Angelo Di Marco
El sonido de mi respiración entrecortada era lo único que podía oír mientras el pánico me envolvía. Desde que se llevaron a Isabel, no había encontrado un solo momento de calma. Cada minuto se sentía como una eternidad, y mi mente estaba atrapada en una espiral de desesperación y enojo.
Mis hombres estaban constantemente trayéndome información, pero la noticia que quería escuchar parecía siempre eludirnos. Cada pista que seguíamos parecía llevarnos en direcciones erróneas, y el nudo en mi estómago solo se apretaba más con cada minuto que pasaba. Mis pensamientos giraban en torno a Isabel, a su seguridad, y a mi incapacidad para protegerla.
Finalmente, el sonido de pasos apresurados en el pasillo me hizo levantar la cabeza. Uno de mis hombres, con la mirada tensa y la respiración agitada, se me acercó con noticias.
—Señor, hemos recibido información de que una camioneta fue vista saliendo de un edificio con una chica que llevaba un vestido rojo. —Su voz temblaba, pero había un matiz de esperanza en sus palabras—. Creemos que podría ser ella.
Mi corazón se aceleró. Las palabras “camioneta” y “vestido rojo” resonaban en mi mente como una señal de esperanza en medio de la desesperación. Sin perder tiempo, ordené a mis hombres que comenzaran a rastrear la ubicación del collar que le había dado a Isabel. Cada segundo que pasaba sentía que me estaba acercando más al borde de perder la esperanza.
El silencio en la sala de operaciones se rompió por el sonido frenético de los teclados y las pantallas iluminadas por la actividad constante. Finalmente, uno de mis hombres gritó, y mi corazón dio un salto.
—¡Lo tenemos, señor! El collar está emitiendo una señal… ¡está en un bosque!
El aliento me cortó al escuchar esas palabras. Mi mente corría a mil por hora, analizando rápidamente la información. El bosque estatal de Harriman, un lugar que conocía vagamente, pero que nunca había considerado como una posible ubicación de su captura. Sin embargo, la desesperación y el sentido de urgencia no dejaban lugar para dudas.
—¡Prepárense! —ordené a mis hombres con voz firme—. ¡Vamos a ese maldito bosque ahora mismo!
En cuestión de minutos, el equipo de seguridad y yo nos encontramos en un convoy de camionetas, deslizándonos a toda velocidad hacia el bosque. La noche había caído, envolviendo el área en una oscuridad opaca que solo parecía intensificar mi ansiedad.
La distancia hasta el bosque parecía interminable. Cada minuto que pasaba sentía el peso de la responsabilidad sobre mis hombros, y la desesperación se volvía casi insoportable. Miraba el reloj constantemente, sintiendo cómo el tiempo se arrastraba mientras nos acercábamos al destino.
Finalmente, llegamos al borde del bosque estatal de Harriman. La inmensidad del lugar parecía intimidante, y el miedo a no encontrar a Isabel me hizo sentir una angustia indescriptible. Mis hombres se prepararon para la búsqueda, armados y listos para cualquier cosa. Cada uno de ellos compartía mi ansiedad, sabiendo que la vida de Isabel podría estar en juego.
Nos adentramos en el bosque, las linternas y las luces de nuestros vehículos iluminando el camino a través de la densa vegetación. Mi mente estaba llena de imágenes de lo peor, cada crujido y cada sombra parecía un presagio de lo que podría estar ocurriendo. El silencio del bosque solo hacía que la atmósfera fuera aún más inquietante.
El viento frío del bosque parecía acentuarse mientras mis hombres y yo avanzábamos con urgencia hacia la cabaña. La ansiedad se palpaba en el aire, y el miedo por lo que pudimos encontrar se hacía cada vez más intenso. Había pasado un tiempo interminable desde que habíamos llegado al borde del bosque, y cada segundo se sentía como una agonía.
La cabaña apareció frente a nosotros, rodeada por la oscuridad del bosque. Mis hombres y yo descendimos rápidamente del convoy de camionetas, el sonido de nuestros pasos apresurados sobre el suelo cubierto de hojas era lo único que rompía el silencio sepulcral. La cabaña se erguía solitaria y silenciosa, un espectáculo desolador en la oscuridad.
Entramos con cautela, mis ojos recorriendo cada rincón con desesperación. La cabaña estaba vacía, despojada de todo signo de actividad reciente. La desesperación comenzó a hacer mella en mi determinación, mientras cada sombra y cada rincón vacío se sentía como un golpe directo al corazón.
—¡Revisen bien! —ordené con voz firme, mi angustia transformándose en una necesidad frenética de encontrar alguna pista.
Mis hombres se movieron rápidamente, cada uno revisando con precisión los alrededores en busca de cualquier indicio de Isabel. La angustia y la desesperación se reflejaban en sus rostros, compartiendo mi ansiedad mientras buscábamos con desesperación.
La cabaña, sin embargo, no revelaba nada. No había señales de lucha reciente, ni rastro de Isabel. La sensación de desolación se hacía más intensa con cada minuto que pasaba sin encontrar lo que buscábamos.
—No hay nada aquí. —El rostro de uno de mis hombres reflejaba la preocupación que sentía—. Tendremos que buscar más allá.
El tiempo se estaba agotando, y la angustia crecía con cada minuto que pasaba. Mis pensamientos giraban en torno a Isabel, a su seguridad, y a mi incapacidad para encontrarla a tiempo. Decidimos ampliar la búsqueda a los alrededores de la cabaña, extendiendo nuestras líneas en una desesperada búsqueda de cualquier pista que pudiera guiarnos hacia ella.
De repente, el sonido seco y agudo de un disparo rompió el silencio del bosque, resonando en la distancia. El sonido era claro y alarmante, y el pánico se apoderó de mí al instante.
—¡Rápido! ¡Sigan ese disparo! —ordené con urgencia, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras el miedo y la desesperación se entrelazaban.
Mis hombres y yo nos dirigimos rápidamente hacia la dirección del disparo, el sonido guiándonos en nuestra búsqueda frenética. La tensión en el aire era palpable, y el tiempo parecía dilatarse mientras nos movíamos con una velocidad desesperada, impulsados por el único objetivo de encontrar a Isabel y salvarla antes de que fuera demasiado tarde.
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Editado: 05.05.2025