Crossroad 2 El eco de lo eterno

Un nuevo camino

El avión aterrizó, y el anuncio en inglés por los altavoces confirmó lo que Daniela todavía no podía creer: estaba en Nueva York.

El aeropuerto era un caos de voces en distintos idiomas, maletas rodando y pantallas que anunciaban vuelos. Daniela avanzaba entre la multitud con la valija en una mano y el cuaderno apretado contra el pecho. Todo a su alrededor parecía demasiado grande, demasiado rápido.

En Uruguay, incluso en sus peores días, siempre había sentido cierta familiaridad. Sabía dónde estaba cada calle, cada esquina, cada olor. Aquí, en cambio, era extraño. Una más entre miles de desconocidos que pasaban a su lado sin mirarla.

Por primera vez en mucho tiempo, esa sensación no la ahogó: la liberó. Nadie sabía quién era. Nadie conocía su historia con Lucía, ni las heridas, ni las culpas. Era borrar y cuenta nueva.

El taxi la dejó frente a un pequeño departamento en Queens que había alquilado por internet. El edificio era antiguo, con paredes desgastadas y un pasillo que olía a humedad. El cuarto era diminuto: una cama individual, un armario que parecia de años y una ventana que daba a la calle.

Daniela se dejó caer en la cama, agotada. El silencio era distinto al de su habitación en Uruguay: aquí no había recuerdos, no había ecos de Lucía escondidos en las paredes. Solo un vacío neutral que podía llenar como quisiera.

Sacó su cuaderno y escribió:

"Estoy sola. Completamente sola. Y sin embargo, siento que este silencio me pertenece. Es mío. de Nadie más."

Los primeros días fueron caóticos. Daniela se perdió en el metro más de una vez, confundida por los carteles y el ritmo frenético de la gente. Caminó por las calles, había mucho ruido y luces que la hacían sentirse pequeña, insignificante.

En una cafetería de Brooklyn, pidió un café con torpeza, luchando con su inglés inseguro. El barista apenas la miró, pero cuando le entregó la taza, Daniela sonrió como si hubiera ganado una batalla. Era un gesto mínimo, pero representaba mucho: estaba sobreviviendo, paso a paso, en un lugar que no conocía.

Las noches eran más difíciles. Se acostaba y pensaba en Uruguay, en su familia, en lo conocido. A veces Lucía volvía en sueños, con su risa y su manera de mirarla. Pero al despertar, la distancia le recordaba que esas imágenes eran solo fantasmas.

Una madrugada, caminó hasta Times Square. Las pantallas iluminaban la ciudad como si fuera de día, y la multitud parecía infinita. Daniela se quedó parada en medio, mirando los carteles gigantes que anunciaban marcas, películas, noticias.

Por un instante, el ruido desapareció. Se sintió diminuta, perdida en un mar de luces, pero al mismo tiempo, viva.

"Estoy sola. Pero estoy viva."

Lo escribió en una servilleta que guardó en su cuaderno, como si quisiera sellar ese pensamiento para siempre.

Nueva York no le borró las cicatrices, pero le dio un espacio distinto para respirar. Por primera vez, entendió que su vida ya no estaba atada a Lucía. Que ahora, el camino era solo suyo.

Y aunque el miedo seguía ahí, mezclado con la nostalgia, Daniela sonrió al pensar que tal vez, solo tal vez, el dolor podía transformarse en otra cosa.

Un nuevo comienzo.




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