CrÓnicas, SueÑos Y Otras Mentiras De La Realidad

MISIÓN

Lo de visitar el kiosco "Ramón", el segundo, el nuevo, el de la calle Brown, una de las dos paralelas a la principal, la Justa Lima, donde estaba el antiguo, pero no tan comercial –a la Brown, me refiero- como la otra paralela, la 19 de Marzo, que es el día del cumpleaños de Zárate... lo de visitarlo después de tantas décadas, decía, debe ser porque con la cuarentena me vengo levantando tarde, y eso me da un poco de culpa. Como cuando en el invierno yo le aseguraba a mi viejo que iba a ir a abrir temprano, que no se preocupase, que se quedase en la cama, que no tomara frío, y él aparecía igual a eso de las once de la mañana, todo emponchado, más poncho que humanidad, pobre, con la gorrita de vasco encasquetada, cubriendo su pelambre rala pero uniforme, nunca se quedó pelado mi viejo, en eso salgo a él, hasta ahora por lo menos... aparecía, digo, y lo primero que hacía, ostensiblemente, era ir atrás del local y tocar la pava que estaba sobre el calentadorcito eléctrico, y no decía nada, pero yo sabía que ese gesto era incriminatorio, equivalía a un "abriste tarde", porque la pava aún conservaba el calor del agua para el té con el que yo acababa de desayunar. Aunque no siempre desayunaba en el kiosco. A veces lo esperaba a Kalejman y nos íbamos a El Nuevo Piemonte, que quedaba a la vuelta, y nos mandábamos sendos cafés dobles, señores cafés dobles, no las míseras tazas de ahora, con señoras medialunas, no las pegajosidades actuales. Nos turnábamos para invitar. Cuando le tocaba pagar a él, yo hacía el gag de pedir, en vez de medialunas, un pebete de crudo, queso, tomate y huevo. Él ponía el grito en el cielo- expresión que quizá ya no se utilice, y que significa que alguien protesta airadamente, no que clama a Dios... a Jehová sería en el caso porque Bernardo "Coco" Kalejman era judío-. Yo lo calmaba de inmediato diciéndole que pagaríamos a medias, lo cual era tramposo de mi parte, porque mi consumo resultaba mucho más caro que el suyo. Pero él aceptaba, desmintiendo arquetipias sobre las particularidades de las razas. "Coco" Kalejman era un hombrote bueno y generoso. Volviendo a mi pedido... El pebete de crudo, queso, tomate y huevo es mi sándwich preferido desde siempre, al punto que puedo recitarlo de corrido, lo que hace que a menudo la moza o el mozo me pidan que les repita algún ingrediente. En las oportunidades que me da antojo de especial de crudo y queso -o de salame y queso- realizo la aclaración expresa que unten el pan con manteca, que no deben cometer el pecado de ponerle mayonesa, la cual debe reservarse sólo para el jamón cocido. Pero el pebete de crudo, queso, tomate y huevo, aunque lleve crudo, constituye una excepción por sus demás ingredientes y acepta la mayonesa. La cuestión que una mañana, en El Nuevo Piamonte, desayunando con "Coco" Kalejman, abro el pebete para untarlo con el sachecito de mayonesa (siempre del lado del tomate debe hacerse, nunca del jamón), y me encuentro coqueteando a un gusano verde. Andá a saber de cuándo era ese pebete que –en ese momento recién me di cuenta- estaba durísimo. Si bien pidieron las disculpas del caso, El Nuevo Piamonte por esa época ya estaba en decadencia y al poco tiempo cerró. La decadencia de kiosco Ramón tampoco tardó en acaecer y a partir de allí pocas veces más me crucé con "Coco" Kalejman, que era –no lo mencioné aún- proveedor mayorista de golosinas y afines. Al principio, exclusivo de Arcor. Pero Arcor, cuando arrancó, se trataba de una empresa que pretendía exclusividad, un determinado volumen de ventas, los camiones pintados con sus logos, un montón de requisitos que te convertían en empleado de ellos sin sueldo, una especie de franquicia ambulante cuando las franquicias apenas empezaban a asomar en la Argentina. Todo a cambio de precio solamente, porque ni siquiera tenían publicidad, sólo la imitación, bastante más barata, de otras marcas. Por ejemplo Billiken hacía las gomitas ídem, Arcor te sacaba las Mogul, Terrabusi lanzaba la Kremokoa, al rato tenías la sucedánea económica de Arcor. "Coco" terminó abriéndose de Arcor y comerciando de todo. Y Arcor también, de contrabando. Pero me fuí por las ramas... Resulta que anoche llegaba "Coco" una mañana a levantar pedidos al kiosco, y yo no estaba al tanto del movimiento, hacía mucho que no iba, como las otras noches que mi viejo me había dejado atendiendo y yo no tenía ni puta idea de los precios, no sabía qué cobrar, no había nada marcado, y los clientes se impacientaban... Pero anoche –de mañana- llegaba "Coco" y yo veía el kiosco bastante bien surtido, había cajas encima de los estantes. Ahora cuando las iba a revisar, me encontraba que estaban vacías o con mercadería no de kiosco, como bolsas de alimento para gatos, y ahí me daba cuenta que mi viejo ya estaba viejo y le vendían cualquier cosa. Como las veces que le encajaban billetes falsos, o le hacían el cuento del tío, o lo afanaban, lo veían viejito, pobre papá... me daba cuenta, concluyo, que era hora de cerrar para siempre kiosco Ramón.

Se lo decía a "Coco" y entonces el me proponía participar de un encargo que le habían hecho y que pagaban bien. No me daba demasiados detalles, sólo un lugar de cita nocturna y un tanto furtiva. Yo aceptaba.

Nos encontrábamos cerca de media noche en un antiguo barrio porteño, una esquina que podría ser de Boedo o de Balvanera, frente en ochava, caserón de dos pisos, ventanal con rejas. Nadie en la calle, nosotros y la luna solamente.

Subimos a la terraza y allí nos esperaba un extraterrestre con forma de perro, pero de chapa, con un tambor como cuerpo, un cono en la cabeza y cuatro finos cilindros a manera de patas. No recuerdo si tenía cola. Algo así como el hombre de hojalata de El Mago de Oz o el hombre cúbico de Trescientos Millones, pero en perro. Había otros perros –de verdad- echados en la terraza, apartados, expectantes, que lo miraban feo.



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En el texto hay: humor, crtica social, onírico

Editado: 27.05.2021

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