Crossroad 2 El eco de lo eterno

Sombras del pasado

La ciudad no dejaba de moverse, pero Daniela sí. Había noches en las que el ruido de los autos y las sirenas quedaba lejos, como si estuviera aislada en una burbuja invisible. En su cuarto pequeño, con las paredes grises y la cama deshecha, el silencio era un monstruo que se sentaba a su lado.
Fue en una de esas noches cuando el sueño la traicionó.

Soñó con Lucía.

No era un recuerdo concreto, sino una mezcla extraña: estaban en su antiguo cuarto en Uruguay, riéndose por alguna tontería, con música de fondo y las luces apagadas. Lucía tenía esa manera de mirarla que hacía que el mundo se callara. Daniela la veía, tan real, tan cercana, que podía sentir el calor de su piel, la suavidad de sus manos.

En el sueño, Lucía la abrazaba y susurraba:
—Nunca te olvidé.

Daniela despertó con lágrimas en los ojos. El reloj marcaba las 3:17 de la madrugada. Se llevó las manos al rostro y quiso convencerse de que solo había sido un sueño, un truco cruel de su subconsciente. Pero el dolor en su pecho era demasiado real.

"¿Por qué sigo soñando con ella si ya no somos nada?"

Los días siguientes, las sombras del pasado se hicieron más pesadas. Caminaba por la ciudad y encontraba destellos de Lucía en todas partes.

En una librería de segunda mano, vio un ejemplar gastado de un libro que Lucía solía leer. Lo tomó entre sus manos y sintió un escalofrío. Lo miró, como esperando encontrar una nota oculta, una señal imposible.

En el metro, escuchó a dos chicas reír juntas, con la misma complicidad que ella y Lucía compartieron alguna vez. Cerró los ojos y el sonido la atravesó como una puñalada.

En un café, una canción comenzó a sonar en la radio. Era una de esas que ellas solían dedicar indirectamente en Instagram, en esos días donde se hablaban sin hablarse. Daniela salió del local de inmediato, incapaz de soportarlo.

Una tarde, después de una caminata larga por la ciudad, regresó a su cuarto y se dejó caer en la cama. Sacó su cuaderno y escribió con rabia:

"¿De qué sirve estar en otro país, en otra vida, si sigo cargando con vos? Me escapé, crucé un océano, y aun así me persiguen tus sombras. Me duele admitirlo: todavía te amo, aunque no quiero amarte más."

Tiró el cuaderno al suelo y rompió en llanto.

Las sombras no eran solo recuerdos: también eran dudas. Daniela se preguntaba si Lucía alguna vez pensaba en ella, si en alguna esquina de Uruguay todavía existía una memoria compartida. Y aunque trataba de convencerse de que todo había terminado, la incertidumbre la desestabilizaba.

Una noche, mirando las luces desde su ventana, murmuró en voz baja:
—Si me olvidaste, ¿por qué yo no puedo?

El silencio no respondió.

Nueva York seguía avanzando, indiferente a su dolor. Daniela lo sabía: si quería sobrevivir, tendría que aprender a convivir con esas sombras. No podía borrarlas de un día para otro, pero tal vez podía aprender a caminar con ellas sin que la hundieran.

Y así, entre lágrimas y páginas escritas a medias, Daniela comprendió algo aunque hubiera cruzado medio mundo, el verdadero viaje todavía no había comenzado.

El viaje no era hacia otra ciudad, sino hacia adentro.




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