Crossroad 2 El eco de lo eterno

Soledad de daniela

La soledad no era un estado para Daniela, era una prisión. Los días parecían más largos, las noches más pesadas, y el silencio de su cuarto se transformaba en un espejo donde todo lo que no quería pensar se reflejaba.

Se alejó de sus amigos. Ya no salía a fiestas, no contestaba mensajes, ni siquiera respondía llamadas de quienes intentaban sacarla de ese pozo. Su rutina era vacía: dormir tarde, despertar cansada, comer poco, escribir frases rotas en su cuaderno y mirar fotos que solo la hundían más.

"Lucía ya no está. Y yo sigo aquí, como si esperara que vuelva."

En medio de ese vacío, apareció Camila, una compañera de clase que siempre había mostrado interés en ella. Daniela la había notado antes, con su sonrisa cálida y su manera de escuchar, pero nunca le había prestado demasiada atención.

Un día, Camila se acercó en la cafetería.
—¿Puedo sentarme? —preguntó, con una bandeja en la mano.

Daniela asintió, más por educación que por ganas. La charla fluyó fácil: Camila tenía un humor ligero, una energía contagiosa que contrastaba con la pesadez que llevaba encima.

Salieron un par de veces después. Tomaron café, fueron al cine, caminaron por la ciudad. Daniela se dejaba llevar, no porque sintiera algo, sino porque el vacío pesaba demasiado y la compañía parecía un respiro.

Una noche, al despedirse, Camila la miró con ternura y se acercó para besarla. Daniela no se movió. No lo buscó, pero tampoco lo evitó. Sintió los labios de Camila sobre los suyos, suaves, cálidos… y al mismo tiempo, vacíos. No era Lucía. Nunca iba a ser Lucía.

El beso terminó, y Camila sonrió ilusionada. Daniela, en cambio, sintió un hueco aún más grande en el pecho.

Los días siguientes, Camila comenzó a buscarla con más frecuencia. Mensajes dulces, pequeños gestos de cariño, preguntas sobre su día. Daniela respondía, pero siempre con frialdad. Era como si jugara a estar presente, aunque en su mente seguía habitando un solo nombre.

Finalmente, una tarde en el parque, Daniela decidió poner un freno.
—Camila… tengo que ser honesta con vos. No puedo seguir viéndote.

Camila la miró, confundida.
—¿Por qué? ¿Hice algo mal?

Daniela negó con la cabeza, sintiendo el nudo en la garganta.
—No sos vos. Sos perfecta… pero yo sigo atrapada en alguien más. Nunca fue contigo, siempre fue con ella.

Camila bajó la mirada, los ojos brillando con lágrimas contenidas.
—Entonces… ¿yo solo fui un reemplazo?

La pregunta le dolió como un golpe. Daniela quiso negarlo, pero sabía que, de alguna manera, era cierto.

—Lo siento —susurró, incapaz de mirarla a los ojos.

Camila se levantó y se fue, dejando atrás un silencio más frío que cualquier despedida.

Esa noche, Daniela escribió con rabia y tristeza:

"La herí sin querer. No porque no fuera suficiente, sino porque nunca dejé de estar en otro lugar, con otra persona, con otro recuerdo. Soy egoísta. Soy cruel. Soy una mala persona. Si no puedo amar de nuevo, ¿qué me queda? Solo el vacío."

Se abrazó a sí misma en la cama y comprendió algo doloroso: no solo había perdido a Lucía, también estaba perdiéndose a ella misma.




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