Crossroad 2 El eco de lo eterno

Fiel a un fantasma

El día que decidieron tomarse un tiempo, el cielo estaba gris. No llovía, pero las nubes parecían anunciar algo que no se podía evitar.
Se encontraron en el mismo banco del parque donde antes pasaban horas riendo, comiendo helado y soñando con un futuro que ahora se sentía lejísimo.

Lucía habló primero, con la voz temblando un poco pero con decisión:
—Dani… no podemos seguir así. No quiero que sigamos haciéndonos mal. Capaz lo que necesitamos es un tiempo, ¿entendés?

Daniela se quedó callada. Esas palabras le dolieron como si le clavaran algo en el pecho.
—¿Un tiempo? —repitió, apenas, como si quisiera asegurarse de haberlo escuchado bien.
—Sí… un tiempo para pensar, para respirar. No quiero que lo nuestro termine mal.
Daniela asintió despacio, aunque por dentro sentía que todo se le venía abajo.
—Yo te espero —dijo al final, casi en un susurro.

Lucía la miró con una mezcla de ternura y tristeza. No prometió esperarla. Solo le acarició la mano, como quien toca algo que sabe que está por perder.

Los días después fueron duros. Daniela se mantuvo fiel a su palabra. No salía con nadie, no hablaba con otras chicas, ni siquiera respondía mensajes que sonaran coquetos. Su corazón estaba en pausa, detenido en esa promesa de “esperar” que dolía cada día un poco más.
Se repetía que era solo un tiempo, que Lucía iba a volver, que lo suyo era demasiado fuerte para romperse así. Se convencía de que el amor verdadero aguantaba todo.

Pero Lucía lo entendió distinto. Para ella, ese “tiempo” era más bien un final que no quería decir en voz alta. Necesitaba espacio, libertad, volver a sentirse ella misma. Y en esa búsqueda, conoció a otras chicas. No lo hizo con maldad, simplemente sintió que lo suyo con Daniela ya no tenía arreglo.

Daniela se enteraba por las redes. No eran cosas directas, pero sí fotos, comentarios, historias… señales que dejaban claro que Lucía estaba siguiendo su camino.
Cada vez que veía una publicación nueva, el pecho se le apretaba, pero trataba de justificarse: “es solo distracción, va a volver conmigo”.

Su fidelidad empezó a volverse obsesiva. Se aferraba a recuerdos, a mensajes viejos que leía una y otra vez. Dormía abrazada a un buzo de Lucía, como si ese pedazo de tela pudiera reemplazarla.

Una noche, sin poder dormir, escribió en su cuaderno:
“Me dijo que era un tiempo… y yo lo creí. Me agarré a esas palabras como si fueran lo único que me mantenía a flote. Capaz soy ingenua, capaz soy tonta, pero mi amor no sabe ser a medias. Yo la espero. Yo siempre la espero.”

Mientras tanto, Lucía ya no escribía, ya no llamaba. Y cada silencio era otra señal de que eso ya se había terminado, aunque Daniela no quisiera aceptarlo.

Ser fiel a un fantasma se volvió su condena: seguir esperando a alguien que ya no la esperaba, amar a alguien que había decidido soltar.
Y aunque todavía no lo sabía, ese fue el comienzo de su caída.




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