Crossroad 2 El eco de lo eterno

Corazón y razón

Las indirectas eran un arma de doble filo. Cada publicación de Lucía que parecía hablarle encendía una chispa de esperanza en el pecho de Daniela, pero esa chispa solo servía para quemarla más.

De día intentaba distraerse: clases, apuntes, caminatas largas, incluso el ruido de la ciudad. Pero en las noches, cuando todo se calmaba, el eco de Lucía volvía con fuerza.

—Tenés que olvidarla —se repetía en voz baja, acostada en la cama—. Tenés que dejarla ir.

Pero apenas cerraba los ojos, aparecía en su mente la risa de Lucía, la calidez de su abrazo, la sensación de hogar que había encontrado en ella.

Una tarde, Daniela se sentó en un café con su cuaderno abierto frente a ella. La hoja en blanco la desafiaba, como si le pidiera que sacara de adentro lo que tanto la atormentaba.

Escribió:

"Mi cabeza me grita que la suelte. Que no tiene sentido, que ella ya no está, que es inútil aferrarme a un recuerdo. Pero mi corazón… mi corazón la sigue esperando en cada esquina, en cada canción, en cada silencio."

Se detuvo, apretó la lapicera con tanta fuerza que temió romperlo. Una parte de ella se sentía ridícula, infantil, por seguir colgada de alguien que había decidido soltarla. Pero otra parte se negaba a renunciar al único amor que había sentido tan verdadero.

Los amigos empezaron a notarlo. En un pasillo de la universidad, una compañera la frenó.
—Dani, estás más flaca… no dormís bien, ¿no?

Daniela sonrió, en sus ojos se notaba que estaba cansada.
—Estoy bien. Solo mucho estudio.

Mentía. No estudiaba nada. Pasaba horas encerrada en su cuarto, mirando las conversaciones viejas con Lucía, como si en ellas pudiera encontrar una respuesta, una salida, un indicio de que todavía había algo que salvar.

Pero poco a poco, la realidad empezó a hacerse más pesada. Una noche soñó que volvía a estar con Lucía, que se reían juntas en el mismo banco del parque donde habían prometido no soltarse nunca. El sueño era tan vívido que al despertar sintió un vacío brutal, como si la hubieran arrancado de golpe de un lugar seguro.

Se levantó de la cama y se miró al espejo.
—¿Cuánto más vas a aguantar así? —susurró.

Sus ojos estaban rojos, la piel pálida, el cuerpo cansado. Lo más duro no era el desgaste físico, sino la sensación de estar luchando contra sí misma.

Su cabeza lo sabía: tenía que soltar. Su corazón lo negaba con fuerza.

Al final, escribió una frase en la última página de su cuaderno, como si fuera una declaración de guerra interna:

"Si sigo escuchando al corazón, me pierdo. Si escucho a la razón, la pierdo a ella. Y en cualquiera de los dos casos… pierdo."

Daniela cerró el cuaderno con un golpe seco y lo guardó en el cajón. Pero en lo más profundo de su ser, sabía que ese conflicto la estaba desgarrando poco a poco.

Porque amar a alguien que ya no te elige es pelear contra un enemigo invisible: vos mismo.




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