El General Mongo había llegado temprano a la ciudad de Ramia, una polvorienta y decadente ciudad al sur de la isla continente de Laisha, Sin mucha pena ni gloria, vestido con una chaqueta marrón, un gorro de cuero que le cubría y protegía hasta las orejas, el militar no contó con el acostumbrado transporte que lo llevara hasta la ciudad de destino, como antes lo hacía al ser el otrora comandante de todo la casta tzaring de su país.
El General llegó en un viejo transporte público, lleno de pueblerinos a más no poder, trata de respirar fuera de la ventana algo de aire caliente ya que no soportaba el fétido hedor de sudor, animales de granja enjaulados emitiendo sus bramidos y otros tipos de sonido de acuerdo al tipo de animal que transportaba y que hacían sus necesidades fisiológicas dentro de sus jaulas inundando con su pestilencia el ya viciado aire del transporte donde iba Mongo. La gran mayoría de pasajeros eran gente humilde, muchos por el calor tenían mal olor en sus ropajes o bien no se podían dar el lujo de tener alguna fragancia para disimular el hedor que brotaba de sus humanidades causado por el calor imperante en la zona dentro de dicho trasporte. Los rostros de los que iban en el mismo era de gente que el general a la vez no podía mirar de forma directa, lo evitaba no porque le dieran asco, sino porque sentía su desesperación e impotencia de no poder ayudarlos a mejorar su calidad de vida; lucían como desesperados, como esperando el fin de todo. Era el común denominador de la población de Laisha. Mongo sabía que la situación era dura en la capital y que era peor en la las regiones, por lo tanto Ramia no escaparía de esta situación.
─Entrada principal de la base militar ─gritó el conductor del vehículo haciendo una sorpresiva parada en frente de un punto de control casi en el medio de la nada.
Mongo baja con su mochila, el ayudante del transporte le lanza al suelo polvoriento el otro equipaje sonando algunas cosas que se quiebran por dentro. Mongo mira molesto pero antes de decir algo, el transporte arranca dejando detrás una estela de polvo que hace que Tenchi se cubra con la manga larga de su chaqueta que ya lucía sucia por el fastidioso viajes desde la capital del país.
«¿Qué me esperará en esta ciudad?», pensó el general al bajarse del transporte al ver la polvorienta vía. Frente a él, al otro lado del camino, un puesto de control, con dos soldados mal vestidos que custodiaban la entrada de mala gana, mientras uno caminaba el otro solo dormía, emitiendo sonoros ronquidos sentado en un escritorio de lo que parecía ser su puesto.
─¿Quién está a cargo de este puesto? ─pronunció con tono autoritario el general que no aparentaba su rango por su vestimenta.
El soldado lo mira y cree que es un pordiosero más de los que andaban caminando por la vía, pero no esperaba que alguno de ellos le hablara de la forma que este extraño hombre lo hizo.
─¡Largo de aquí paria! ─gritó el soldado a Mongo haciendo señas con su arma para que siguiera su camino.
─¿Pregunté claramente quién está a cargo de este puesto?, ¿es usted? ─dijo de nuevo con tono autoritario.
─Escucha loco, lárgate antes que te dispare o te aprese por molestar ─contestó el soldado acompañando su diálogo con sonidos de siseo con los labios que se usan para ahuyentar pájaros─, ¡vete antes que despiertes a mi cabo!
─Esa no es la forma de tratar a la gente ─contestó Mongo con el tono más alto.
En eso se despierta el cabo y grita:
─Golpea a ese vagabundo, ya me hizo despertar, que si me levanto de aquí juro que lo llevaré a rastras a una celda para que se pudra.
─¡Levántese soldado! ¿Cuál es su nombre y rango? ─exigió Mongo.
─¿Quién es usted para que me pida mis datos? ─contestó el cabo.
Mongo saca de su sucia chaqueta su identificación y la muestra al soldado, este la arranca de su mano y la revisa, al ver la misma su rostro cambia de desafiante y enfadado a un temor que le embarga su mirada y le hace un gesto a su jefe y dice mirando al General:
─¡General Mongo, a sus órdenes, señor!
El cabo que estaba durmiendo al escuchar al soldado pararse firme ante el general, salta de su asiento y le quita la identificación, al verla se pone al lado del soldado y no menos nervioso que el otro le dice a Mongo:
─Bienvenido General Mongo, soy el cabo Angaria y él es el soldado Wu.
─Ahora que saben quien soy, ¿me dejarán pasar? ─gritó el General─, tienen mucho que contestar: ¿por qué está este puesto tan sucio?, ¿por qué estaba durmiendo en su deber?, ¿por qué están sus uniformes tan descuidados?, ¡responda cabo!
El cabo responde nervioso:
─Mi señor, el polvo de la estepa es algo perenne aquí señor, aunque no recibimos material de limpieza desde hace meses; estaba durmiendo porque tenemos cuatro días en este puesto sin relevo, y estos uniformes son lo que tenemos, no tenemos agua limpia así que los lavamos con la misma arena de la estepa para fingir quitarle el mal olor del sudor señor ─contestó con vacilación.
Tenchi sabía de la problemática de los soldados, de las carencias, vio a lo lejos el cartel que le señalaba el nombre del puesto de comando y que apenas se leía por estar derruido de herrumbre, «1ro. De Infantería»; entonces Mongo se limitó a decir:
─¡Descansen!, llame a su superior y que me venga a recibir aquí, espero que bajo mi mando las cosas cambien un poco ─reflexionó Mongo un poco más calmado.
Diciendo estas palabras, el general se sentó con sus morrales en un banco a esperar que el cabo llamara e informara de su presencia en la entrada del comando. No pasarían más de diez minutos cuando a toda velocidad un vehículo doble tracción se acerca a toda marcha bajando de una colina en medio de una polvorienta carretera de tierra que se supone que iría a la base dejando detrás una estela de polvo marrón. Tenchi observa a dos hombres de baja estatura y con el uniforme marrón de los tzaring laishanos, el vehículo se para en seco frente al General y un hombre flaco, delgado con el rostro enjuto, la cara algo sucia por el polvo y con el rango de capitán le dice con respeto: