Crown of darkness

Capitulo trece

El primer rayo de sol se filtró a través de las cortinas de la lujosa habitación, despertándome de un sueño inquieto. Mi cuerpo aún sentía el peso de la noche anterior, y la mente vagaba entre la realidad y los recuerdos de lo que había sucedido. Trato de aferrarme a la idea de que todo esto es temporal, de que encontraré una manera de salir, pero la voz de Angelo resonaba en mi cabeza como un eco constante.

Al salir de la cama, noté que había un atuendo perfectamente doblado al pie, un conjunto elegante, pero sobrio. No tenía opción más que ponérmelo. Sabía que hoy algo diferente estaba planeado, y aunque me costaba asumirlo, no podía ignorar el hecho de que cada paso que daba me acercaba más a un destino que no elegí.

Lorenzo me esperaba afuera de la habitación, su presencia siempre calmada, pero con una tensión subyacente que hacía imposible leerlo completamente. Sin decir una palabra, me escoltó hasta la planta baja, donde una camioneta blindada me aguardaba. Me sorprendió ver que no solo estaba esa camioneta, sino también dos más, formando una pequeña caravana.

El viaje transcurrió en silencio, el paisaje pasando rápidamente por la ventana. Sabía que cualquier intento de escape sería inútil, y mi única opción era aguantar y ver qué ocurría a continuación.

Finalmente, llegamos a un edificio discreto, cuya fachada sobria y sin letreros apenas sugería el lujo que se encontraba en su interior. A primera vista, parecía un lugar común, pero la manera en que Lorenzo me guió hacia la puerta, con una seguridad imperturbable, me indicó que este era un sitio cuidadosamente seleccionado para su propósito. Al cruzar la entrada, el ambiente cambió drásticamente: el aire se llenó de una fragancia sofisticada, una mezcla de perfumes caros y flores frescas que impregnaba cada rincón del lugar. Todo en el interior parecía cuidadosamente diseñado para dar la impresión de exclusividad y perfección.

Fuimos recibidos por un equipo de mujeres que me saludaron con sonrisas impecables, sus gestos medidos y profesionales. Sus miradas eran amables pero contenían un aire de distancia, como si ya supieran cuál era mi papel en todo esto y estuvieran ahí únicamente para cumplir con su parte. Las paredes estaban decoradas con delicadeza, con tonos suaves de marfil y dorado que irradiaban elegancia, y en el aire flotaba una música suave, casi imperceptible, que añadía una capa más al ambiente etéreo.

Lorenzo se volvió hacia mí, con su voz habitual, calmada y carente de emoción. "Este es el lugar donde elegirás tu vestido de bodas," dijo, con un tono formal, casi mecánico, que me hizo sentir aún más pequeña ante la inmensidad de lo que se avecinaba.

Me guiaron por un largo pasillo hacia una sala que parecía sacada de una revista de alta costura. Era un espacio amplio, iluminado por la luz suave que se filtraba a través de unas enormes ventanas de cristal, permitiendo que el resplandor natural bañara cada rincón. Al entrar, mis ojos fueron inmediatamente atraídos por los vestidos que colgaban en perchas doradas, distribuidos con esmero por toda la sala. Cada uno de ellos era una obra maestra en sí misma, desde los encajes finamente tejidos hasta los bordados meticulosos y las sedas que parecían flotar en el aire como si estuvieran cargadas de algún poder mágico.

Había vestidos de todos los estilos: algunos eran tradicionales, con largas colas y corpiños ajustados, adornados con cristales que capturaban la luz y la reflejaban en todas direcciones. Otros eran más modernos, con cortes asimétricos y detalles audaces que desafiaban las convenciones. Y luego estaban aquellos que parecían sacados de un cuento de hadas, con faldas voluminosas y capas de tul que caían en cascada, cada uno más impresionante que el anterior. El blanco puro dominaba la escena, aunque había toques de color suave en algunos de los bordados, añadiendo un sutil contraste que hablaba de lujo y sofisticación.

Mientras observaba aquellos vestidos, una mezcla de emociones me invadió. Eran sin duda hermosos, cada uno de ellos una obra de arte, pero no podía evitar sentir una profunda tristeza. Esto no era lo que había imaginado para mí. Cada vestido, por más perfecto que fuera, no hacía más que recordarme la realidad en la que estaba atrapada. No eran más que símbolos de una prisión disfrazada de lujo, una realidad impuesta que estaba muy lejos de los sueños que alguna vez tuve.

Una de las mujeres, que hasta entonces había estado esperando pacientemente a un lado, se acercó con una sonrisa cortés, pero su mirada no alcanzaba a tocar su corazón. "¿Algún detalle que prefieras cambiar?" preguntó, sosteniendo un cuaderno y un bolígrafo, lista para tomar nota de cualquier modificación que deseara.

Observé los vestidos por un momento más, sintiendo un nudo formarse en mi garganta. No importaba qué vestido eligiera, ni qué detalles ajustara, nada de esto cambiaría la verdad de mi situación. Mis manos temblaban ligeramente cuando al fin respondí, tratando de mantener mi voz firme. "Todo esto es... perfecto," logré decir, aunque la palabra sabía amarga en mi boca, como si al pronunciarla estuviera aceptando mi destino.

Las mujeres asintieron y procedieron a hacer los ajustes necesarios, pero yo ya no prestaba atención. Mi mente estaba muy lejos de allí, intentando asimilar la idea de que este vestido, por más hermoso que fuera, no era un reflejo de mi felicidad, sino un recordatorio de mi nueva realidad. El vestido que elegiría hoy no era el símbolo de un sueño hecho realidad, sino el uniforme de mi nueva vida, una vida que no había pedido, pero que ahora debía enfrentar con la mejor cara posible.

El proceso continuó, pero mi mente se sentía cada vez más distante, como si estuviera viendo todo desde fuera de mi cuerpo. Mientras las mujeres se movían a mi alrededor, haciendo anotaciones y ajustando detalles, todo lo que podía pensar era en lo irónico que era que un momento tan significativo, como elegir un vestido de novia, estuviera ocurriendo en estas circunstancias. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había permitido que mi vida se redujera a esto?




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