Crown of darkness

Trentadue.

Angelo Di Marco

De regreso a la mansión, la frustración y la rabia hervían dentro de mí. No podía sacarme de la cabeza la imagen de Isabel, sola y asustada, en manos de quienes sabían cómo lastimarla. Pero había algo más, algo que no podía ignorar. Minutos antes de que todo estallara en la graduación, había recibido una llamada. Una llamada que, en ese momento, no le había dado importancia, pero que ahora resonaba en mi mente como una advertencia que no supe interpretar a tiempo.

Sergei.

El nombre me quemaba en los labios. Sergei Ivanov, un hombre con el que había tenido una pequeña pero significativa rivalidad en el pasado ya que era el sovetnik de la mafia rusa. No éramos enemigos declarados, pero nuestras tensiones habían sido evidentes en más de una ocasión. Todo había comenzado años atrás, cuando ambos competíamos por el control de ciertos territorios en la ciudad. Sergei era astuto, calculador, y no le temblaba el pulso a la hora de jugar sucio. Yo, por mi parte, nunca me dejé intimidar. Nuestra rivalidad nunca escaló a una guerra abierta, pero siempre hubo un roce, un roce que nunca se resolvió del todo.

La llamada que recibí antes de la graduación había sido de él. Su voz, fría y burlona, aún resonaba en mi mente. Pero ahora, con Isabel desaparecida y el rastreador llevándonos a un callejón sin salida, las palabras de Sergei cobraban un significado mucho más siniestro.

—Lorenzo —llamé a mi hombre de confianza, que estaba a mi lado en el auto—. Ordena a todos los equipos que busquen a Sergei Ivanov. Quiero que lo traigan aquí, vivo. No importa cuánto tiempo lleve, no importa qué tengan que hacer. Lo quiero frente a mí.

Lorenzo asintió sin preguntar. Sabía que cuando usaba ese tono, no había lugar para discusiones. Sergei había cruzado una línea, y ahora tendría que enfrentar las consecuencias. No importaba si él estaba directamente involucrado o no; esa llamada no había sido una coincidencia. Sergei sabía algo, y yo iba a sacarle la verdad, sin importar lo que costara.

**Mientras el auto avanzaba por las calles desiertas, mi mente volvía a esos días de rivalidad con Sergei.** Habíamos estado cerca de un enfrentamiento directo en más de una ocasión, pero siempre habíamos encontrado una manera de evitarlo. Él tenía sus conexiones en el este, y yo tenía mi imperio aquí. Era una especie de tregua incómoda, pero funcional. Sin embargo, ahora todo eso parecía insignificante. Si Sergei estaba completamente detrás de esto, si había tocado a Isabel, no habría tregua que valiera.

—¿Cree que él está detrás de esto? —preguntó Lorenzo, rompiendo el silencio.

—No lo sé —respondí, con los dientes apretados—. Pero esa llamada no fue casualidad. Sergei sabe algo, y no voy a descansar hasta que me lo diga. Vivo o muerto, no importa. Pero preferiblemente vivo, para que pueda arrancarle cada detalle y la lengua como se lo prometí

Lorenzo asintió de nuevo, y supe que mis hombres ya estaban en movimiento. Sergei no era fácil de encontrar; era un fantasma cuando quería serlo. Pero yo tenía recursos, conexiones, y una determinación que no conocía límites. Si estaba involucrado en esto, lo encontraría. Y cuando lo hiciera, no habría lugar en el mundo donde pudiera esconderse de mí.

Mientras llegábamos a la mansión, una sola idea dominaba mi mente: encontrar a Isabel y hacer pagar a quienes se habían atrevido a tocarla. Sergei era solo el comienzo. Si había otros involucrados, los encontraría a todos. Nadie se metía con lo que era mío y salía impune. Nadie.




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