En alguna parte del bosque conífero koraliano, hora quinta de la tarde.
─Teniente, el motor está frito ─alertó un soldado que estaba tratando de poner en marcha un averiado vehículo de transporte.
─Tiene que ser una maldita broma ─gritó enojado el teniente.
─Señor, no tengo la culpa que no hayan enviado los repuestos que solicitamos y esta avería fue hecha con repuestos de mala calidad ─explicó el soldado.
─Ahora el Mayor me va a castigar por no entregar a estos prisioneros a tiempo y ya está anocheciendo.
El Teniente mira a un soldado de comunicaciones y le dice─: ¿Ya te comunicaste con el comando?
─No señor, la radio se averió por el frío.
─¡Por la revolución misma! ─exclamó─ Que se me están desapareciendo los testículos por este frío ─se escuchó a otro soldado que titiritaba de frío.
─¡Señor! ─interrumpió un sargento─, tendremos que llevar a estos prisioneros a pie.
El teniente mira y ordena:
─¡Cabo! Dígale a esos hombres que bajen, continuaremos a pie, serán más de tres horas de camino.
─¡Señor! recuerdo que cuando veníamos hacia aquí, hay una pequeña casucha abandonada más adelante, quizás podamos abastecernos ─sugirió otro soldado.
─Bien, bajen a los prisioneros, seguiremos caminando, y usted soldado ─mirando al que llevaba la radio─: proteja ese equipo, lo tendrá que poner a funcionar tan pronto como pueda para pedir ayuda.
─¡Como usted diga mi teniente!
Los hombres eran una docena de soldados koralianos, miembros de la policía militar y política del régimen de Ramiz, trasladaban a siete prisioneros que resultó ser una familia de un pequeño poblado, estaban acusados de rebelión, desobediencia, alteración del orden público y presunción de «delito de odio» una causa que usaba el gobierno koraliano para arrestar y callar a la gente que protestaba o no estaba de acuerdo con el gobierno de Ramiz. Entre los prisioneros estaba un hombre mayor acusado de incitar una protesta por exigir al jefe civil y político del pueblo que enviaran más combustible para la calefacción ya que el frío polar estaba azotando severamente la región.
─Bien desgraciados, bajen del vehículo ─gritó uno de los soldados a los prisioneros.
Los siete prisioneros, cuatro hombres y tres mujeres son bajados a la fuerza, mal vestidos porque fueron sacados con violencia de sus casas.
─Señor por favor al menos denos unas mantas, tenemos mucho frío.
─¡No hay mantas, solo caminen! ─gritó autoritariamente el soldado golpeando con la culata de su fusil a uno de los prisioneros que era un hombre mayor haciéndole caer al suelo.
El viejo es rápidamente asistido por los otros tres prisioneros que eran sus yernos, las jóvenes mujeres eran hermosas de rostro pero no paraban de llorar, eran las hijas del hombre mayor.
─¡Atención! ─·gritó el teniente─: Sargento, organice a los hombres, cuatro adelante a la vanguardia, cuatro atrás cubriendo la retaguardia, los demás escolten a estos prisioneros.
─Ya escucharon, obedezcan.
─¡A sus órdenes mi sargento! ─respondieron los soldados cumpliendo las órdenes.
El grupo camina en medio de la desolada carretera, conforme se iba ocultado la luz del día, la temperatura comenzaba a bajar más rápido y un viento de ventisca polar se hacía cada vez más fuerte ralentizando el caminar de todos más que todos los desgraciados prisioneros políticos del régimen koraliano.
─Caminen más rápido que nos retrasan ─grito uno de los soldados.
─Por favor señor ustedes tienen ropa para el frío, nosotros no, al menos entienda eso ─contestó uno de los hombres que era el más joven de la familia.
─No tengo que entender nada, solo obedezcan o les disparamos aquí mismo ─respondió empujando con fuerza a joven.
Caminan un poco más y logran divisar la vieja casucha abandonada y los soldados que iban adelante fuerzan la puerta para lograr entrar quitando unos viejos seguros. Una vez revisada, el lugar lucía sucio y abandonado pero para todos ellos en medio de esa noche de ventisca el lugar era momentáneamente acogedor. La ruinosa casa era de tres habitaciones, una sala, un cuarto y un depósito abandonado.
─¿Ya terminaron de revisar el lugar? Enciendan la chimenea con esa vieja leña ─ordenó el teniente a un soldado señalando la madera.
─¿Qué hacemos con los prisioneros, señor?
─Déjalos aquí para que se calienten con la fogata, cercioren que no puedan escapar, yo me quedo en el cuarto más limpio, ustedes permanezcan ahí y limpien este, preparen la cena ─espetó el oficial.
Los prisioneros son llevados a la habitación final y se acurrucan los unos con los otros y los soldados comienzan a descansar, revisan sus provisiones que no eran mucha y en eso el teniente les dice:
─Permaneceremos esta noche aquí, al amanecer saldremos de inmediato, no nos quedaremos en este frío lugar.
Los soldados obedecen y en eso, dos conversan entre si, observando a una de las hijas del viejo prisionero que eran bien parecidas.
─¿Ves a las chicas?, yo debería tener una para mí esta noche para no pasar frío.
─El teniente no le gustará esto.
─¡Vamos hombre! cuando el teniente se duerma sacaremos a esas chicas y la llevamos a la última habitación, antes acomodaré un lugar que nos dará privacidad relativa y ahí las tendremos para nosotros, las amenazamos para que no digan nada, podemos turnarnos, somos diez, tres están con ellas y los otros vigilan, pasa la información al resto de los chicos, tengo tiempo que no estoy con una mujer.
El otro soldado se lo piensa y le dice:
─Pasaré tu idea a los otros calladamente para que no se entere el sargento ni el teniente.
El hombre le comenta a los otros soldados y planifican los detalles de la maléfica idea de violar a las mujeres. Los hombres comen y toman unas bebidas calientes que tenían, le dan un poco a los prisioneros, finalmente los hombres al mando quedan algo satisfechos, cansados deciden ponerse a descansar y el teniente no tarda en quedarse dormido, el sargento se recuesta a un costado de la habitación y le dice al soldado que era el más antiguo que haga la vigilia. Los prisioneros a pesar que no les dieron mucha cena, tratan de descansar.