Crónicas: Un Viaje Dimensional

CAPÍTULO 16: MISTERIOSA HABILIDAD, ENTRENAMIENTO

Me sorprendí por la tranquilidad con la que mencionó el tema de los metales. Me acerqué a la abertura que señalaba.

—¡Wow! Esto es increíble —dije maravillado mientras los demás me seguían, sorprendidos al mirar el paisaje.

Era una pradera extensa y de un verde perfecto, había animales que corrían por el lugar; en medio de todo eso se encontraba un árbol no muy alto, pero de tronco bastante grueso; observé algunas ventanas, asumí que era su casa. En la parte de atrás de los árboles se notaba un peñasco con una catarata, que daba lugar a un hermoso y pequeño lago, el lugar era colorido por la variedad flores, todo rodeado de árboles daba un cálido clima; el paisaje era simplemente impresionante y majestuoso.

—No está mal para un viejo guardián —exclamó muy orgulloso de ese lugar.

—Realmente no está nada mal, anciano —convino Jesús acercándose a él.

—Y eso que no han visto la cascada —señaló el peñasco del fondo—, el agua es cálida ahí.

—Se acabaron las duchas heladas —gritó Miguel con una sonrisa.

—Sí, este lugar está perfecto para descansar. —Las palabras de Alberto sonaron bañadas de sarcasmo.

—Créanme que lo encontrarán muy acogedor. —Sonrió haciendo un ademán con la mano mientras enseñaba todo el lugar de nuevo—. Aunque, me temo que son muchos y muy grandes para mi pequeño hogar.

—No se preocupe, no nos quedaremos más tiempo del necesario, y de requerirse, acamparemos allí —le dije mientras señalaba una roca grande al lado derecho del lugar.

—Eso sería perfecto, siéntanse en libertad de hacer lo que quieran —se rio bajo—, solo no abusen de la libertad. —Las últimas palabras sonaron ásperas, eso me hizo recordar la forma como nos trataron algunos guardianes por ser humanos.

—Solo tiene que darnos el metal raro para combatir a los dragones, y nos iremos inmediatamente. —Las palabras de Alonso nos tomaron por sorpresa, al parecer estuvo más atento a la conversación de lo que esperaba.

—No creo que sea un problema, si fuera por mí, les daría el metal que piden —respondió sonriendo—; para no retenerlos en su camino. Claro, por un precio justo. —Se notaba que se sentía incómodo con esta situación, al ver que los seis lo rodeábamos.

—Y ¿Cuál sería el precio? —preguntó Christian.

—No creo que el precio suponga un problema para ustedes, ya que sus alforjas están bien cargadas. Solo les pediría la mitad y alguna cosita más.

—Entonces, cual es el problema —interrumpí. Sus palabras me habían intrigado, empecé a analizar cada movimiento que realizaba.

—Que esos metales son imposibles de cargar, son demasiado pesados para cualquier persona —respondió mientras empezaba a escabullirse de entre nosotros, lo dejamos caminar, pero todos lo mirábamos con una gran incógnita en el rostro. Al percatarse de eso rio bajo—. Los metales de este lugar son únicos ya que solo responden a quienes tengan una energía similar. —Su explicación no pareció aliviarnos la duda así que continuó—. Solo responden a un cierto tipo de energía que lleva en el interior cada persona y que es capaz de controlar, de otra manera será imposible moverlos —aseguró y con un ademán nos indicó que lo siguiéramos.

—Esperen —Nos detuvo Jesús—. ¿De qué nos serviría un metal que solo nosotros podamos mover?, ¿cómo haría el herrero para fabricarnos las armas que necesitamos si no podría moverlo?

—Es simple —respondió el anciano— solo tienen que llevarlo hasta el herrero de las montañas y poner el metal en su fragua, puesto que, una vez fundido adquirirá un peso que el herrero artesano podría trabajar.

—¿Y para las demás personas? —le preguntó Christian.

—Tendrá un peso mayor, imposible de levantar por otra persona que no sea su dueño, ni siquiera entre ustedes, que son más fuertes que un humano común. —Rio mientras insistía con la mano que lo siguiéramos— ¿Muy peculiar verdad?

—Entonces, cual es la otra “cosita” que nos vas a pedir —le pregunté empezando a caminar a su lado. Los demás me siguieron callados, el anciano lo meditó por un momento mientras hacía ruidos raros con la boca, hasta que llegamos a la puerta de su casa, se giró y nos miró con una amplia sonrisa.

—Un minúsculo frasco de su sangre —sus ojos estaban abiertos y llenos de excitación mientras esperaba nuestra respuesta—, y podrán intentarlo todas las veces que quieran. —Su sonrisa se hacía más amplia.

—Eehhh…. No —respondió Alberto. La sonrisa del anciano se perdió totalmente, sin poder disimularlo—, para nuestra sangre habrá condiciones. —El anciano lo miró fijo, esperando que dijera las condiciones, al igual que todos, pero no lo hizo, en cambio, posó la mirada sobre los presentes, hasta que se detuvo en mí, e hizo un amago con la cabeza para que yo continuara.

—La primera condición es muy simple. Si los seis no nos llevamos el metal, no habrá ni una gota de sangre —la expresión del anciano se empezó hacer más dura—, y la segunda es que jures por la madre naturaleza que hagas lo que hagas con nuestra sangre no interferirás con nosotros o nuestros planes, no queremos ni saber para qué la quieres. —La expresión de sorpresa del anciano no tubo comparación, a lo lejos escuchamos a los otros tres guardianes reír ampliamente, cuando volteamos a verlos Mikel solo pudo levantar una mano pidiéndonos perdón por la intromisión.




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