Crónicas: Un Viaje Dimensional

CAPÍTULO 21: DESCONCIERTO, FUEGO

Pasamos el día y parte de la noche andando en los caballos. De rato en rato Alberto y Alonso volteaban a mirar atrás, o se miraban entre sí como si tuvieran algo que decir, pero al final no pronunciaban palabra. No éramos las personas más conversadoras; todo lo contrario; nos gustaba el silencio, sin embargo, en un grupo de viaje eso podía ser contra producente. Alonso era el que parecía más inquieto; le estaba afectando más que a nosotros.

No traté de buscar conversación, me sentía cansado y estaba disfrutando la calma, mas, una parte de mi sentía un inmenso pesar. Extrañaba a los demás, sumado a eso, le aumentaba las dudas sobre si podríamos lograrlo; ni siquiera sabía bien donde estábamos.

—¿A dónde iremos? —preguntó Alonso rompiendo el silencio.

—Al desierto. —La respuesta de Alberto me tomó por sorpresa. Volteé a verlo, él detuvo su caballo.

—¿Es muy lejos? —volvió a preguntar. Alberto también detuvo el andar del animal mientras lo acariciaba. No había sentido el cansancio del mío hasta ese momento, sus latidos estaban desbocados.

—No lo sé —respondió— ¿Alguna idea Jared?

—Realmente no. —Desmonté y empecé a quitarle las cosas al caballo para dejarlo descansar. Los demás hicieron lo mismo.

—Tenemos la mala costumbre de cabalgar de noche y descansar de día. —Alonso rio bajo. Los primeros rayos de luz le daban la razón.

—Solo es por los caballos —comentó Alberto.

—Tienes razón, solo es por ellos. —Una idea pasó por mi mente— ¿Y qué tal si seguimos avanzando?, pero a un paso más lento.

—No estoy con ánimos para caminar cargando las cosas —se quejó Alonso. Convoqué a Zet para evitar que siguiera refunfuñando.

Puse la silla en el lomo de Zet, este me miró de mala forma, pero no reclamó. Alonso y Alberto me imitaron. No pudieron evitar reírse ante las quejas de sus invocaciones. Amarramos los caballos a las sillas y continuamos el viaje.

Continuamos por varias horas; ya no tanto en silencio; conversamos un poco, y hacíamos algunas bromas sin sentido, pero mi mente aún estaba distraída por dejar a los demás, por no saber dónde encontrar a los dragones, por volver con Emma; no encontraba ninguna respuesta que pudiera tranquilizarme.

—Hasta que por fin. —Alberto apuntó con su mano al frente.

—¿Qué pasó? —pregunté.

—Ya vamos a salir de estas montañas y entraremos al desierto —respondió Alonso bajándose de su gorila, estiró sus músculos y elongó el cuerpo un poco.

—No suenas animado.

—En las montañas tenemos sombra —me contestó.

—Y en el desierto te puedes broncear. —Alberto rio ampliamente, sacó algo de comer y lo repartió a todos.

—¿Qué tan lejos estamos? —quiso saber Alonso.

—La verdad es que no estoy seguro —dije mirando a mi alrededor.

—Calculo que nos demoraremos un par de días más en bajar de la montaña. Estamos al límite del mapa que nos dejó Magnus, así que serán tres días por el desierto en línea recta.

—Estás bromeando ¿verdad? —Alberto se empezó a impacientar.

—No tenemos suficiente agua, ni comida. —Alonso sonaba preocupado.

—No llegaremos a ningún lado por el desierto —protestó Alberto mientras revisaba los víveres.

Trepé a la cima de una roca y me senté para escudriñar el paisaje. Traté de buscarle un sentido a lo que miraba, comparándolo con lo que había dibujado Magnus en el mapa, pero nada concordaba. A mi derecha se encontraba el inmenso bosque, pero no lograba ver su fin; incluso el color de la arena del desierto era diferente, más rojizo, y no lograba divisar las montañas en medio; que era donde se encontraba el dragón, ni el bosque de Naythiry.

—¿Sucede algo? —preguntó Alberto.

—No reconozco nada de esto, ni el desierto, ni las montañas, ni el bosque.

—¿Cómo que no reconoces nada? —dijo Alberto exaltado entretanto se acercaba a ver.

—Nada de nada —resoplé resignado tratando de ubicarme en el mapa. En esos momentos extrañaba los ojos de Christian, o Miguel.

—¡¿Eso quiere decir que estamos perdidos?! —gritó Alberto, y se puso a golpear un par de rocas para sacar la frustración.

—En realidad no —intervino Alonso antes de que empezáramos a discutir—. Nunca supimos dónde estábamos cuando llegamos a este mundo, así que siempre estuvimos perdidos.

—Entonces, ya que siempre estuvimos perdidos, no podemos perdernos más. —Sonreí completando la idea de Alonso, lo que hizo que Alberto se molestara aún más.

—Bueno ¿Qué camino tomamos? —preguntó sin mucho ánimo.

—Creo que debemos bordear la montaña bajando poco a poco hasta llegar al bosque —dije señalando hacia mi izquierda.

Acordamos eso y volvimos a ponernos en marcha, Alonso andaba animado y optimista, lo cual era un poco molesto, pero al menos mantenía la conversación. Avanzamos a paso ligero durante lo que quedó del día, esa noche acampamos entre las rocas y racionamos los alimentos para dos días, o al menos eso esperábamos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.