Crown of darkness

Ventiquattro.

El siguiente día, jueves por la mañana, desperté con el suave zumbido del despertador en mi mesa de noche. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación en un tono cálido que prometía un día más en la rutina establecida. Mientras me vestía con mi ropa deportiva, mi mente se sumergía en la perspectiva del entrenamiento de hoy, que había llegado a convertirse en una parte esencial de mi vida en la mansión.

Lorenzo llegó puntual a las 6:00 a.m., como siempre, con su presencia imponente y su profesionalismo característico. Después de un rápido saludo, nos dirigimos al gimnasio privado de la mansión. La misma sala donde solíamos entrenar se había convertido en un espacio familiar, con sus pesas, sacos de boxeo y esteras de ejercicio que ahora conocía casi al dedillo.

El entrenamiento de hoy comenzó como de costumbre: Lorenzo me envolvió las manos con vendas, asegurándose de que estuvieran firmemente ajustadas pero cómodas. Luego, me colocó los guantes de boxeo y comenzamos con los ejercicios básicos de golpeo. Aunque el entrenamiento era agotador, me sentía cada vez más capaz, y el progreso se hacía evidente.

Pero hoy, Lorenzo parecía estar particularmente serio. Después de una serie de golpes y esquivas, me pidió que me sentara en una de las bancas mientras él tomaba un trago de agua.

“Isabel,” comenzó Lorenzo, su voz grave y con un tono que indicaba que se avecinaba una charla importante, “hay algo de lo que necesito hablar contigo hoy. No es sobre el entrenamiento en sí, sino sobre el entorno en el que estamos y las realidades que vienen con él.”

Lo miré con interés y una pizca de preocupación. Sabía que Lorenzo no solía dar charlas sin motivo, y su actitud me indicaba que esto era algo serio.

“En la vida dentro de la mafia,” continuó, “hay aspectos que a menudo se pasan por alto o se minimizan. Lo que ves en las películas y en los medios de comunicación es solo una fracción de la verdad. La mafia no es solo glamur y poder; hay una dura realidad que se esconde detrás de todo eso.”

Me ajusté un poco en la banca, prestando atención a cada palabra. Lorenzo se pasó una mano por la barbilla, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

“Las cosas pueden llegar a ser extremadamente crueles,” dijo, su tono grave marcando el peso de sus palabras. “El poder que uno tiene dentro de este mundo viene con responsabilidades y peligros. Hay torturas, golpizas, y otras formas de castigo que se usan para mantener el orden y hacer que la gente se ajuste a las reglas.”

Mi estómago se retorció ante la mención de esas cosas. Aunque sabía que el mundo de la mafia era peligroso, escuchar a Lorenzo describirlo con tanta frialdad y detalle era perturbador.

“Uno no solo debe estar preparado para defenderse físicamente,” continuó él, “sino también mentalmente. La traición puede venir de cualquier lado, y a veces los métodos que se utilizan para resolver conflictos son extremadamente brutales.”

Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Lorenzo se acercó y, en lugar de continuar con la charla, comenzó a darme algunos consejos prácticos sobre cómo enfrentar situaciones difíciles. Me explicó cómo debía reaccionar si me encontraba en una situación de amenaza real, cómo manejar un arma en situaciones de alta presión, y cómo reconocer signos de traición o manipulación.

“Siempre mantén la calma,” dijo con firmeza. “En momentos de tensión, la claridad es tu mejor aliado. Y recuerda, no todo el mundo tiene las mismas intenciones. Hay personas que podrían parecer aliadas, pero que en realidad buscan aprovecharse de ti.”

Mientras Lorenzo hablaba, me di cuenta de cuánto había cambiado mi vida desde que me vi envuelta en este mundo. La rutina diaria de entrenamiento, el constante desarrollo de habilidades de defensa personal y las lecciones sobre la realidad de la mafia eran ahora una parte integral de mi existencia.

“Tu papel dentro de la mafia se está volviendo más importante,” concluyó Lorenzo. “Y aunque no puedas prever todas las situaciones, estar preparada te dará una ventaja. Aprender a manejar tus miedos y a adaptarte a nuevas realidades es esencial.”

Al final de la charla, me sentí abrumada pero también más consciente de la gravedad de la situación en la que me encontraba. Lorenzo me dio una palmadita en el hombro, un gesto de apoyo que era tanto profesional como personal.

“Recuerda que estoy aquí para ayudarte en lo que necesites,” dijo. “No dudes en preguntar si tienes alguna duda o si necesitas apoyo.”

Asentí con una mezcla de gratitud y determinación. Mientras me preparaba para el entrenamiento restante, no pude evitar reflexionar sobre las palabras de Lorenzo. Sabía que el camino que había tomado era peligroso y lleno de incertidumbres, pero también entendía que mi adaptación a este nuevo mundo era crucial para mi seguridad y para el futuro que me esperaba junto a Angelo.

La tarde llegó con un respiro de calma después de una mañana cargada de entrenamiento y lecciones sobre la dura realidad de la mafia. El sol comenzaba a declinar, pintando el cielo con tonos cálidos que se reflejaban en los elegantes ventanales de la mansión. Me movía con un propósito definido, preparándome para lo que sería una noche especial y significativa: mi graduación.

Mientras revisaba mi agenda para el día siguiente, me detuve en un pequeño detalle que Lorenzo me había dado hace algunas semanas: una liga táctica para llevar en la pierna con una pequeña arma oculta. Aunque el objeto parecía discreto, sabía que era una herramienta de vital importancia en el mundo en el que me encontraba. La idea de llevarlo me dio una sensación de seguridad, un recordatorio de que debía estar siempre preparada, incluso en los momentos que parecían más tranquilos.

Pasé la tarde organizando todo para mi graduación, revisando mi vestido y los accesorios que planeaba usar. El vestido rojo y mi bata medica, que había elegido en una de nuestras salidas de compras, estaba cuidadosamente guardado y listo para el gran evento. La elegancia y el lujo de la prenda contrastaban con la naturaleza de mi situación, pero me sentía determinada a lucir lo mejor posible.




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