción, se han alejado de la parte alta. 

Una vez, habían pasado pocas semanas desde las explosiones y los fuegos lejanos,  pedí bajar a lo que era un pueblo, antes se encontraba siempre con mucho movimiento por los turistas y viajeros, las autoridades chinas solían hacerles exhaustivas revisiones antes de ceder unos permisos para visitar los templos aledaños. Mismos que no sé si estarán habitados, pues estamos muy lejos unos de otros. El viaje duró 3 días de ida, y 6 de regreso. No encontré a nadie con vida. A nadie humano debo señalar, pues si hay vida silvestre, y en una enorme y gran abundancia.

Los bosques al pie de la montaña han crecido esplendorosos, fuertes, grandes y verdes. Cada hierba parece haber descubierto su potencial y crecen buscando la luz del sol, del que hay que ocultarse discretamente pues ha subido mucho su intensidad y la piel se enrojece y se quema con facilidad. Al menos la piel humana, ya que ví a animales asolearse con deleite, con lo que podría interpretar como… ¿una sonrisa de satisfacción?... Caminé muy cerca de ellos, quienes, sin molestarse por mi presencia, me dejaron pasar sin que pareciera ser algo importante, y sin ser agresivos contra mi persona en momento alguno. ¿Buda predicando a los ciervos? Esa escena me viene a la mente, así debió haber sido ese momento.

Si la naturaleza ha redescubierto su fuerza y belleza, no pasó así con el mundo de los hombres… Recorrí calles vacías, vi vehículos abandonados aún con billetes y monedas en el suelo y sobre sus asientos. Joyas, cosas… Simplemente, objetos sin valor, pesados y sin utilidad cuando, supongo, lo más importante es correr y salvar la vida. Cada que recuerdo esa imagen, me pregunto, ¿por cuanto tiempo la habrán conservado?, ¿valdría la pena vivir ese tiempo adicional?, ¿Qué aprendieron de sus experiencias?, ¿partirían de esta vida en particular agradecidos por cada momento vivido, o simplemente maldiciendo a sus dioses?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.