Crown of darkness

Capitulo quince

Las mujeres que me habían preparado se apartaron cuando la puerta se abrió nuevamente, revelando a Lorenzo, que me esperaba con una expresión impenetrable. Él me hizo un gesto para que lo siguiera, y, sin decir una palabra, lo hice. Al salir de la habitación, un escalofrío recorrió mi espalda. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no era más que un teatro, pero eso no aliviaba la tensión que se enroscaba en mi estómago.

Fuera de la mansión, el aire fresco de la mañana me golpeó, pero no hizo nada por despejar la bruma en mi mente. Frente a mí, varias camionetas blindadas estaban alineadas, cada una con hombres de seguridad que observaban el entorno con atención. Era imposible no sentir la magnitud de lo que estaba sucediendo; la opulencia, la seguridad, todo se sentía como una escena sacada de una película de espionaje.

Lorenzo abrió la puerta trasera de la primera camioneta y me ayudó a subir. Una vez dentro, el silencio se instaló nuevamente. Todo estaba cuidadosamente planeado, sin lugar para el error. Las ventanas tintadas no permitían que se viera mucho hacia afuera, pero podía sentir el peso de la vigilancia, la constante tensión en el aire.

El viaje fue largo y silencioso, cada minuto estirándose como una eternidad. Mi mente no dejaba de revolotear entre el presente y el futuro. ¿Cómo sería mi vida después de este día? ¿Sería siempre así, una sucesión de eventos cuidadosamente coreografiados en los que no tenía ningún control?

Finalmente, sentí que el vehículo reducía la velocidad antes de detenerse por completo. La puerta se abrió, y Lorenzo me ayudó a bajar. Lo primero que noté fue la impresionante estructura frente a mí: la Catedral de la Inmaculada Concepción de Albany. Era majestuosa, con sus torres elevándose hacia el cielo y sus vitrales reflejando la luz en una sinfonía de colores. Había una belleza serena en el lugar, pero también una sensación de solemnidad que me envolvía como un manto pesado.

La seguridad estaba por todas partes, cada movimiento cuidadosamente vigilado. Mientras me llevaban hacia la entrada, no pude evitar notar la atención al detalle, desde la alfombra roja que cubría los escalones hasta los guardias estratégicamente posicionados. Cada paso hacia la catedral se sentía como un eco de la decisión que había tomado —o mejor dicho, que me habían obligado a tomar.

Mis zapatos de tacón resonaron contra el pavimento mientras me dirigía hacia la entrada, donde un grupo de guardaespaldas aguardaba. La catedral era aún más majestuosa de cerca; sus arcos góticos y vidrieras coloridas capturaban la luz de manera deslumbrante, casi cegadora.

Todos los invitados ya estaban en sus lugares, podía verlos desde la distancia a través de las puertas abiertas de la catedral. El murmullo de sus voces llegaba a mis oídos, una mezcla de emoción y curiosidad. Este no era solo un evento social, sino también una declaración de poder.

Pero lo que más capturó mi atención fue la figura imponente que me esperaba en la puerta de la catedral. Angelo, vestido impecablemente en un traje negro, con su postura recta y su mirada penetrante, estaba ahí, solo. Su presencia dominaba el entorno, incluso sin la compañía de sus guardaespaldas.

Me detuve frente a él, y por un momento, el mundo pareció detenerse. Angelo extendió su mano hacia mí, su rostro oculto en la penumbra creada por el balaclava que cubría su rostro, dejando solo sus ojos visibles, esos ojos grises que me miraban con una intensidad que me hacía estremecer.

Lo miré por un momento, sin saber qué decir. Tomé su mano, y juntos dimos los primeros pasos hacia el interior de la catedral. No quería que mi padre me llevara al altar, y Ángelo tampoco tenía a nadie para acompañarlo. En ese momento, comprendí que, aunque esta unión era por obligación, él había entendido mi deseo de caminar sola, pero no lo permitió. No estábamos solos, pero la conexión entre nosotros en ese instante era innegable.

Los murales y vitrales de la catedral nos observaban mientras avanzábamos por el pasillo central, nuestros pasos resonando en el eco sagrado del lugar. Los invitados se levantaron al unísono, todos girando sus cabezas para vernos pasar. Pero mi atención estaba completamente en Ángelo, y aunque su rostro permanecía en las sombras, su presencia era abrumadora, una mezcla de misterio y poder que me dejaba sin aliento.

El eco de nuestros pasos resonaba en la catedral mientras caminábamos lentamente hacia el altar. A cada paso, sentía cómo la mirada de todos los presentes se posaba sobre nosotros, susurrando entre ellos, quizás tratando de descifrar el enigma que era nuestra unión. Pero en ese momento, solo podía pensar en Angelo, cuya mano firme sostenía la mía, guiándome por el camino que ahora compartíamos.

A medida que nos acercábamos al altar, la magnitud de lo que estaba a punto de suceder comenzó a pesar sobre mí. Todo en esta catedral era imponente: los vitrales que representaban escenas bíblicas en colores vibrantes, el aroma a incienso que llenaba el aire, y la música suave que parecía flotar entre las columnas de mármol.

Angelo caminaba a mi lado con una seguridad que contrastaba con la incertidumbre que se arremolinaba en mi interior. Su mano en la mía era la única ancla en medio de la tormenta que sentía dentro de mí. A pesar de su enigmática figura, cubierto en su totalidad excepto por esos ojos grises que tanto me intimidaban, había algo en él que me hacía sentir… segura, aunque fuera solo en apariencia.

Cuando finalmente llegamos al altar, nos detuvimos frente al sacerdote, quien nos observó con una expresión solemne. Mi respiración se aceleró ligeramente, pero traté de mantener la compostura. Los bancos de la catedral estaban llenos de rostros desconocidos, figuras importantes que ahora se convertirían en testigos de una unión que ni siquiera entendía del todo.

El sacerdote comenzó a hablar, recitando las palabras que sellarían nuestro destino. Pero mientras él hablaba, mis pensamientos se volvían hacia Angelo, tratando de entender al hombre que ahora era mi esposo por obligación, un hombre cuya vida estaba envuelta en sombras y secretos.




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