Crónicas: Un Viaje Dimensional

CAPÍTULO 18: LABERINTO, EL MEJOR HERRERO

Todo parecía estar bien, no había rastro de que nos estuvieran siguiendo, pero por seguridad no aminorábamos el paso. Seguíamos corriendo al lado de los caballos, y aunque no había un camino establecido por el bosque, dejamos que Mikel nos guiara sin hacer preguntas. Christian, Alberto y yo íbamos en la retaguardia, tratando de escuchar más allá del trote de los animales. Estábamos atentos a una posible emboscada; sabía que estábamos siendo paranoicos, pero era mejor prevenir.

Mikel seguía firme al frente dirigiendo su caballo entre el bosque con gran naturalidad. Me hizo recordar la vez que habíamos escapado con Miguel y este nos dirigía. Al final no sabía ni donde se encontraba. Sin querer solté una pequeña risa que llamó la atención de Alberto y Christian, me preguntaron qué había pasado, así que les conté la anécdota, lo que hizo que ambos se rieran. Los demás del grupo voltearon a vernos mientras levantamos las manos en forma de disculpa para que no se detuvieran.

Logramos correr toda la noche, hasta que los primeros indicios del amanecer empezaron a aparecer en las copas de los árboles clareando el camino. Mikel comenzó a disminuir el paso paulatinamente hasta que se detuvo. Los caballos respiraban agitados por el esfuerzo, pero nosotros estábamos en perfectas condiciones.

—Necesitamos encontrar agua para los caballos —dijo mientras desmontaba.

—Yo voy. —Christian dejó su metal al lado de una roca y se adentró entre los matorrales.

—¿Tú crees que nos sigan? —preguntó Jesús a Mikel mientras la abrazaba con dulzura.

—Aun no, pero lo harán —aseguró. Seguido le dio un suave beso.

—Ahora ya no hay quien los contenga, ¿verdad? —Rio Miguel mientras les lanzaba un poco de pasto.

—Ya nada nos detiene —Rio Jesús.

Después de eso los dejamos tranquilos. Nos pusimos a conversar mientras esperábamos que Christian llegara con el agua, Naythiry ya había sacado algo de la comida que teníamos reservada, la colocó sobre un tronco caído y nos llamó para que cada uno tomara su porción; después sacó una manta y se fue a dormir al pie de un árbol. Estaba más callada y distante desde el día en que le dije que la veía como una hermana. Traté de no darle mucha importancia.

—No siento un gran cambio en mí —se quejó Miguel.

—En ti no hay mucho cambio —respondió Alonso—, sigues con la misma cara y las mismas jetas. —Todos reímos.

—Ja, ja, ja. Pendejo. —Rio sarcástico.

—No sé realmente cuál ha sido el cambio, pero de que hubo sí estoy seguro. —Me sentía confiado.

—¿Lo suficiente para vengar a Magnus? —Su pregunta me tomó por sorpresa. Se quedó mirándome por una respuesta.

—Juntos lo haremos. —Alberto interrumpió el silencio—. Ya no serán solo dos, somos seis para derrotar a esa bestia.

—Fue suerte que el dragón estuviese en el suelo —respiré profundo—, de haberlo encontrado en el aire, no hubiésemos sobrevivido.

—¿Tanta diferencia hay? —preguntó Alonso.

—Viendo los escritos de Magnus. Sí. —Nos habíamos puesto serios—. El dragón en vuelo duplica su velocidad y es capaz de crear ventiscas de arena.

—Creo que tenemos que leer ese libro —dijo Alberto mientras palmeaba el hombro de Miguel.

—Pero, primero lo primero. Tenemos que llegar donde el herrero. —Sentía una gran curiosidad por conocerlo—. ¿Cuánto tiempo crees que demoraremos en llegar, Mikel? —pregunté.

—Ah… la verdad no estoy segura. —Asomó la cabeza por detrás del enorme cuerpo de Jesús—. Según mis cálculos nos demoraremos una semana como mínimo.

—La va a matar —susurró Christian cuando se acercó a nosotros—. Mira la diferencia de tamaños. —Todos volteamos a ver. En definitiva, la diferencia era enorme, Mikel parecía un brazo de Jesús.

—A la primera, la mata. —Rio Miguel a carcajadas, los demás reímos también hasta que Mikel; que había escuchado los comentarios; nos fulminó con la mirada.

—¿Encontraste agua? —preguntó Alberto.

—Claro que sí —respondió y se encaminó hacia los caballos, Miguel se levantó para ayudarlo.

—Aprovechemos para descansar un poco —propuso Alberto, y de inmediato fue a recostarse contra un árbol.

Parecía buena idea, así que dejamos los metales al lado del de Christian e imitamos a Alberto. Me quedé dormido en algún punto después de haber estado sumido en mis pensamientos.

 

Caminaba por un sendero en el bosque, estaba oscuro y al fondo se miraba una luz, así que me acerqué a ella. El silencio reinaba, solo podía escuchar mis pasos al caminar. La luz se hacía más intensa hasta que me cegó, traté de abrir los ojos, pero era difícil. Continué a ciegas hasta que de golpe la luz desapareció, abrí los ojos con cuidado y me di con la sorpresa de que me encontraba en una ciudad, sin embargo, no había gente, las calles estaban desiertas. Lo extraño es que a lo lejos se escuchaba un murmullo de voces. Comencé a andar hacia el lugar de donde provenía el sonido, las voces cada vez se hacían más fuertes; por fin, doblando una esquina, pude ver un grupo de personas que estaban reunidas mientras hablaban y observaban algo en medio. Empecé a hiperventilar, tenía la sensación de que algo malo había en ese lugar y no quería verlo. Me quedé de pie mirando a la gente, cuando de repente una niña volteó a verme y se me acercó.




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