Crossroad 2 El eco de lo eterno

El eco del amor

El sonido de la puerta cerrándose detrás de ella se le quedó grabado en el pecho como un disparo. Daniela caminó por las calles sin rumbo, con la mochila en la espalda y las manos temblando. Todo lo que veía a su alrededor parecía apagado: las luces de los autos, las voces de la gente, hasta el aire que respiraba.

Llegó a su cuarto y se dejó caer en la cama sin quitarse la ropa. El silencio del lugar le devolvió el recuerdo de la voz de Lucía, sus últimas palabras: “Te amo, pero no alcanza.”

Esa frase se repetía en su cabeza una y otra vez, como un eco cruel que no la dejaba descansar.

Los días siguientes fueron un infierno silencioso. Daniela se despertaba cada mañana con la esperanza absurda de encontrar un mensaje de Lucía en su celular. Lo revisaba una y otra vez, como si con insistencia pudiera hacer aparecer algo que no existía.

Pero el único sonido que recibía era el de las notificaciones de clases, recordatorios o mensajes triviales de amigos. Nada de Lucía.

Lucía también la extrañaba, pero no lo demostraba. Se distraía con nuevas personas, con fiestas, con actividades que llenaban sus horas. Y, sin embargo, en las noches, cuando apagaba las luces, pensaba en Daniela. En cómo era dormir con su respiración cerca, en lo cálidas que eran sus manos, en lo seguro que se sentía su abrazo.

Pero no la buscaba. Tal vez por orgullo, tal vez por miedo a caer en lo mismo de antes.

Daniela, en cambio, no podía escapar. Todo la llevaba a Lucía: las canciones que compartían, las fotos guardadas en su celular, los lugares que solían visitar. Hasta un simple olor en la calle podía transportarla de golpe a un recuerdo que la partía en dos.

Una tarde de lluvia, abrió su cuaderno y escribió con rabia:

"Me dejó, pero todavía está en mí. No hay un solo rincón donde no la encuentre: en las canciones que escucho, en las calles que camino, en los sueños que me persiguen. La amo todavía, y ese es mi castigo."

Las lágrimas mancharon la hoja. Cerró el cuaderno de golpe y lo arrojó al suelo, pero nada logró silenciar esa voz en su interior que susurraba su nombre.

Lucía, por su parte, también lidiaba con su propio eco. Una amiga le preguntó una noche en una fiesta:
—¿Y Daniela?

Lucía se quedó en silencio unos segundos antes de responder con una voz gruesa:
—Ya no estamos más…

La amiga asintió, como si fuera una historia más. Pero para Lucía, esas tres palabras pesaban toneladas.

Esa noche volvió a casa sola, se acostó en su cama y, sin querer, buscó el espacio vacío al lado, donde antes dormía Daniela. El eco del amor seguía ahí, invisible pero presente.

Lo más doloroso no era que se hubieran separado, sino que ambas sabían que aún se amaban. Y sin embargo, ese amor se había convertido en un fantasma: estaba en todas partes, pero no podían tocarlo.

El eco del amor se convirtió en su nuevo lenguaje. Un sonido constante, imposible de apagar, que las acompañaba en silencio mientras intentaban seguir adelante.




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