El verano estaba en su punto más alto, y la ciudad parecía vivir al ritmo del calor.
Las noches se estiraban, los bares se llenaban de música, y las calles tenían ese olor dulce a comida y el aroma de las flores silvestres que solo Nueva York podía tener.
Daniela había aprendido a disfrutarlo.
A caminar sin rumbo, a detenerse en una esquina solo para mirar el cielo, a dejar que el ruido de la ciudad se mezclara con sus pensamientos sin hacerles daño.
Y, sin buscarla, Melissa estaba en todos esos momentos.
Empezaron a verse más seguido. No era algo planificado, simplemente ocurría.
Un mensaje por la tarde: “¿Te parece un café?”
Una llamada corta: “Encontré un lugar nuevo para leer.”
Y ahí estaban, juntas, siempre, como si el universo conspirara para que se cruzaran una y otra vez.
No hablaban del pasado, no hablaban del futuro. Solo del presente.
Y ese presente, por primera vez en mucho tiempo, le resultaba suficiente a Daniela.
Una tarde fueron al río Hudson.
Melissa llevaba una cámara vieja colgando del cuello y un cuaderno de bocetos en la mano. y Daniela, su inseparable libreta.
Se sentaron en el borde del muelle, con los pies sobre el agua.
—¿Alguna vez te imaginaste estar acá? —preguntó Melissa, tomando una foto sin mirar.
Daniela rió suavemente.
—Jamás. Pero tampoco me imaginé sobreviviendo a tanto.
Melissa bajó la cámara, la observó un segundo y dijo con voz baja:
—Eso es lo que más me gusta de vos. Que sobrevivís, incluso cuando no querés hacerlo.
Daniela no supo qué responder.
Solo se quedó en silencio, sintiendo cómo esas palabras le tocaban una herida que no dolía, sino que cicatrizaba.
El viento movía el agua con suavidad, y Melissa apoyó la cabeza en el hombro de Daniela.
Fue un gesto simple, pero en él cabía todo: la confianza, la calma, la ternura.
Daniela se quedó quieta, mirando el horizonte teñido de naranja.
Por dentro, el corazón le temblaba. No por miedo, sino por la emoción de sentirse viva otra vez.
Esa noche, al regresar a su departamento, Daniela encendió una vela y escribió en su cuaderno:
"Nunca planeé esto. No planeé conocerla, ni dejar que se quedara, ni permitir que mis manos volvieran a temblar por alguien.
Y, sin embargo, acá estoy.
Sintiéndome menos rota.
Sintiéndome… humana otra vez."
Cerró el cuaderno y sonrió. No era amor todavía, pero tampoco era simple cariño.
Era algo que nacía sin nombre, sin condiciones, sin pasado que lo marcara.
Algo limpio, silencioso, inevitable.
Con Melissa, no sentía la necesidad de esconderse.
No tenía que ser fuerte, ni fingir que estaba bien.
Podía ser Daniela: la que se perdió, la que huyó, la que ahora estaba aprendiendo a quedarse.
Y esa, quizás, era la forma más pura de amar.
Editado: 21.11.2025