Crónicas: Un Viaje Dimensional

CAPÍTULO 33: AMISTAD

Me desperté tranquila, no podía recordar mi sueño como las noches anteriores. Me acerqué a la ventana y vi que seguía lloviendo. Era el tercer día de lluvia, no había parado ni un minuto. Fui al baño a refrescarme; no me demoré mucho; ya me estaba acostumbrando a estar aquí, aunque no había nada que hacer ya que la lluvia no nos dejaba salir a ningún lado. Terminé de cambiarme y bajé al segundo piso donde estaba Verónica esperándome con el desayuno. Como los últimos días, Augusto estaba en el taller haciendo no sabía qué. Tomé mi desayuno con tranquilidad y me puse a ayudar a Verónica a limpiar y cocinar.

Augusto subió a la hora del almuerzo junto con Fernanda, que siempre estaba con él en el taller.

—Los saqueos deben haber parado —comentó mientras se sentaba pesadamente en la silla.

—¿Y eso que tiene que ver? —preguntó Verónica mientras servía la comida.

—Que voy a salir a ver cómo está todo, necesitamos algunas cosas. —Verónica lo miró con desaprobación.

—No puedes salir con esta lluvia, es muy peligroso —negó. Seguido, me pasó un plato de comida para que lo llevara a la mesa.

—¿Y vamos a esperar a que pare la lluvia para que la gente sepa que abajo hay una tienda para que nos saqueen? —cuestionó. No se dijo nada más del tema y comimos en silencio. Esa lluvia era muy extraña, me preguntaba como estaría mi mamá y si allá también estaría lloviendo sin parar.

—Estuvo muy bueno, gracias por la comida —dijo cuando se levantó de la mesa. Había terminado antes que Verónica y yo llegáramos a la mitad de nuestro plato. Ella no le hizo caso y siguió comiendo junto a sus hijos, mientras Augusto subía al tercer piso; al cabo de un rato entró con ropa para la lluvia.

—¿Es en serio que lo vas a hacer? —Verónica estaba molesta, pero él no respondió y salió de la casa.

Estuvimos en silencio por mucho tiempo. Verónica jugaba con sus hijos intentando distraerse, pero sus ojos estaban húmedos. Las horas pasaron y eso no ayudó para nada a sus nervios; cada vez estaba más irascible. Ya habían pasado cuatro horas desde que Augusto había salido y la lluvia no se detenía. Ya no sabía qué hacer, sus hijos estaban más inquietos; el niño, Orlando, hizo caer un vaso. Me levanté de prisa a traer la escoba, de repente escuché a Verónica quejarse de dolor, empezó a maldecir; cuando volví, su mano estaba sangrando.

—Primero recoge el vaso roto —dijo al ver que me acercaba a ella. Sus hijos lloraban, traté de tranquilizarlos, recogí todos los pedazos de vidrio y los boté, Verónica metió su mano bajo la llave del agua mientras su hijo llorando no le dejaba la pierna.

—Déjame ver —le dije mientras me acercaba a ella, tenía un corte en la palma de su mano, hice que se sentara y empecé a curarle la herida mientras ella abrazaba a su hijo con la otra mano.

—Es bueno que seas enfermera. —Sonrió, le devolví la sonrisa y terminé de curarle la mano.

—Trata de no moverla mucho —indiqué—, si no para el sangrado voy a tener que suturarte —le dije en tono de broma, porque la herida no era tan profunda, ella me miró con los ojos desorbitados, pero luego se echó a reír y llevó a su hijo a la sala.

—Es un idiota, ¡cómo se le ocurre salir bajo esta lluvia! —Se quejó mientras se le escapaban unas lágrimas.

—Él sabe lo que hace, trata de confiar —consolé.

—No lloro por eso, me duele la mano —aclaró riendo. Su hija la miraba y le decía “¿au? ¿au?”

Al escuchar la ternura de la niña empezamos a reír. En eso, se escuchó la puerta, era Augusto, quien subió rápido, botó las cosas al suelo y abrazó a sus hijos y a su esposa. Era incómodo ver lo melosos que eran, me provocaba golpearlos con “la vara anti-amor”. La idea me hizo reír. Verónica le preguntó el porqué de su desesperación por salir. Él nos explicó que había ido a traer algunas armas para poder defendernos y que quería reforzar la puerta poniendo una metálica detrás de la de madera, pero le faltaban materiales; ya todo estaba tranquilo de nuevo.

Augusto nos explicó que el día que todos los aparatos eléctricos modernos habían dejado de funcionar, fue como si hubiéramos sido atacados por un impulso electromagnético. Aquello había provocado que todos los cables se fundieran, pero los que no estaban conectados todavía funcionaban; las radios antiguas que no tenían cargas también; así que fue a traer cables nuevos para ver si podía reparar algunas cosas, y usar los paneles solares que tenía en el techo para volver a tener luz. Pasó los siguientes días intentando reparar los aparatos. Un día logró hacer funcionar una antigua radio.

Una mañana se recostó en su silla y le dijo a Verónica que por fin había terminado de cambiar todo el cableado, pero no sabía si iba a funcionar. Las baterías que tenían los paneles solares estaban por completo descargadas, ahora solo tendría que esperar que dejara de llover para que el sol cargase las baterías.

En ese momento Fernanda se puso a saltar gritando “¡sol, sol, sol, sol!”. Había dejado de llover y estaba saliendo un sol fuerte. Todo parecía empezar a mejorar, pero, de repente, escuchamos una especie de rugido. Corrimos a las ventanas para ver lo que pasaba. Había gente en las calles que gritaban desesperadas y corrían de un lado a otro.

No entendíamos bien lo que pasaba, De pronto, una criatura alada cayó sobre una señora matándola al instante. Comenzó a devorarla en ese mismo lugar. Cerramos las cortinas y nos ocultamos en la sala, Verónica le tapó los ojos y oídos a sus hijos para evitar que los niños presenciaran aquella escena. Esa noche dormimos todos en el tercer piso en un mismo cuarto.




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