Crossroad 2 El eco de lo eterno

La ruptura

El tiempo había pasado lento, casi cruel. Daniela seguía contando los días, aferrada a la promesa de que solo era una pausa, mientras Lucía parecía moverse en otra dirección.

Las redes sociales se habían convertido en una tortura. Cada historia que Daniela veía de Lucía era un golpe en el pecho: nuevas amigas, salidas nocturnas, fotos en las que sonreía con una felicidad que ya no compartían.

Daniela aguantó todo lo que pudo. Pero una tarde, no resistió más. Tomó su teléfono y escribió:

—Podemos hablar?

Lucía respondió con un simple:
—Sí, vení a casa.

El reencuentro fue incómodo desde el primer minuto. Daniela entró en la habitación que conocía de memoria, pero que ahora se sentía ajena. Las fotos seguían en las paredes, la cama tenía el mismo desorden de siempre, pero el aire estaba cargado de algo distinto: distancia.

Lucía la recibió con un abrazo corto, apenas un roce.
—¿Cómo estás? —preguntó, evitando mirarla a los ojos.

—No lo sé —respondió Daniela con sinceridad. Su voz tembló—. Te extraño.

Lucía apretó los labios y se sentó en la cama. Daniela la imitó, pero dejó un espacio entre ambas, un espacio que hablaba más que cualquier palabra.

—Dani… —empezó Lucía, y en ese tono ya estaba la sentencia—. No quiero seguir haciéndote daño.

—¿Entonces era cierto? —interrumpió Daniela—. Todo este tiempo, yo te esperé… y vos… vos ya estabas con otras.

Lucía bajó la cabeza, incapaz de negar.
—Necesitaba pensar. Necesitaba sentir que todavía estaba viva. Y me di cuenta de que… lo nuestro ya no funciona.

Daniela tragó saliva con fuerza. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se negó a llorar.
—Pero yo te amo, Lu. Te amo como nunca voy a amar a nadie.

Lucía la miró por fin, con lágrimas brillando en sus propios ojos.
—Y yo también, Dani. Te amo. Pero no alcanza.

El silencio que siguió fue insoportable. Daniela quiso gritar, pedirle que no la dejara, que pelearan por lo suyo, pero no lo hizo. Algo en su interior entendía que esas palabras no cambiarían nada.

Se levantó despacio y buscó su mochila. Antes de salir, se giró una última vez.
—Gracias por enseñarme lo que es amar.

Lucía bajo la mirada.
—Y vos, por enseñarme lo que es ser amada.

Se quedaron mirándose unos segundos eternos, sabiendo que esa era la última vez que lo harían como pareja.

Daniela salió de la habitación y, con ello, de la vida de Lucía.

Esa noche escribió en su cuaderno:

"La amo. Ella también me ama. Y sin embargo, no estamos juntas. Quizá el amor no muere… quizá simplemente se transforma en algo que ya no alcanza para sostenernos."

Y por primera vez, Daniela entendió que la fidelidad a un fantasma no podía durar para siempre.




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