Crónicas post-apocalípticas

Cena familiar

Es un hermoso día, uno de los mejores que recuerdo desde cuando el mundo entero se fundió… esa es la palabra que me gusta usar, así me pareció verlo. El cielo en llamas, los edificios lejanos cayendo en pedazos, grandes oficinas corporativas donde hubo un enorme basureo en Santa Fe. Mismo que seguía ahí, simplemente cubierto con capas de cemento y concreto, pero basura al fin de cuentas. Basura arriba y abajo. recuerdo como se hundió el piso, y se tragaba los edificios, doblándolos del modo que se harían en la boca de un monstruo gigante, el piso se contraía y movía como algo vivo, y el basurero que siempre estuvo abajo, se tragó al basurero elegante que estaba arriba.

 

Los vi caer, mientras me preparaba para salir a vender mis dulces y sándwiches. Tras asegurar la puerta derruida de la casa de cartón y desechos en la que aún estamos viviendo. Me reí… me reí con ganas, casi ¡vuelta loca!, ellos, los poderosos y bien vestidos, los licenciados y empresarios, las secretarias con figuras dignas de una revista porno, y de iguales proporciones éticas…. Me gusta pensarlo así después de tantos años. Cada vez lo expreso mejor. He leído tanto como he podido para matar el tiempo, y para enseñar a mis hijos. En esta humilde, pero muy segura barranca.

 

Me parece muy gracioso. Esos edificios altos, hermosos… son ruinas completamente inútiles, no hay nada para buscar, no hay nada para encontrar, son cascarones vacíos… y muchas veces pienso que siempre lo fueron. Los primeros meses tras el fuego en el cielo, solía buscar que comer en ellos, a veces un restaurante nos aportaba enormes cantidades de latas con alimentos, pero como siempre estuvieron vacíos, se llenaron de otras cosas, muy peligrosas. Hoy no hay nada que no se halla robado alguno de los muchos carroñeros que pasamos la primera lluvia caliente, esa que mató a medio mundo, las explosiones fueron muy lejos, no las oímos, sentimos como temblaba, pero eso es habitual en esta zona, no creo haberlos sentido y pensar que era algo diferente a los ya vividos.

 

Antes había comida en ellos, mucha comida, pero esa clase de alimento se pierde fácilmente, muchos pepenadores y carroñeros sobrevivimos sin problemas, simplemente por estar lejos de los edificios. Verlos caer, fue lo mejor que me ha pasado, esa gente orgullosa, clasista, miserable… muriendo al caer junto con sus edificios. Al estar en el casi fondo de la barranca, en los orinales. No sentimos el viento del fuego en el cielo, estábamos protegidos por el mismo suelo. Un gran autobús fue traído por casualidad a escasos metros de mi casa, y es nuestro actual refugio cuando hay animales o cuando llueve, aunque la lluvia ya no es mala, pero nos asusta.

 

Hoy no tendrán hambre mis hijos. Pienso mientras preparo la carne que, con abundancia nos provee la casualidad. No comemos mucha carne, igual que antes, es un lujo que no vemos necesario, antes no la consumíamos sino de casualidad, y hoy no nos hace falta ni costumbre… Después de todo, las paredes de la barranca rebosan de vida desde hace años. La lluvia cambió el suelo, lo hizo firme desde la lluvia caliente, todo se derretía, salvo el metal de este microbús. Mis hijos y yo vimos como el suelo se vencía, y justo cuando pensé que se vendría abajo y sobre nosotros… se endureció por el viento frío… no entenderé como pasó eso, pero pasó, yo lo vi muy bien.

 

Las barrancas son las venas de la tierra, absorben agua para el ecosistema, al menos eso leí en un libro que encontré, y para mí (independientemente de lo que sea o no real) lo es. Durante unos meses vivimos de la carroña, de buscar entre los escombros algo comestible.

 

Recuerdo un tipo, nunca supe su nombre, me daba mucho miedo, era agresivo y bestial, muy grande para lo poco que solíamos comer en ese tiempo, era el padre de mi tercer criatura, pero él no lo sabía, ¿cómo decirle que su ataque tuvo un resultado tan bello?, mi tercer hijo es pequeño, aún no cumple 10 años, pero lee y escribe mejor que todos, no hay libro que no haya leído de los muchos que tengo, y cada vez que se interna en la biblioteca que había en uno de los edificios, suele leer muchos libros a una velocidad impresionante, aprendió a curar de unos de esos libros, a poner vendajes y acomodar una fractura, sabe para que sirven los medicamentos que tenemos, y sabe mucho de plantas y hierbas para curar. Las semillas que encontré en una tienda naturista, las ha sembrado y dan abundantes hojas y frutillas que usa para preparar medicinas… es mi doctor, y el doctor de los pocos sobrevivientes que quedamos.

 

No hemos hecho un grupo, hay gente mala y buena mezclada, pero eso sí, mi hijo, aun siendo un niño, es muy respetado, y lo escuchan, es un líder natural, y acuden a él cuando se enferman. Lo que de hecho es frecuente… No diré que es el hombre de la casa, pero al ser el más inteligente, puede que se sienta así por su cuenta. Sus hermanos mayores lo siguen mucho, no saben leer ni escribir, pero son trabajadores a pesar de ser sólo mayores por un año y dos… Lo quieren y respetan mucho.




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