Crown of darkness

Trentasei.

Isabel Di Marco

El suelo frío y húmedo del bosque parecía absorber el calor de mi cuerpo, y el dolor en mi cuello y cabeza se mezclaba con una sensación de desesperanza. Mis piernas, debilitadas por la tortura y la falta de alimento, se sentían como si estuvieran hechas de plomo mientras permanecía de rodillas frente al hombre que, sin duda, era mi peor pesadilla.

La cabaña había sido solo un paso en la tortuosa ruta de mi captura. Los secuaces del ruso me habían arrastrado fuera de la cabaña, adentrándome más en el bosque, y finalmente, me habían llevado a este lugar solitario, donde el suelo estaba cubierto de hojas secas y la oscuridad parecía envolverlo todo.

Mis ojos, hinchados y llenos de lágrimas, apenas podían enfocar la figura imponente del ruso que se alzaba frente a mí. Su rostro, aunque en parte iluminado por la luz de una linterna, mostraba una mirada cruel y calculadora, sus ojos fríos y vacíos de empatía.

El ruso estaba molesto y frustrado por mi silencio, y sus gritos habían disminuido hasta convertirse en una tensión palpable en el aire. Mis manos, atadas con cuerdas ásperas y apretadas, se sentían entumecidas y doloridas. La desesperanza se mezclaba con mi determinación de no darles la satisfacción de verme quebrada.

El ruso levantó su arma con un movimiento brusco y amenazador, el frío metal brillando en la penumbra. Mi corazón se aceleró, y un escalofrío recorrió mi espalda. La sensación de terror se apoderó de mí mientras el cañón del arma se alineaba con mi cabeza, y el silente eco de la amenaza se cernía sobre mí.

—¿Vas a hablar ahora? —la voz del ruso resonó con una intensidad que parecía penetrar en mis huesos, su acento ruso añadiendo una capa adicional de horror a sus palabras.

El primer disparo resonó cerca de mi oído, el sonido seco y potente me hizo temblar. La bala pasó tan cerca que sentí el viento frío en mi piel, un recordatorio escalofriante de lo que estaba en juego. El ruso había disparado de advertencia, su mensaje claro y aterrador. Pero el impacto del sonido fue tan brutal que, por unos momentos, todo a mi alrededor se sumió en un silencio ensordecedor. Mi oído izquierdo zumbaba, como si miles de abejas hubieran decidido anidar dentro de mi cabeza. Intenté moverme, pero las correas me mantenían inmóvil, y el dolor punzante en mi pierna no me permitía concentrarme.

—¿Qué pasa, Isabel? —preguntó el ruso, inclinándose hacia mí con una sonrisa cruel—. ¿No escuchas bien? Tal vez debería acercarme más la próxima vez.

Intenté responder, pero las palabras se atascaron en mi garganta. Mi oído derecho apenas captaba su voz, distorsionada y lejana, como si hablara desde el fondo de un pozo. El zumbido en el izquierdo no cesaba, y la sensación de desconexión con el mundo exterior me hacía sentir aún más vulnerable. El ruso parecía disfrutar de mi desorientación, como si cada segundo de mi sufrimiento fuera un triunfo para él.

—No te preocupes —continuó, acercándose aún más—. No necesitas oír para entender lo que te estoy diciendo. Solo necesitas sentir.

Y entonces, sin previo aviso, presionó su pistola contra mi costado. El metal frío me hizo estremecer, y aunque no podía escuchar claramente sus palabras, su intención era obvia. Cada movimiento suyo, cada gesto, estaba diseñado para romperme. Pero a pesar del miedo que me consumía, a pesar del dolor y la confusión, algo dentro de mí se negaba a ceder.

—¿Sigues resistiendo? —preguntó, esta vez con un tono de incredulidad—. Eres más fuerte de lo que pensaba, Isabel. Pero eso solo hará que esto sea más interesante.

El zumbido en mi oído comenzó a disminuir lentamente, pero el silencio fue reemplazado por un dolor agudo. Cada palabra que el ruso decía ahora llegaba con claridad, pero distorsionada, como si mi cerebro luchara por procesar el sonido. Aun así, no le di el placer de ver que me quebraba. Apreté los dientes con fuerza, mirándolo directamente a los ojos, sin importar cuánto dolor sintiera.

—No importa lo que hagas —logré decir, con una voz más firme de lo que esperaba—. No vas a ganar.

El ruso se río, un sonido frío y vacío que resonó en la habitación.

—Eso ya lo veremos, querida —dijo, mientras se alejaba un poco, como si estuviera disfrutando de un espectáculo—. Pero te advierto, esto es solo el principio. Y cuando Angelo vea lo que he hecho contigo, entenderá que nunca debió haberse cruzado en mi camino.

Mientras él hablaba, yo me aferraba a la imagen de Angelo en mi mente. Su rostro, su voz, su determinación. Sabía que, en algún lugar, él estaba buscándome. Y eso era suficiente para mantenerme en pie, incluso cuando el mundo a mi alrededor parecía desmoronarse. El ruso podía disparar, podía torturarme, podía intentar quebrarme, pero no lo lograría. Porque mientras yo resistiera, él no ganaría. Y eso era lo único que importaba.

Mi visión se nublaba, y las lágrimas caían inconteniblemente por mis mejillas, pero mi orgullo y mi determinación se mantenían firmes. No iba a dejar que este hombre rompiera mi espíritu, a pesar de la desesperación y el dolor que sentía.

El ruso, sin perder la paciencia, acerco el arma nuevamente. Cada paso que daba hacia mí parecía resonar con un eco ominoso en mi mente. Mi respiración se aceleraba, y el dolor en mi cabeza se intensificaba, pero traté de mantenerme erguida, a pesar de la debilidad que me invadía.

—Esto no es un juego, Isabel. La próxima vez no será solo una advertencia. —Su voz era cruel, y la amenaza en sus palabras era inconfundible.

La pistola estaba aún más cerca de mi cabeza, y el miedo se apoderó de mí. Mi mente estaba llena de pensamientos de Angelo, de cómo me había prometido protegerme, y la desesperación de no poder cumplir esa promesa se hacía cada vez más fuerte. Sentía el temblor de mi cuerpo y el dolor de mis heridas, pero también sentía una fuerza interior, una resistencia que no podía explicar completamente.




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