Crossroad 2 El eco de lo eterno

El Comienzo de las grietas

El amor entre Daniela y Lucía empezó como un refugio. Todo surgió entre clases, en esas charlas que se alargaban hasta que amanecía, y en promesas que parecían imposibles de romper.
Pero con el tiempo, lo que antes era complicidad empezó a volverse desconfianza. Las risas por tonterías se transformaron en discusiones por cualquier detalle.
Daniela lo notaba en los ojos de Lucía. Ya no brillaban igual. Había algo distinto, un cansancio cuando discutían, un suspiro largo cada vez que algo salía mal.

Una tarde, mientras estaban en la habitación de Daniela, el ambiente se puso tenso por algo mínimo.
—¿Por qué le diste like a esa foto? —preguntó Daniela, con un tono que le salió más duro de lo que quería.
Lucía levantó la vista del celular y arqueó una ceja.
—¿En serio vamos a pelear por eso? Es solo una amiga, Dani.
—Siempre es “solo una amiga” —respondió Daniela, cruzándose de brazos.
Lucía suspiró, cansada, y dejó el celular al costado.
—No podés controlar todo lo que hago. Te amo, pero a veces siento que no confiás en mí.

Esa palabra, “amo”, quedó flotando en el aire. En vez de calmar el momento, dolió. Porque sí, se amaban, pero ya no alcanzaba. El amor no podía tapar las grietas que iban apareciendo.
Daniela bajó la mirada. Quería disculparse, pero también sentía que si no defendía lo suyo, lo iba a perder. Y esa mezcla de miedo y orgullo la estaba agotando.

Las discusiones se volvieron algo de todos los días. No eran grandes peleas, sino pequeñas molestias que se iban acumulando: un “¿por qué llegaste tan tarde?”, un “no me avisaste que ibas a salir”, un “me siento como tu segunda opción”.
El amor seguía ahí, pero ahora se mezclaba con miedo: miedo a perderla, a no ser suficiente, a que todo se terminara.

Un día, Daniela se encontró escribiendo en su cuaderno, con lágrimas cayendo sobre las hojas:
“La amo, pero cada día siento que me alejo un poco más. La tengo cerca, pero la siento lejos. ¿Cómo se pelea contra algo que no se ve, pero igual duele?”

Lucía también notaba la distancia. Intentaba acercarse con un abrazo, una broma, un beso suave. Pero Daniela, atrapada en sus inseguridades, respondía con frialdad.
Y así, el círculo se repetía: cuanto más insegura se sentía Daniela, más se alejaba Lucía. Y cuanto más se alejaba Lucía, peor se sentía Daniela.

Esa noche, compartiendo la cama, el silencio pesaba más que nunca. Daniela quería girarse y abrazarla, decirle que no podía imaginar su vida sin ella, pero no lo hizo. Lucía también quería decirle cuánto la amaba, pero estaba cansada de sentir que ese amor ya no alcanzaba.

El principio del final no fue una gran pelea ni un momento exacto. Fue una suma de silencios, de dudas, de cosas no dichas.
Y aunque las dos seguían agarrándose fuerte al amor, ninguna se animaba a decir en voz alta lo que ya sabían, se estaban perdiendo.




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