Crown of darkness

Capitulo diecinueve

Salí de la oficina de Angelo con la cabeza llena de pensamientos. La conversación había sido intensa, y no podía sacarme de la mente todo lo que había revelado. Mientras caminaba por el largo pasillo, Lorenzo apareció a mi lado, como siempre, listo para escoltarme.

—Señora Di Marco, ¿la acompaño a su habitación? —preguntó con su tono habitual, respetuoso y formal.

Lo miré, sintiendo una extraña necesidad de estar sola.

—No, Lorenzo. Voy a caminar un rato —respondí, intentando sonar firme.

Lorenzo me observó por un momento, sus ojos reflejando un leve atisbo de duda, pero asintió y se alejó en silencio. Me dirigí hacia la terraza de la mansión, un lugar que había descubierto en mis primeros días aquí, buscando un refugio en medio de tanto caos.

La noche era clara, y la luna llena brillaba intensamente sobre el vasto jardín de la mansión. La brisa fresca acariciaba mi rostro mientras me apoyaba en la barandilla, observando el cielo nocturno. Las estrellas parecían tan lejanas, casi inalcanzables, un reflejo de cómo me sentía en ese momento: atrapada en una vida que no era la mía, en una situación que nunca había imaginado.

Mi mente volvía una y otra vez a la historia que Angelo me había contado. Su imperio, la traición que lo había derrumbado, y la trágica muerte de sus padres. ¿Cómo podía un hombre con tanto poder haber sufrido una pérdida tan grande? Y, aún más perturbador, ¿cómo había terminado yo siendo parte de su plan para recuperarlo todo?

El silencio de la noche solo era roto por el suave murmullo del viento y el crujido ocasional de las hojas. Pero mi mente no encontraba paz. El peso de mi situación se hacía cada vez más presente, y aunque la mansión ofrecía un lujo que muchos envidiarían, para mí no era más que una prisión adornada.

Mientras observaba la luna, me pregunté si alguna vez podría encontrar una forma de escapar de todo esto, o si estaba destinada a ser parte de este oscuro mundo para siempre. Pero incluso en medio de esa incertidumbre, había algo en mí que se resistía a rendirse. No sabía cómo ni cuándo, pero sentía que tenía que encontrar una salida, una manera de recuperar el control de mi vida.

Por ahora, solo podía seguir adelante, un día a la vez, aprendiendo a navegar este nuevo y peligroso mundo en el que me había visto envuelta. Con un suspiro, me alejé de la barandilla y decidí regresar a mi habitación. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero también sabía que no estaba dispuesta a dejar que Angelo o cualquiera en esta mansión dictara mi destino.

Mientras contemplaba la luna, sentí que la fatiga empezaba a apoderarse de mí. Mis pensamientos, tan caóticos y turbulentos, comenzaron a desvanecerse lentamente, arrastrados por el suave murmullo del viento. El frío de la noche se filtraba a través de mi ropa, pero no me importaba. Me sentía segura allí, en la terraza, lejos de todo y de todos.

Me acomodé en la silla, abrazando mis rodillas contra el pecho y apoyando la cabeza sobre ellas. La tranquilidad de la noche y el ritmo constante de mi respiración fueron arrullándome lentamente. Poco a poco, mis párpados se hicieron más pesados, y antes de darme cuenta, el sueño me venció.

El cielo estrellado fue lo último que vi antes de caer en un profundo y reparador sueño. La noche me envolvió en su manto, brindándome un breve respiro de las preocupaciones que pesaban sobre mí. En la quietud de la terraza, rodeada por la inmensidad de la noche, encontré un momento de paz, aunque efímero, que me permitió escapar, aunque solo fuera en sueños, del mundo en el que estaba atrapada.

Narrador omnisciente

Desde la oscuridad, Angelo la observaba en silencio. Había llegado hasta la terraza buscando un momento de soledad, pero lo que encontró fue a Isabel, acurrucada y dormida bajo la luz de la luna en un sofá ubicado en la terraza. La suave brisa movía sus cabellos, y su rostro, sereno en el sueño, reflejaba una paz que contrastaba profundamente con el caos que la rodeaba.

Angelo se acercó en silencio, sus pasos casi imperceptibles en la noche. Se detuvo frente a ella, contemplándola por un largo momento. Había algo en Isabel que lo desarmaba, que lo hacía cuestionar si realmente merecía tenerla a su lado. Ella, tan pura, tan ajena a su mundo de sombras y violencia, parecía un ángel caído en medio de su infierno personal.

Con una suavidad inusitada en alguien como él, la levantó en brazos. Isabel se removió ligeramente, pero no despertó, confiada en el abrazo protector que la sostenía. Angelo la llevó a su habitación, abriendo la puerta con cuidado para no despertarla. La depositó con delicadeza sobre la cama, arropándola con una manta.

Se quedó de pie a su lado, observándola mientras dormía. En su mente, pensamientos oscuros y contradictorios se arremolinaban. "No la merezco," se dijo a sí mismo, una verdad que lo atormentaba. Isabel era todo lo que él ya no era: pureza, bondad, esperanza. Y aunque la había llevado a su mundo por necesidad, no podía evitar sentirse culpable por arrastrarla a una vida que no era la suya.

Finalmente, se inclinó y, con una ternura que rara vez mostraba, apartó un mechón de cabello de su rostro. "Lo siento, Isabel," susurró apenas audible. Luego, se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él, dejando que la oscuridad ocultara las emociones que nunca permitiría salir a la luz del día.




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