Crónicas: Un Viaje Dimensional

CAPÍTULO 29: COMPAÑEROS, AMIGOS

Después de dos días de viaje, llegamos a un acantilado que daba a una pequeña caleta. Desde arriba podíamos ver un astillero con un solo barco en construcción, un par de casas en mal estado y un pequeño muelle; donde había dos barcos anclados.

—Llegamos —celebró Alonso empezando a bajar por un angosto camino—. El viejo Clavel debe estar en el astillero. —Nos hizo señas para que lo siguiéramos.

El camino fue complicado. Lo bajamos a pie, cada uno jalaba su caballo, evitando resbalar por las afiladas rocas sueltas. Cuando logramos llegar a salvo, Alonso se encaminó a la vieja casa dejando su caballo con nosotros.

Un caballero de mediana estatura, piel morena por el fatigante sol, de cabellos negros con ligeros matices de plata por el pasar de los años; salió a su encuentro, lo llamó por su nombre y lo abrazó con fuerza.

—Querido muchacho —escuché que le hablaba—, ¡por el dios dormido!, ¡qué alegría verte!

—Es bueno volver a estar en tus playas —le contestó con alegría—. Veo que te sigues dedicando a los barcos.

—¿Qué más podrían hacer estas viejas manos? —respondió mirando hacia nosotros con curiosidad—, veo que ya no andas solo.

—Son mis amigos queridos —dijo trayéndolo al frente de nosotros—, ellos también son de mi mundo. —El señor se quedó mirándonos por un momento.

—¡Martha! —gritó de improviso—, prepara todo lo que tengas en la alacena, esta noche agasajaremos hasta que el dios dormido venga a festejar con nosotros. —Volvió hacia nosotros y se acercó a Naythiry y a Mikel; ofreció ambos brazos, ellas lo tomaron una a cada lado, y él empezó a conducirlas hacia su casa—. Queridas niñas, espero que este bruto salvaje las haya tratado como se merecen.

—El bruto salvaje es inofensivo —bromeó Mikel.

Lo seguimos a su casa donde una señora nos esperaba con una cuchara de palo en la mano.

—Debes estar bromeando, viejo sin vergüenza —reclamó la señora—, mira que recién hoy he vuelto con las provisiones para la semana.

—No te quejes querida, mira quien viene conmigo. —Hizo una seña hacia Alonso. La señora echó un grito y saltó a sus brazos.

—Querido niño, pensé que te habían asesinado —susurró entre llantos—, mi hermano tenía razón —siguió mirándolo de pies a cabeza—, te has convertido en todo un hombre. —Se secó las lágrimas con sus ropas viejas—. Les prepararé la mejor cena.

El señor llamó a dos muchachos que se encontraban trabajando. Cuando vieron a Alonso dejaron sus herramientas y corrieron a saludarlo, al tiempo que una chica salía de un cuarto de la casa. Llevaba una jarra con varios vasos, y comenzó a atendernos. Izmar se acercó a la cocina y le pidió a la señora que le permitiera ayudar; Mikel y Naythiry se le unieron.

—Alonso —lo nombré sin llamar la atención—, ¿no crees que están gastando más de lo que tienen para brindar?

—No te preocupes, ya le di unas piezas de oro para que pueda reponer todo lo que gaste hoy —me sonrió—, él me aprecia mucho, al igual que su esposa, pero eso no quita que sea medio avara. —Me palmeó el hombro volviendo a sentarse al lado del caballero.

El resto de la tarde y casi toda la noche la pasamos bebiendo y comiendo lo que la señora nos preparó. El señor Clavel no dejó pasar la oportunidad de contar cosas embarazosas sobre Alonso, y en los muchos problemas que se había metido en la ciudad de Yormahe.

El hermano de la señora fue quien entrenó a Alonso para que se ganara su libertad como gladiador. Fue su protector, hasta que murió junto a su esposa de una extraña enfermedad dejando a sus dos hijos, que ahora trabajaban con Clavel en la fabricación de barcos.

Pero los dos jóvenes tenían más aspiraciones, y lo que más querían era viajar por el mundo, sin embargo, no tenían los medios suficientes para irse. El señor también nos contó la difícil situación en la que estaban viviendo ahora, ya que unos de los nobles querían hacerse con el reino de una manera poco leal. Clavel decía que ese noble había creado una gran fuerza militar, y había puesto un monopolio en todos los negocios grandes.

El rey no hacía nada, puesto que la ciudad estaba bien, aunque la señora explicó que el rey era un cobarde niñito de mamá, que por su falta de decisión la mayor parte de los nobles estaban en su contra.

Cuando la noche estuvo ya bien entrada; al igual que la bebida; Alonso, el señor Clavel, Christian, Alberto y yo nos alejamos un poco.

—Agradezco la visita, en especial que podemos festejar de esta manera —empezó a decirnos— pero es hora de que me digan, ¿Qué los trae por aquí?

—Necesitamos un barco —comenté— y tripulación.

—Estamos a punto de lograr volver a nuestro mundo —completó Alonso.

—¿Es cierto? —preguntó apoyando la mano en su hombro—, eso me da mucho gusto. —Caminó un poco por la arena—. Tengo dos barcos terminados, toma el que quieras, no hay problema —dijo, se acomodó en la arena hasta recostarse—, mañana hablaremos del precio —bostezó— porque habrá un buen precio. —Sonriendo, se quedó dormido.

Seguimos caminando por la arena hasta llegar al mar. Las olas golpeaban con suavidad a nuestros pies, al cabo de un momento los demás vinieron a acompañarnos. Traían consigo un barril de licor que la señora les había enviado. Esa noche tomamos y reímos sin preocupaciones, los jóvenes nos acompañaban y preguntaban sobre nuestras aventuras, ilusionados hablaban entre ellos.




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