Dos semanas habían pasado desde aquel día en el atelier de vestidos. El tiempo, que antes se había arrastrado con una lentitud agonizante, ahora parecía deslizarse con una frialdad mecánica, llevándome inexorablemente hacia el día de la boda. Había luchado contra la idea, contra el destino que me había sido impuesto, pero con cada amanecer, me encontraba más y más resignada. No era exactamente una rendición, sino más bien una aceptación amarga de la realidad en la que estaba atrapada.
Desde aquel primer encuentro, las reuniones nocturnas con Angelo se habían vuelto más frecuentes, aunque no menos perturbadoras. Siempre bajo la oscuridad, en su oficina, con su silueta imponente apenas visible. Angelo hablaba con una calma gélida, cada palabra calculada, cada frase un recordatorio de la vida que había perdido y de la nueva que me esperaba. Me había puesto al día en todo lo relacionado con su mundo, desde las operaciones que manejaba hasta los peligros que acechaban, todo contado con la precisión de un general planificando su próxima batalla. Sin embargo, siempre evitaba con esmero los detalles sobre las traiciones que había sufrido y el daño físico que lo había dejado escondido en las sombras.
A medida que los días pasaban, había llegado a entender mejor la naturaleza del imperio Di Marco y la magnitud de lo que estaba en juego. Lo que inicialmente me parecía irreal, como sacado de una película de mafiosos, ahora era mi vida cotidiana. Las decisiones que se tomaban a diario, los movimientos estratégicos, los acuerdos sellados en la penumbra; todo formaba parte de un juego del que ya no podía escapar.
La preparación para la boda había sido intensa. Lorenzo, siempre meticuloso, supervisaba cada detalle con la misma eficiencia implacable con la que manejaba la seguridad de la mansión. Todo tenía que ser perfecto, desde las flores hasta la música, desde los menús hasta la lista de invitados. Aunque el evento sería relativamente pequeño, la importancia simbólica era inmensa. La boda representaba mucho más que una simple unión; era la declaración pública de que el imperio Di Marco estaba en proceso de resurgir, y yo, queriéndolo o no, era una pieza clave en ese renacimiento.
Había dado luz verde a todos los preparativos, revisando las listas, aprobando las decisiones, aunque mi corazón no estuviera en ello. El vestido de novia, el mismo que había elegido con una mezcla de resignación y desdén, ya estaba listo para ser usado. Las joyas, seleccionadas cuidadosamente para complementar el atuendo, eran exquisitas, aunque sentía que me ahogaban con su peso. Todo lo relacionado con la boda era deslumbrante, desproporcionadamente lujoso, y, sin embargo, se sentía vacío para mí.
Me mantenía ocupada durante el día, sumergiéndome en los preparativos y asegurándome de que todo avanzara sin contratiempos. Era una forma de distraerme, de evitar pensar en lo que realmente significaba esta boda. No había tenido contacto con mi padre desde el día en que me entregó a Angelo, y no estaba segura de si eso era un alivio o una fuente de angustia. Me sentía sola, pero también estaba agradecida por la distancia que se había creado entre nosotros.
Las noches seguían siendo lo más difícil. Aunque Angelo no era brusco ni cruel en sus palabras, la frialdad con la que me trataba era como una barrera invisible, infranqueable. Me preguntaba a menudo qué pensaba realmente, qué sentía bajo esa máscara de control absoluto. Había momentos en los que sus palabras, aunque amables, parecían cargadas de un peso que no lograba descifrar. La sombra de su traición pasada y su deseo de recuperar su poder proyectaban una larga sombra sobre cada una de nuestras interacciones.
Y ahora, mientras miraba el calendario, vi que la fecha de la boda estaba a la vuelta de la esquina. La mansión estaba más animada que de costumbre, con personas entrando y saliendo, entregas llegando y flores frescas decorando los pasillos. Lorenzo se aseguraba de que todo estuviera en orden, manteniéndome informada de cada detalle, aunque sabía que no me importaba realmente.
Me encontraba en mi habitación, sola, observando el vestido que colgaba cuidadosamente en el armario. Lo había mirado muchas veces en las últimas semanas, cada vez sintiendo una mezcla de aceptación y rechazo. Sabía que, al final, no importaba cómo me sintiera; el día llegaría y yo tendría que caminar hacia ese altar, cumplir mi parte del trato.
De alguna manera, resignarme a esta realidad había sido más fácil de lo que esperaba. Quizás porque sabía que resistirme no cambiaría nada, o quizás porque en el fondo entendía que esto era lo que se esperaba de mí, lo que debía hacer para sobrevivir en este mundo nuevo y peligroso. Sin embargo, una parte de mí seguía aferrada a la esperanza, a la idea de que, de alguna manera, podría encontrar una forma de escapar, de recuperar mi vida, aunque fuera solo en fragmentos.
Pero por ahora, todo lo que podía hacer era prepararme para el día que estaba por venir. El día en que me convertiría en la esposa de Angelo Di Marco, la figura en la oscuridad, el hombre que había reclamado mi vida como suya.
Desperté con una sensación extraña en el pecho, como si el día de hoy fuera una larga pesadilla de la que no pudiera escapar. El sol apenas se filtraba por las cortinas gruesas de la habitación, pero no tuve tiempo de asimilar nada antes de que una oleada de personas invadiera el cuarto.
Un equipo de mujeres, más numeroso de lo que había visto antes, comenzó a prepararme sin decir una palabra. Sus movimientos eran rápidos y eficaces, como si cada una supiera exactamente qué hacer para convertir a la novia en una obra de arte. El maquillaje fue aplicado con precisión, los rizos en mi cabello fueron moldeados con esmero, y el vestido fue sacado de su funda protectora con una reverencia casi religiosa.
El vestido era una maravilla de encaje y seda, con detalles tan intrincados que cada vez que lo veía, descubría algo nuevo. Sin embargo, a pesar de su belleza, no podía dejar de sentirlo como una cadena, cada capa de tela un recordatorio de la prisión dorada en la que estaba atrapada.
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Editado: 19.11.2024