Era un domingo por la tarde, todo parecía tranquilo; una suave brisa soplaba por los alrededores de los campos, los niños jugaban tranquilamente en las aceras del vecindario y un azulejo se posaba en la ventana del cuarto de Stephen. Hoy su padre no estaba en casa, se encontraba en busca de unos chicos que destruyeron el hermoso jardín de azaleas de la Señora Worth, la cual vive a unas dos casas de distancia donde vive su examigo Ian.
—Estos bribones se han metido en mi jardín y han estropeado mis hermosas azaleas, oficial Hudson, le sugiero que atrape a estos rebeldes cuanto antes. —Ordenó la Señora Worth cuando llamó hace treinta minutos al padre de Stephen.
El padre de Stephen bebió un sorbo de jugo de durazno. —Haremos lo que podamos señora Worth... Sólo espere unos minutos que ya voy para allá. —se ajustó el cinturón y salió disparado del comedor. Lo siguiente que hizo fue llamar a otro oficial y observó a Stephen sentado comiendo.
—Tengo que irme Steph, no te metas en problemas. —Bromeó el Sr. Hudson.
Stephen tomó un sorbo de su jugo. —No lo haré oficial Hudson. —Le dijo a su padre mientras este se iba por la puerta principal. Su padre parecía estar feliz de estar con su hijo después de meses de no verlo. Toda esta semana Stephen y su padre pasaron un tiempo relajados, viendo películas y series de televisión. Eso se sentía muy bien después de haber pensado en irse el día que había llegado a su casa. Pero todo de algún modo hacía que Stephen se preguntara de vez en cuando ¿Hice lo correcto al haberme quedado aquí? Él quiso pensar que si y por eso decidió que no dejaría que el estrés y la culpa lo presionaran de nuevo. Se quedaría con su padre esta vez.
Un ruido se escuchó en el segundo piso. Stephen se asomó por la sala. — ¿¡Papá eres tú!? —llamó el pero no hubo respuesta. A lo mejor era el azulejo que entró por la ventana de la habitación y tumbó algo. —Fue lo que él pensó.
El rechinar de una puerta abriéndose lo llenó de miedo, ¿quién podrá ser? Su padre no estaba en la casa. El azulejo no era lo suficientemente fuerte como para mover una puerta, entonces, pensó en algo, tenía que armarse de valor puesto a que podría ser un ladrón que entró en la casa. Parecía descabellado que un ladrón entrara a casa de un policía ¿y si realmente lo era? ¿Qué debía hacer? Llamar a su padre era la mejor opción pero puede que él no llegara a tiempo.
— ¿¡H-hola!? —llamó de nuevo Stephen. Nadie respondió. Tomó un bate de béisbol y comenzó a subir lentamente las escaleras. De pronto había recordado que su padre le inventaba historias de miedo diciendo que en la casa habían fantasmas ¿realmente era cierto? Stephen no lo sabía. Nunca llegó a ver o a escuchar algo extraño en la casa cuando estaba solo. — ¿¡alguien está ahí!?
—Stephen. —susurró una voz.
— ¿Quién eres? —Stephen tragó saliva. Había alguien en su casa. Que se sabía su nombre. Esto era realmente malo.
—Stephen, ven a buscarme. — la voz le susurró otra vez.
Lágrimas bajaban de sus ojos, el miedo lo invadía, lo consumía por dentro. Sea quien sea esta persona, podría matarlo.
Este sería su fin.
— ¿Por qué no sales? — preguntó el. Era una mala idea hacer eso pero no le quedaba de otra. — Sal. Quiero ver quién eres.
De pronto sintió como algo lo empujó lo detrás Stephen cayó al suelo, era una figura, alguien vestido de negro pasó por un lado de él y caminó hacia una puerta. Stephen tomó algo que estaba en el suelo.
Era una pluma.
Al principio pensó que era producto de su imaginación, pero el empujón se sintió tal real ¿cómo era posible? La puerta de la habitación donde la figura había entrado se cerró de golpe. Stephen se apresuró para abrirla. —No puedo creer que esté haciendo esto. -Se dijo a sí mismo. El intentó abrir la puerta pero esta parecía haber sido bloqueada por algo —o por alguien.
Comenzó a girar fuertemente la perilla de la puerta, ya no sentía miedo alguno, de hecho un poco de miedo pero lo único que quería hacer en estos momentos era abrir la maldita puerta y golpear con el bate a sea quien sea que haya entrado. —Sé que entraste. Sal de ahí o llamaré a la policía. —Ordenó el. Una risita se escuchó y Stephen perdió el control. La furia, los nervios, el miedo, todo eso se mezcló en su cabeza; sin saber cómo le dio una patada a la puerta y esta se abrió de golpe. La habitación por dentro estaba completamente oscura. Esa cosa tenía un punto a su favor pero se defendería como pudiera.
—Sal idiota o te juro que te abriré la cabeza con el bate. No te tengo miedo. —mintió él. Pero algo de eso era un poco cierto, la adrenalina corría por todo su cuerpo, se sentía tan... Vivo, de verdad quería golpear a esa cosa. Pero no podía dejar que ese sentimiento se apoderara de él. No de nuevo.
Editado: 06.06.2021