Crossroad 2 El eco de lo eterno

El peso del adiós

El invierno se acercaba de nuevo, y Nueva York empezaba a cubrirse con su tono gris habitual.
La ciudad se veía diferente bajo la luz fría: más lenta, más pensativa, más silenciosa.
Daniela caminaba por las calles abrigada hasta el cuello, con las manos escondidas en los bolsillos del abrigo, sintiendo el aire cortarle las mejillas.

Todo parecía igual, pero algo había cambiado.
Una sensación imperceptible, una corriente subterránea que recorría sus días sin explicación.

Melissa había comenzado a hablar sobre un nuevo proyecto.
Una propuesta de trabajo en otra ciudad, un puesto en una editorial pequeña que admiraba desde hacía años.
Daniela escuchaba cada palabra con una mezcla de orgullo y miedo.

—Es una oportunidad enorme, Dani —decía Melissa, con los ojos brillando de entusiasmo—. No sé si me la vuelvan a ofrecer.

Daniela sonreía, aunque por dentro se marchitaba.
—Claro que tenés que aceptarla —respondió, intentando sonar firme—. Es lo que siempre quisiste.

Melissa asintió, pero la miró en silencio, como si entendiera que detrás de esas palabras había un temblor que no se podía esconder.

Esa noche, cuando Daniela llegó a casa, el silencio la golpeó como nunca antes.
Se sentó en la cama, sin quitarse el abrigo, y miró la ventana empañada.
El eco de las palabras de Melissa seguía flotando en su cabeza.

"No sé si me la vuelvan a ofrecer."

Sabía lo que eso significaba.
Un cambio.
Una distancia.
Un nuevo comienzo… para Melissa.

Y un final, quizá silencioso, para ellas.

Los días siguientes se llenaron de rutinas forzadas.
Melissa todavía no había confirmado su decisión, pero el tema estaba ahí, suspendido entre ambas.
Hablaban de cualquier cosa menos de eso.
Salían, reían, se abrazaban.
Pero en el fondo sabían que cada uno de esos momentos podía ser el último antes de un nuevo destino.

Daniela escribía sin parar.
Era su manera de no quebrarse.

"A veces el amor no se destruye; solo se transforma en distancia.
No porque uno deje de querer, sino porque el tiempo y la vida siguen caminos distintos."

Una tarde, mientras caminaban por el parque, Melissa se detuvo y la miró con seriedad.
—¿Estás enojada conmigo?

Daniela negó con la cabeza.
—No. Solo… no quiero pensar en lo que viene.

—Yo tampoco —respondió Melissa—. Pero hay cosas que no podemos detener.

El viento soplaba fuerte.
Daniela cerró los ojos, queriendo grabar ese momento: la voz de Melissa, el olor a hojas secas, el tacto de su mano.
Porque, de algún modo, sabía que todo eso estaba a punto de convertirse en recuerdo.

Esa noche escribió:

"Hay silencios que pesan más que los gritos.
No hay ruptura, no hay pelea.
Solo una puerta que empieza a cerrarse despacio, sin ruido,
como si el destino tuviera miedo de despertarnos."

Cuando Melissa se despidió aquella última tarde antes de viajar para la entrevista, no hubo promesas.
Solo un abrazo largo, tibio, y un “nos hablamos” que dolió más que cualquier adiós.

Daniela la vio alejarse entre la multitud y comprendió que a veces, el amor no termina con un portazo, sino con un suspiro.

Y en ese suspiro, se escuchó algo romperse muy despacio, como una cuerda vieja que ya no podía sostener tanto peso.




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