Las semanas pasaban y, sin darse cuenta, Daniela había empezado a sentirse en casa.
No era una sensación completa, ni constante, pero había días en los que despertaba y no pensaba en Lucía. Días en los que se miraba al espejo y no veía una sombra, sino una mujer cansada, sí, pero más fuerte.
Aun así, en medio de esa calma frágil, había una pregunta que la perseguía cada vez más.
Una que le daba miedo incluso formular en voz alta:
"¿Y si vuelvo a amar?"
Una noche, después de clase, se quedó hablando con Melissa en la puerta de la librería. La lluvia caía fina, tibia, y el olor a tierra mojada lo cubría todo.
Melissa hablaba de una exposición de arte que planeaba visitar, y Daniela la escuchaba, fascinada, como si cada palabra tuviera un brillo distinto.
Por un momento, se dio cuenta de que estaba sonriendo sin darse cuenta.
La voz de Melissa la tranquilizaba, le daba esa paz que no encontraba en ningún otro lugar.
Y entonces, el pensamiento la golpeó de nuevo.
¿Y si esto es algo más?
Esa noche, en su departamento, Daniela no pudo dormir.
Caminaba de un lado a otro, con el corazón acelerado y una mezcla de miedo y confusión que la desbordaba. No quería repetir la historia, no quería mezclar cariño con necesidad, pero… lo que sentía era distinto.
Melissa no era Lucía.
Melissa no le exigía, no la juzgaba, no la ataba.
Era una presencia constante, silenciosa, que no pedía nada pero lo daba todo.
Daniela se sentó en el suelo, junto a la ventana, mirando cómo las luces de la ciudad parpadeaban como si el mundo respirara junto a ella.
Abrió su cuaderno y escribió:
"Tengo miedo. No del dolor, sino de volver a sentir. No sé si estoy lista, no sé si quiero. Pero cuando la miro, cuando me habla, hay algo en mí que despierta. Algo que había dado por muerto."
Los días siguientes trató de ignorarlo.
Convenció a su mente de que solo era afecto, de que Melissa era solo una amiga importante, un apoyo. Pero cada vez que se cruzaban las miradas, cada vez que se rozaban las manos al pasar una hoja o al compartir un café, ese fuego callado volvía a encenderse.
Melissa parecía no notarlo, o quizás sí, pero nunca decía nada.
Era como si ambas supieran que algo estaba cambiando, y aun así decidieran no hablarlo.
Un domingo, fueron juntas al museo. Era una exposición de fotografía en blanco y negro: retratos de desconocidos con expresiones que parecían contar mil historias.
Frente a una imagen de dos mujeres tomadas de la mano, Daniela sintió un nudo en la garganta.
Melissa la miró de reojo.
—¿Te gusta esa?
Daniela asintió, sin poder responder.
—Sí… —susurró—. Tiene algo que duele y calma al mismo tiempo.
Melissa sonrió apenas.
—Como casi todo lo que vale la pena.
Esa noche, de regreso en su cuarto, Daniela comprendió algo.
Por primera vez en mucho tiempo, el amor ya no era un enemigo.
No lo veía como una amenaza, sino como una posibilidad.
Una posibilidad que la asustaba, sí, pero también la hacía sentir viva.
"Tal vez no se trata de olvidar para amar de nuevo.
Tal vez se trata de aprender a amar distinto.
Con menos miedo.
Con más verdad."
Daniela cerró el cuaderno y respiró profundo.
No sabía si lo que sentía por Melissa era amor o simplemente gratitud, pero algo era seguro: el corazón había vuelto a moverse.
Y después de tanto tiempo congelado, eso ya era un milagro.
Editado: 21.11.2025