Narrador omnisciente
Angelo no podía quitarse de la cabeza la imagen de Isabel siendo arrastrada por los hombres enemigos. La desesperación que sentía era una carga constante en su pecho. El conocimiento de que ella estaba en peligro, y la impotencia de no poder hacer nada para ayudarla, era casi insoportable. Apenas se había recuperado del shock inicial, se dirigió rápidamente hacia el lugar donde habían tenido la ceremonia, con la esperanza de encontrar alguna pista sobre su paradero. La calle estaba en caos, con los servicios de emergencia y la policía intentando controlar la situación. Angelo, sin perder tiempo, se dirigió hacia el lugar donde había estado Isabel antes de la explosión. En su mente, todo giraba en torno a una única meta: encontrarla y asegurar su seguridad.
Después de ser auxiliado por sus hombres cuando cayó en medio de la calle por la pérdida de sangre, Angelo despertó en su mansión, en una habitación convertida en improvisada sala de cuidados intensivos. Sus médicos personales, siempre a su disposición, lo habían atendido de inmediato, pero las heridas eran graves. A pesar de las advertencias de reposo absoluto, Angelo no podía quedarse quieto. Tenía en mente que por algo le habían disparado allí, que lo habían dejado vivo, y eso lo inquietaba aún más. Sabía que no había sido un acto de misericordia, sino un mensaje, una advertencia. Pero no podía permitirse el lujo de esperar. Cada segundo que pasaba era un segundo más en el que Isabel podía estar sufriendo.
Con una determinación feroz, Angelo ignoró las recomendaciones médicas y se levantó de la cama, a pesar del dolor que le atravesaba el cuerpo. Sus hombres intentaron detenerlo, pero su mirada fría y autoritaria los hizo retroceder. "No tengo tiempo para esto", dijo con voz ronca, mientras se ajustaba el traje ensangrentado. Sabía que no podía perder más tiempo. Cada minuto que pasaba era una oportunidad perdida para encontrar a Isabel.
Se detuvo en su oficina, tratando de calmarse y enfocarse. Sacó su teléfono y se conectó al sistema de rastreo del collar, ansioso por obtener alguna señal que lo guiara hacia Isabel.
Aparentemente, no era solo un símbolo de su compromiso, sino también una herramienta diseñada para protegerla. Dentro del pequeño diamante, había un rastreador GPS que Angelo había activado con la esperanza de poder localizarla en caso de que algo saliera mal. Ahora, ese rastreador era su única esperanza.
La pantalla de su teléfono se llenó de una serie de datos, mientras el software intentaba localizar la señal.
Con cada segundo que pasaba, la frustración de Angelo crecía. El rastreador mostró la última ubicación conocida del collar: una zona desolada a las afueras de Manhattan. Pero a partir de ese punto, la señal se había perdido. No había indicios de dónde podría estar Isabel ahora.
Angelo sintió un peso enorme en el estómago. Sabía que el collar tenía una debilidad significativa: no podía rastrear una vez que se encontraba bajo tierra, incluso si era solo un piso. La última ubicación mostrada era en un área que podría haber tenido múltiples niveles subterráneos, como sótanos o instalaciones de almacenamiento.
Se dio cuenta de que, aunque el rastreador había sido una herramienta valiosa, su utilidad estaba limitada en una situación como esta. La última señal había sido de hace 1 día, y eso no hacía más que aumentar su ansiedad. La situación se estaba volviendo más desesperada con cada minuto que pasaba, y el tiempo se estaba agotando.
Decidido a encontrar alguna pista, Angelo envió a sus hombres más confiables para investigar la última ubicación del rastreador. Les dio instrucciones precisas para buscar en cualquier lugar subterráneo o edificio que pudiera estar relacionado con la ubicación. Sabía que el rastreador era solo una parte del rompecabezas; necesitaba un plan de contingencia para abordar la situación de manera efectiva.
Mientras sus hombres comenzaban la búsqueda, Angelo se sintió abrumado por la impotencia. Sabía que Isabel estaba en peligro y que cada segundo contaba. La visión de su rostro, llena de terror y desesperación, se repetía en su mente. La idea de no poder hacer nada para protegerla le quemaba en el pecho.
A pesar de la desesperación, Angelo trató de mantener la calma y enfocarse en el objetivo. Era crucial encontrar a Isabel y asegurar su seguridad antes de que fuera demasiado tarde. El reloj estaba en contra de él, y la ansiedad que sentía solo aumentaba con cada minuto que pasaba sin noticias.
Con una determinación renovada, Angelo se dirigió a la sala de operaciones, listo para coordinar la búsqueda y hacer todo lo que estuviera en sus manos para traer de vuelta a Isabel. Sabía que tenía que actuar rápido y con precisión si quería salvar a la mujer que había llegado a significar tanto para él, a pesar de las circunstancias complicadas que los habían unido.
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Editado: 05.05.2025