Los días comenzaron a pasar sin peso.
Daniela se despertaba con el sonido de los pájaros afuera, tomaba café con calma, escribía sin lágrimas, y a veces hasta se sorprendía riendo sin motivo.
No era una risa forzada. Era real.
Era nueva.
Y sin embargo… la asustaba.
Había pasado tanto tiempo acostumbrada a la tristeza, que el silencio sin dolor le parecía sospechoso.
Cada vez que se sentía bien, su mente le susurraba una advertencia:
"No te confíes. Todo lo que amás se termina."
Y aunque intentaba ignorarlo, esa voz volvía cada noche, cuando las luces de la ciudad se apagaban y el cuarto quedaba a oscuras.
Una tarde, mientras caminaban por Central Park, Melissa la observó en silencio.
Daniela miraba los árboles con expresión distraída, como si su cuerpo estuviera ahí pero su mente estuviera muy lejos.
—¿Estás bien? —preguntó Melissa.
Daniela sonrió con suavidad.
—Sí. Solo… pienso demasiado.
Melissa se detuvo frente a ella.
—¿En qué?
Daniela la miró a los ojos, con un brillo triste.
—En lo que pasa cuando algo va bien. En cuánto tarda en romperse.
Melissa sostuvo su mirada, firme pero cálida.
—No todo lo que va bien tiene que romperse.
Daniela bajó la vista.
—A mí sí.
El silencio que siguió no fue incómodo, sino necesario.
Melissa le tomó la mano, sin decir nada, y siguieron caminando así, juntas, bajo el sol de la tarde.
Por un instante, Daniela sintió que el miedo se deshacía entre sus dedos.
Esa noche, sola en su departamento, escribió:
"He aprendido a vivir esperando el golpe.
Cada vez que algo me hace bien, me preparo para perderlo.
Como si el amor viniera con fecha de vencimiento.
Pero Melissa… Melissa no promete quedarse.
Solo está.
Y tal vez, eso sea lo que más miedo me da:
que no quiero que se vaya."
Los días siguieron, y la calma también.
Había tardes en que Daniela se sorprendía a sí misma caminando sin prisa, tomando fotos del cielo, escribiendo por placer y no por necesidad.
Había empezado a vivir.
Pero el miedo persistía, en lo más profundo, recordándole que la felicidad, para ella, siempre había sido algo fugaz.
Aun así, por primera vez, decidió no huir del miedo.
Decidió quedarse.
Y en ese gesto silencioso —el de quedarse a pesar del temor—, Daniela entendió que esa era su verdadera victoria.
Editado: 21.11.2025