Crossroad 2 El eco de lo eterno

Señales en el aire

El otoño llegó sin permiso.
Las hojas del Central Park comenzaron a teñirse de naranja y marrón, y la ciudad adoptó ese tono nostálgico que a Daniela siempre le había gustado.
Las mañanas eran frías, las tardes más cortas, y la gente caminaba más rápido, buscando refugio del viento.

Aun así, Daniela sentía dentro de sí un calor nuevo, una serenidad que nunca había conocido.
Vivía días simples, llenos de rutinas tranquilas.
El café con Melissa antes de las clases, las caminatas por el puente de Brooklyn los domingos, las noches de películas donde a veces se quedaban dormidas sin darse cuenta.

Por primera vez, la vida se sentía estable.
Y eso, la inquietaba.

Una tarde, mientras escribía en su cuaderno, se dio cuenta de algo extraño: hacía semanas que no mencionaba a Lucía.
El nombre que alguna vez había llenado páginas enteras ahora apenas aparecía entre las líneas.
Eso la asustó y alivió al mismo tiempo.

"¿Se puede extrañar algo y al mismo tiempo sentirse en paz por haberlo soltado?"
Esa pregunta la persiguió todo el día.

Melissa, que la conocía demasiado bien, lo notó.
—Tenés esa cara de cuando pensás mucho —le dijo, sonriendo.

Daniela suspiró.
—Solo me doy cuenta de que las cosas cambian incluso cuando no queremos.

—Así debe ser —respondió Melissa—. Si nada cambia, no crecemos.

Los fines de semana se habían vuelto su refugio.
Les gustaba tomar trenes sin rumbo, bajarse en barrios nuevos, caminar sin mapa.
Un sábado, el viento soplaba con fuerza y el cielo estaba cubierto. Caminaron por la orilla del río, riendo, tomándose fotos que luego Melissa revelaba en papel.

En una de ellas, Daniela aparecía mirando hacia el horizonte, con el cabello desordenado por el viento.
Melissa se la mostró días después, mientras tomaban café.

—Mirá —dijo—. Parece que estás pensando en mil cosas.

Daniela rió.
—Probablemente estaba pensando en café.

Pero al mirar la foto de nuevo, algo se le movió en el pecho.
No por tristeza, sino por un presentimiento.
Una sensación extraña, suave pero persistente, de que algo estaba por cambiar.

Esa noche soñó con el mar.
Era un sueño difuso el sonido de las olas, el cielo inmenso, el viento en la cara.
Se veía a sí misma de espaldas, caminando hacia el agua sin miedo.
No había dolor en el sueño, solo una calma inmensa, como si el mar la llamara de una forma que no podía explicar.

Despertó con el corazón acelerado y una lágrima en la mejilla.
El amanecer entraba por la ventana, tiñendo todo de dorado.

"Soñé con el mar… y no sentí miedo."
Eso fue lo único que escribió en su cuaderno esa mañana.

Los días continuaron normales, pero el aire tenía algo distinto.
Pequeños detalles comenzaron a marcar el cambio: un mensaje que tardaba en llegar, un silencio más largo de lo habitual, una sensación de que el tiempo se aceleraba sin razón.

Daniela lo ignoró.
No porque no lo sintiera, sino porque quería creer que la vida, por fin, le estaba dando un respiro.

Pero en algún rincón profundo de su mente, esa imagen del mar seguía volviendo.
El sonido de las olas.
La brisa.
Y esa paz extraña, casi inquietante, que no sabía si era el principio… o el final.




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