Crown of darkness

Trentaquattro.

El dolor era tan constante que había llegado a ser una parte normal de mi existencia. Me sentía como si estuviera atrapada en una pesadilla interminable, y en lo que creí que era un sótano en una cabaña en el bosque estatal de Harriman se había convertido en mi prisión. El ruso, con su incesante crueldad, no parecía dispuesto a darme un respiro.

Cada vez que el ruso entraba en la habitación, la atmósfera se volvía aún más opresiva. Sus métodos de tortura no solo eran físicos, sino también psicológicos. Intentaba desmoronar mi resistencia con una mezcla de amenazas, dolor físico y manipulaciones mentales. Me hacía dudar de todo, incluso de Angelo.

—¿De verdad crees que Angelo vendrá por ti? —preguntó el ruso con una sonrisa cruel—. ¿O crees que está demasiado ocupado con sus asuntos y ha decidido que no vales la pena?

Cada palabra era como un cuchillo afilado que se hundía en mi piel. El ruso tenía una habilidad inquietante para hacer que las dudas se deslizaran en mi mente. Me mostraba fotos de Angelo con otras mujeres, intentando convencerme de que él había encontrado a alguien más y me había olvidado por completo. Aunque dude sabía que las imágenes estaban manipuladas, el dolor y el cansancio empezaban a hacer mella en mi resistencia.

—Mira estas fotos, Isabel —dijo el ruso con un tono de burla—. ¿No ves cómo se divierte sin ti? ¿No te das cuenta de que eres solo un juego para él?

Las imágenes mostraban a Angelo con mujeres en situaciones que claramente no eran reales, pero el impacto emocional de ver a alguien que creía que me amaba en compañía de otras mujeres me hacía cuestionar todo lo que sabía. La fatiga y el dolor hacían que mi mente se tambaleara al borde del colapso, y las palabras del ruso parecían tener un eco inquietante.

—¿De verdad crees que va a arriesgarlo todo por ti? —insistió el ruso—. ¿O tal vez está disfrutando de tu sufrimiento desde lejos? ¿Qué tal si todo esto es parte de su plan para deshacerte de una vez por todas?

Las horas se arrastraban mientras el ruso seguía con su tormento psicológico. Me hacía dudar de la fidelidad de Angelo, y sus palabras empezaban a tener un efecto corrosivo en mi determinación. La tortura física, combinada con la manipulación emocional, estaba empezando a hacerme cuestionar todo lo que creía saber sobre él.

Cada vez que me mostraba una nueva imagen o me decía una nueva mentira, sentía cómo mi resistencia comenzaba a tambalearse. El ruso seguía insistiendo, tratando de romperme mentalmente. Cada vez que parecía que estaba a punto de romperme, el ruso se retiraba momentáneamente, dejándome sola en la habitación, rodeada por un silencio inquietante.

El cuarto olía a humedad y descomposición, y el sonido de mis propios sollozos y el eco lejano de los movimientos arriba de la habitación eran mis únicos compañeros. La cabaña en el bosque estatal de Harriman parecía estar hecha para aumentar mi sensación de desesperanza y aislamiento. El ruso había logrado crear un ambiente en el que la duda y el dolor se mezclaban en una tormenta mental interminable.

Finalmente, el ruso me arrastró hacia afuera, en medio del bosque, para continuar con su intento de tortura psicológica. La luz del día era escasa en el bosque, y el ambiente se volvía aún más siniestro a medida que avanzábamos. Me arrastraron hasta una cabaña aún más deteriorada y oscura en el corazón del bosque.

—¿Por qué no hablas, Isabel? —preguntó el ruso con voz cargada de frustración—. ¿No ves que tu sufrimiento es en vano? Angelo no va a venir a salvarte.

A pesar de todo, mi determinación seguía intacta. Las mentiras y las manipulaciones del ruso no lograban romperme por completo. Aún mantenía la esperanza de que Angelo encontraría una manera de llegar hasta mí. Cada minuto que pasaba en ese lugar era una prueba de mi resistencia, y el dolor solo servía para reforzar mi determinación de no ceder.

El ruso continuó con su cruel juego, y el tiempo parecía dilatarse en la cabaña del bosque. La tortura física y emocional seguía sin tregua, y cada intento de hacerlo hablar solo aumentaba mi desesperación. Las dudas sembradas por el ruso comenzaban a mezclarse con mi propio dolor y cansancio, pero me aferraba a la esperanza de que, tarde o temprano, Angelo vendría a buscarme.

Cada nuevo método de tortura y cada mentira que me decían se sumaban a la angustia general. El ruso, con su pelo blanco como la nieve y esos ojos grises que parecían perforar hasta el alma, no dejaba de idear formas de quebrarme. A veces era el dolor físico, como cuando presionaba con saña la herida de bala en mi pierna, haciéndome sentir que el fuego se extendía por todo mi cuerpo. Otras veces, eran las palabras, afiladas como cuchillos, que intentaban sembrar dudas en mi mente.

—Angelo te ha abandonado —decía él, con esa voz fría y calculadora—. ¿Crees que realmente va a arriesgar todo por ti? Eres solo un peón en su juego, Isabel. Un peón desechable.

Pero yo no le creía. Aunque el dolor nublaba mi mente y el cansancio pesaba sobre mis párpados, sabía que Angelo no me abandonaría. Lo conocía demasiado bien. Él no era el tipo de hombre que se rendía, y menos cuando se trataba de alguien a quien quería. Aun así, las palabras del ruso resonaban en mi cabeza, como un eco persistente que intentaba socavar mi resistencia.

El ruso no se detenía. Cada día traía consigo una nueva forma de tortura, una nueva manera de intentar quebrarme. Era meticuloso en su crueldad, como si hubiera estudiado cada método para causar el máximo dolor sin llegar a matarme. Una de las peores fue cuando trajo un cubo de agua helada y lo colocó frente a mí. El líquido estaba tan frío que podía ver pequeños trozos de hielo flotando en la superficie.

—Pon los pies adentro —ordenó, con esa voz fría y calculadora que ya me resultaba demasiado familiar.

Al principio, me resistí, pero no sirvió de nada. Dos de sus hombres me agarraron con fuerza, inmovilizándome mientras el ruso me obligaba a sumergir los pies en el agua helada. El dolor fue instantáneo, como si miles de agujas afiladas se clavaran en mi piel. Intenté gritar, pero el frío me dejó sin aliento. Mis pies comenzaron a entumecerse rápidamente, y luego dejé de sentirlos por completo. Pero eso no fue lo peor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.