CrÓnicas, SueÑos Y Otras Mentiras De La Realidad

ESTAS MUERTO, ENTERATE

Me desperté tarde. Mucho calor. Igual salí a hacer compras. La verdulera nunca recuerda que quiero que me entregue en mano el papelito con la cuenta, que no lo tire en las bolsas junto con la verdura y las frutas. Siempre se termina perdiendo. No es que le desconfíe, hago el cálculo junto con ella y raramente le erra. Alguna vez, incluso, si le erró, fue de menos, es de lo más honesta. Pero me gusta llevar el control de lo que gasto, saber cuánto me puse en el bolsillo a la mañana y cuánto me queda a la noche. Me han criticado que lo hago de avaro. Yo creo, en cambio, que tiene que ver con el orden del universo. 

Hace tres mañanas, en Capital, fui a comprarle un peluche de los Minions a mi hija menor, que se había encaprichado con tener uno desde que estuvo a punto de sacarlo de una maquinita de los restaurantes del puerto, en Mar del Plata. En ese momento prometí regalárselo, pero no los encontraba. Ella se encargó de ubicarme un lugar donde los vendían.  El trayecto en auto, desde donde estaba estacionado, por las Cañitas, hasta el comercio, era de media hora, ida y vuelta. Decidí ir caminando,  se hicieron dos. Mi médica me prescribe caminar, y la mejor manera de cumplir, para mí, es teniendo un objetivo, me aburre caminar por circuitos. Y no uso auriculares ni nada que me distraiga. En ocasiones, cuando estoy estudiando texto de una obra, lo repito mentalmente. A falta actual de actividad teatral, el jueves, en Capital, dediqué la vuelta a repasar mis gastos desde el día anterior. No llevaba tickets encima, de modo que tuve que reconstruir todos mis pasos. No me cerraba la cuenta en 35 pesos. De pronto, recordé un detalle que se me había pasado por alto, de una compra de 15.  Restaban veinte, que me torturaron hasta poco antes de llegar al auto. Faltaba computar un Telekino. En ese punto, el universo restableció su armonía. 

De todas maneras, el recordar el día es un ejercicio que solía proponer a mis alumnos de teatro, para que tengan registro de su vida y observen a su alrededor. Vivimos demasiado rápida e irreflexivamente. También tengo por ejercicio reconstruir mis sueños.

Había comprado un dpto. en La Plata. Si bien era para alquilarlo, voy a averiguar detalles del funcionamiento del consorcio. En el hall de entrada, frente a un escritorio, está el encargado, rodeado de varias personas que al igual que yo, quieren plantearle dudas. Reconozco entre ellas a una actriz zarateña. Nos saludamos y empezamos a charlar mientras esperamos ser atendidos. Me dice que no pudo ir a ver mi última obra, o que no tuvo oportunidad de comentarme qué le pareció, porque se fue rápido, no entiendo bien. Desde el hall se ve el SUM abierto, donde hay gente sentada ordenadamente en filas. Empieza una especie de show, protagonizado por los mismos condóminos. Una mujer con dos cabezas dialoga consigo misma, tipo Chassman y Chirolita. Un número muy amateur. En ese punto, ingresan al edificio dos tipos mal entrazados, preguntando en qué piso se aloja Ibáñez. Tengo la sensación que son asaltantes. Pero cuando el encargado les da el dato, se meten en el ascensor sin problemas. A los pocos minutos, el encargado nota que el ascensor no ha arrancado. Abre entonces la puerta, y le pregunta a los sujetos qué pasa. Uno de ellos saca una ametralladora y lo acribilla. Huyo del edificio. En mi carrera paso por el kiosco de Caram y por la Plaza Mitre, de Zárate. 

Noto que nadie me persigue, y de a poco, con cautela, vuelvo sobre mis pasos. Ya está la policía, sacando en camilla el cadáver del encargado. Un trío de señoras mayores (unos diez  o quince años más que yo), sale del edificio comentando el hecho. Me pongo casi a la par para escuchar, y la que va del lado de la pared me toma del brazo. Intento aclararle que me confunde, pero ella empieza a contar del grupo de teatro del consorcio.  Me presento como actor y director. La dama, para mi asombro, me identifica por mi nombre. Halagado, le pregunto si vio algún trabajo mío. Me responde: “Cierta vez, necesitaba el texto de una obra de teatro, muy difícil de conseguir. Lo encontré en una librería de usados. El libro aparecía todo anotado, escrito, tachado. Como si alguien lo hubiese estado versionando. Me costó muchísimo reconstruir el original. Cuando iba terminando, debajo de una tachadura, alcanzo a descifrar el nombre de Miguel Dao”.

En ese instante entiendo que yo había muerto y que mis hijas habían vendido mi biblioteca.



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En el texto hay: humor, crtica social, onírico

Editado: 27.05.2021

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