Ángelo Di Marco
Mientras nos dirigíamos hacia la camioneta, sentí una mezcla de emoción. A pesar de la frialdad que caracterizaba nuestras interacciones, este era un momento que había planeado con cuidado. Había algo en la idea de llevar a Isabel a un lugar especial, a un refugio fuera de las sombras de nuestra vida cotidiana, que me parecía necesario.
"Isabel," comencé, manteniendo mi tono tranquilo y enigmático, "esta noche vamos a un lugar muy especial. Es un pequeño detalle para celebrar nuestra unión."
La expresión en su rostro reflejaba curiosidad e incertidumbre, algo que era natural dado todo lo que había pasado. No le dije más de lo necesario. El destino de la noche debía permanecer envuelto en misterio, y quería que la sorpresa fuera completa.
En cuanto llegamos a la camioneta blindada, la conduje hasta el aeropuerto privado donde nuestro jet estaba listo para partir. La camioneta se detuvo frente a la pista privada, y la puerta del jet se abrió para recibirnos. Isabel observó todo con una mezcla de asombro y desconcierto, pero no hizo preguntas.
Sin embargo, mientras abordábamos el jet, noté que su expresión cambió drásticamente. Isabel se quedó inmóvil en la puerta del avión, su rostro pálido y sus manos temblando ligeramente. Me acerqué a ella, preocupado.
"¿Está todo bien?" pregunté, tratando de mantener un tono calmado.
Isabel no respondió de inmediato. Sus ojos se fijaron en el interior del jet, y pude ver el pánico creciente en su mirada. "No... no me gustan los aviones," dijo finalmente, su voz temblorosa. "Les tengo miedo. Mucho miedo."
La admito, nunca había considerado este aspecto de Isabel. El miedo a volar no era algo que esperaba enfrentar, pero al verla así, sentí una oleada de preocupación por ella. No podía permitir que este miedo arruinara la experiencia que había planeado con tanto cuidado.
Me acerqué a ella y, con suavidad, tomé sus manos entre las mías. "Isabel, mira," dije con calma, "entiendo que tengas miedo, pero estás segura aquí. El vuelo será corto, y todo estará bien. Permíteme ayudarte a superar esto."
Ella miró hacia abajo, las lágrimas asomando en sus ojos. El pánico era evidente en su respiración rápida y superficial. La llevé suavemente hacia un asiento, donde me senté a su lado.
"¿Hay algo en particular que te asusté?" pregunté mientras intentaba calmarla. "A veces, hablar de lo que tememos puede ayudar a aliviar el miedo."
Isabel asintió lentamente, su voz apenas un susurro. "Es el vuelo en sí... la sensación de estar en el aire, de no tener control. Es como si todo estuviera fuera de mi alcance."
Tomé una respiración profunda y me acerqué un poco más, intentando ofrecerle una sensación de seguridad. "Trata de enfocarte en algo positivo. Piensa en lo que te espera al llegar. Piensa en el lugar hermoso al que vamos, en el tiempo que pasaremos juntos. Yo estaré aquí contigo todo el tiempo. No tienes por qué enfrentarlo sola."
Mientras el avión despegaba, me aseguré de que Isabel estuviera lo más cómoda posible. Mantuve una conversación suave y tranquilizadora para distraerla, hablando sobre el lugar adonde íbamos y la experiencia que había planeado para ella. La vi comenzar a relajarse gradualmente mientras hablaba.
Cuando aterrizamos en Miami, el ambiente cálido y acogedor del aeropuerto fue un alivio para Isabel. Me sentí aliviado al ver que su respiración se había estabilizado y que el pánico se había desvanecido.
Al salir del avión, Isabel parecía un poco más relajada. La brisa cálida y el aroma del océano le ofrecieron un respiro bienvenido, y pude ver un atisbo de agradecimiento en sus ojos mientras me miraba.
"Gracias por estar aquí," dijo, su voz aún temblorosa, pero con una nota de gratitud.
"Siempre estaré aquí para ti," respondí, sonriendo. "Vamos a disfrutar de esta experiencia. Mereces esto."
Pasamos dos días en Miami, y cada momento estuvo lleno de descubrimientos y conexión. La primera noche, después de un día ajetreado, la llevé a cenar en un elegante restaurante frente a la playa. Las luces parpadeantes de la ciudad reflejaban en el agua, creando un ambiente mágico. Nos sentamos en una mesa al aire libre, rodeados por el suave murmullo de las olas y el resplandor de las estrellas.
"Es hermoso aquí," comentó Isabel, mientras miraba a su alrededor. "Gracias por todo esto."
Sonreí y tomé su mano, sintiendo el calor de su piel. "Quería que tuvieras una experiencia que realmente disfrutaras. Este es un lugar especial, y me alegra que estés aquí conmigo."
En nuestra segunda noche, decidí llevarla a dar un paseo por la playa. La arena caliente bajo nuestros pies y la brisa fresca del océano crearon el escenario perfecto para un momento íntimo. Caminamos juntos a lo largo de la orilla, las olas besando nuestros pies mientras conversábamos sobre nuestras vidas y sueños.
De repente, detuve el paseo y la miré a los ojos. "Isabel, he notado cómo te has abierto más durante estos días. Me alegra ver que estás empezando a sentirte cómoda."
Ella sonrió tímidamente y se acercó a mí, apoyando su cabeza en mi hombro. "Es difícil no sentirse más cerca de ti cuando estás haciendo todo esto por mí. Nunca imaginé que encontraría un momento así en medio de todo lo que ha pasado."
Me incliné hacia ella, acariciando suavemente su mejilla. "Lo que hemos pasado juntos ha sido complicado, pero estos momentos, estos pequeños instantes de conexión, son lo que realmente importa. Quiero que te sientas feliz y en paz."
A lo largo de los días, también planeé una cena romántica en una terraza privada del hotel, decorada con luces suaves y velas. Isabel estaba deslumbrante con un vestido elegante, y la cena fue acompañada por música en vivo y una vista espectacular de la ciudad. Durante la cena, compartimos risas y anécdotas, creando recuerdos que irían más allá de lo que inicialmente habíamos imaginado.
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Editado: 05.05.2025